EGIPTO

Beduinos, las tribus olvidadas del Sinaí

En el desierto del Sinaí, un laberinto sin muros ni puertas donde el calor, la noche y la arena borran todos los caminos, los beduinos viven de espaldas a un régimen que los margina.

En el desierto del Sinaí, un laberinto sin muros ni puertas donde el calor, la noche y la arena borran todos los caminos, los beduinos viven de espaldas a un régimen que los margina.


Los beduinos de la península del Sinaí y numerosas ONGs denuncian el trato que padecen las tribus, tanto las trashumantes como las urbanizadas, cuyo número se calcula en unos 300.000, así como el olvido al que está sometida esta región, donde muchas de las necesidades básicas, por su escasez, se acercan más al lujo.


Por su parte, las autoridades los implican en el contrabando -incluido el tráfico de armas, drogas o emigrantes-, mientras insisten en el gran desarrollo del que está siendo testigo esta península egipcia.


A pesar de estas diferencias, hoy, unos y otros han decidido sentarse a estudiar la situación y negociar las exigencias de los habitantes de esta provincia fronteriza con Israel.


"Creemos que puede haber una solución; hay una puerta abierta y queremos aprovechar esta oportunidad", dijo uno de los portavoces de las tribus Musa al Dilh.


Este avance se produce pocos días después de que el propio Al Dilh denunciara que las autoridades habían golpeado a su esposa y a su hijo y amenazado con incluirle en la lista de terroristas si no cancelaba una reunión tribal convocada para hoy.


Los beduinos exigen la liberación de los presos y la suspensión de los tribunales militares, el fin de los malos tratos por parte de las fuerzas de seguridad, el derecho sobre las tierras en las que viven y la mejora de las infraestructuras y las oportunidades de trabajo en el Sinaí.


Esta tensión se remonta a 1982, cuando Egipto recuperó todo el Sinaí, ocupado por Israel en la guerra de 1967.


Este triángulo de tierra -paso entre mares y puente entre continentes- se convirtió, desde entonces, en una zona desmilitarizada y de gran sensibilidad para el Estado.


Como todo pueblo fronterizo egipcio, comenzó a sufrir las suspicacias del régimen, a lo que se sumó la promesa de unos planes de desarrollo que no acaban de arrancar y una campaña de repoblación con habitantes del valle del Nilo, criticada por muchos beduinos.


La situación en la que viven y su relación con el régimen empeoró tras los atentados terroristas en las localidades del Sinaí de Taba (2004), Sharm al Sheij (2005) y Dahab (2006), en los que murieron más de 100 personas.


Mientras ellos niegan cualquier relación con estos sucesos, la Fiscalía del Estado no ha dudado en responsabilizar de los ataques a una supuesta red terrorista formada por beduinos y palestinos radicales.


Numerosas ONGs y las propias tribus, entre ellas el centro egipcio Hisham Mubarak, denunciaron que entre 3.000 y 4.000 personas fueron detenidas indiscriminadamente y, en muchas ocasiones, torturadas, como subrayó Ahmad Raged, abogado de esta organización.


Un gran número de beduinos se han asentado en distintos pueblos y aldeas de la zona y se dedican al comercio o al sector servicios, otros aún habitan en tiendas rudimentarias hechas de paja y viven de los escasos productos que obtienen de la tierra.


Otros, por su parte, no tuvieron reparo en reconocer que sus ingresos provienen del comercio ilegal.


Sin embargo, evitaron hablar del tráfico de armas o drogas, aunque tampoco escondieron los kalashnikov y los fusiles que los acompañan en sus desplazamientos por el desierto.


"Si el gobierno nos margina nos vemos obligados a vivir al margen, a comerciar al margen", dijo un beduino que relata que duerme todas las noches en el desierto por temor a ser detenido.


A pesar de las conversaciones, que han comenzado hoy y que se prolongarán una semana, muchos consideraron que la solución no es sencilla, porque, como aseguró Ahmad Rageb, "la desconfianza entre el régimen y los beduinos es mutua".


Sin embargo, Musa al Dilh se mostró esperanzado y aseguró que un acuerdo "beneficiará al pueblo y a la nación".


Hace dos semanas, sentado sobre la arena, la mirada del joven líder de la tribu de los Tarabín se deslizaba entre la rabia y la ironía mientras se dirigía a sus compañeros con la convicción del que se sabe escuchado.


"No inclinaremos la cabeza, si no es porque estemos muertos", aseguró antes de detenerse un instante para agregar que en caso de no ser escuchados siempre les quedará la arena, porque "el desierto es nuestra arma".