Calabresi: "Puedes ser un exterrorista, pero no un exasesino. No cabe entrar en política"

Su libro 'Salir de la noche' dio un aldabonazo al situar a las víctimas en el epicentro y proyecta ahora su luz sobre la presencia de exetarras en las listas de Bildu.

Mario Calabresi
Mario Calabresi
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La violencia que devastó Italia en los 'años de plomo' -los crímenes de instigación política con las Brigadas Rojas al frente entreverados por los de la mafia, con el Estado permeado por ellos- dejó a Gemma Capra sin marido el 17 de mayo de 1972, una mañana de primavera en Milán que el matrimonio aguardaba con el fatalismo de lo inevitable. Ella tenía 25 años, había traído dos hijos al mundo y estaba embarazada del tercero. Él, el comisario Luigi Calabresi, apenas había cumplido los 34 y cargaba con una sentencia de muerte, de la que nadie le salvó, que empezó a redactarse el 15 de diciembre de 1969. Ese día aciago, el anarquista Giuseppe Pinelli falleció tras precipitarse al vacío por una ventana de su despacho mientras se le interrogaba por la matanza terrorista de la plaza Fontana que mató a 17 personas y cuya autoría camuflada era el neofascismo. Calabresi -Pinelli y él se ayudaban a serenar las recalentadas calles de entonces- ni siquiera estaba en la habitación.

Dio igual. La verdad de su inocencia tropezó trágicamente con el señalamiento de la mentira. Fue un acoso sistemático e inclemente lanzado desde Lotta Continua, el órgano de comunicación de la organización ultraizquierdista del mismo nombre, alimentado por manifiestos de reconocidos intelectuales y cocinado en un obsesivo fuego lento con pintadas de "asesino". 'Muerte accidental de un anarquista', la célebre sátira del Nobel de literatura Darío Fo, cuya mujer sería torturada y violada en 1973 por la extrema derecha, engordó aquel caldo opresivo contra "el 'comisario ventana'".

Calabresi se negó a la indignidad de marcharse. Aquella mañana primaveral quedó tendido ensangrentado junto a su casa. Un disparo en la espalda y otro en la nuca sellaron la ejecución. La justicia condenó casi dos décadas después a Adriano Sofri, Giorgio Pietrostefani y Ovidio Bompressi. El primero está en libertad, el segundo es un prófugo en París y el tercero fue indultado por el Gobierno.

La voz contra el ruido

'Salir de la noche', un fenómeno literario en Italia que Libros del Asteroide edita en España, es la historia del comisario Calabresi, una reivindicación de las víctimas del terror, escrita por su hijo Mario. El mayor de la saga, que se hizo periodista y ha sido director de La Stampa y La Repubblica, tenía dos años cuando le arrebataron a su padre. Cuesta imaginar tras su sonrisa franca de milanés con mundo el drama del niño que se ha debatido toda la vida entre "las lecciones" templadas de su madre y el arrebato de la rabia y el dolor. Del hombre que un día tiró a la basura la documentación recopilada meticulosamente y convocó, ante el folio en blanco, la intimidad del tormento. Lo encaró tras percatarse de que en las librerías solo asomaban los testimonios de los terroristas. Y comenzó en Nueva York su cruzada por la voz de las víctimas. El espejo italiano se erige ante la realidad española.

¿Qué es la memoria para Mario Calabresi?No olvidarse de lo que ha pasado. Pero no porque queramos quedarnos parados en el momento en que ocurrieron las cosas, sino porque queremos seguir caminando. Mi madre dice que la memoria tiene piernas porque tiene que caminar con nosotros.

Su madre también dice que no les quedaba otra que «apostarlo todo al amor por la vida».Sí, esa es su lección esencial.

¿Necesitaba la distancia?Sí. Escribía cuando en Italia dormían y nadie me podía telefonear. Era invierno fuera, nevaba, hacía mucho frío. Y yo estaba en una burbuja, un flujo, como si mis manos estuvieran conectadas a mis recuerdos, a mi estómago. Quería contar de la manera más sencilla posible lo que fue esa experiencia. Un viaje en el recuerdo.

¿Por qué escribimos más de los verdugos que de las víctimas? ¿Hay una fascinación por el mal?La hay porque hace más ruido. Si entrevistas a un exterrorista, eso va a generar un mayor debate público. Con la víctima es más difícil, se necesita más paciencia, porque hay mucho sufrimiento detrás. Y muchas veces los periodistas tenemos poco tiempo y elegimos el camino más fácil.

Es la voz de los condenados la que se escucha más alta en ocasiones.Esta es una responsabilidad de la opinión pública y del periodismo, que tienen que ayudar a las víctimas a tener voz. Cuando escribí el libro, en Italia había un debate muy parecido al de hoy en España: si los exterroristas podían estar presentes en la política y cómo se podía pasar página con una memoria compartida. Y sí, puede hacerse, pero solo si hay verdad, justicia y memoria. Si no, no. Si el terrorista ha pagado lo suyo en la cárcel y luego reingresa en la vida pública, me parece correcto. Pero hay una línea roja: si has matado a alguien, el delito de sangre. Porque te puedes convertir en exterrorista, pero no en exasesino; lo que has hecho es irreparable. Asi que no es cuestión de ley, es de oportunidad. La de dar un paso atrás por respeto a las víctimas. Sería mucho más útil si nos ayudaran a reconstruir la verdad y la memoria.

¿Cuánto pesan las palabras?El lenguaje es fundamental. No es lucha armada, es terrorismo. Me resultaba intolerable que en las entrevistas con los exterroristas de las Brigadas Rojas solo se decía 'fue condenado a 25 años de cárcel, hoy está libre y nos cuenta su historia'. Y faltaba el porqué se le había condenado. Eso no se puede omitir. Las cosas tienen un nombre. Las víctimas se llaman víctimas.

Usted se casó con una nieta de la escritora y política Natalia Ginzburg, quien firmó un manifiesto contra su padre. Hablaron de ese elefante en la habitación en su segunda cita.Debemos ser capaces de seguir adelante. Yo mantengo una buena relación con Luca, el hijo de Adriano Sofri, periodista también. He aprendido a pensar que, simplemente, él es una persona a la que yo aprecio como periodista; no es el hijo de Sofri, aunque lo sea. Repito, no podemos quedarnos atrapados en eso. No es fácil, pero es importante.

¿Cómo se lo contó a sus hijas?Es una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida. Empezaron a preguntarme por qué el abuelo, el segundo marido de mi madre, tenía un apellido distinto. Les dije que era mi padre adoptivo, que mi padre murió cuando yo era pequeño. No tuve el coraje de contárselo. Pero cuando tenían seis años, me armé de ese valor.

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