El Batallón Azov, la leyenda negra del ejército ucraniano

Tachado de neonazi y terrorista por Rusia, se alimenta de la extrema derecha y ha estado presente en asedios como el de la acería Azovstal.

Miembro del Batallón Azov en Járkov.
Miembro del Batallón Azov en Járkov.
Andrzej Lange

El Batallón Azov, una de las unidades militares más crueles de esta guerra y enrolado en el bando ucraniano, toma su nombre de las aguas que bañan la ciudad portuaria de Mariúpol. Un bautismo tan delicado, casi poético, que choca con las sospechas más sanguinarias sobre las prácticas de este grupo que en sus primeros combates, hace casi una década, se nutría de nacionalistas y seguidores de la extrema derecha y que en 2022, en plena invasión rusa, engordó sus filas con voluntarios de otros perfiles dispuestos a dar un zarpazo a las tropas del Kremlin. Cuando Vladímir Putin decía que Ucrania era un 'nido de nazis' se refería a este escuadrón, que hace menos de un mes -y con la gran incógnita de cuántas personas lo conforman ahora- se confirmaba como una brigada independiente del Ejército de Kiev.

Entre los primeros del Batallón Azov, con el historiador Andriy Biletsky de 43 años como líder, había desde partidarios de la unión de los pueblos del Este (rusos, ucranianos y bielorrusos) a 'ultras' de equipos de fútbol como el FC Metalist Járkov.

Unos mil efectivos sumaba entonces este grupo paramilitar, especialmente efectivo en el combate cuerpo a cuerpo. Era mayo de 2014 y su leyenda comenzaba a forjarse en Mariúpol, donde ese verano plantaría cara a los separatistas prorrusos -ya empezaba el movimiento en zonas como Donetsk y Lugansk- y ayudaría a la reconquista de esta ciudad al sur de Ucrania. En otoño ya se consideraba regimiento profesional y poco después pasaba a formar parte de las fuerzas de defensa y la Guardia Nacional bajo el mando de Kiev.

Su controvertido origen ha acompañado a esta unidad acusada de neonazi y calificada como grupo terrorista por el Tribunal Supremo ruso, una etiqueta que se le quiso colgar asimismo en EE UU, pero el debate en el Congreso norteamericano en 2019 no salió adelante. Lo cierto es que en su escudo de armas figura el ángel lobo, un símbolo antes utilizado por las SS hitlerianas, aunque algunos historiadores matizan que esta imagen no se considera fascista en el país y que se entiende como la unión de las letras 'N' e 'I', algo así como la 'idea nacional'.

El propio Biletsky, casi una década antes de alumbrar el Batallón Azov, impulsó la organización Patriotas de Ucrania, que entre otros pilares ideológicos se basaba en el supremacismo blanco o las políticas antiinmigración. También lo intentó en política con el partido Cuerpo Nacional con muy poco éxito.

Artillería y tanques propios

El regreso a la escena bélica de esta milicia tras su victoriosa incursión en Mariúpol casi una década atrás llegó con la guerra que cumple hoy un año. En la misma ciudad -un punto estratégico por su línea costera entre la frontera rusa y la península de Crimea- pero con un desenlace muy diferente.

Los voluntarios de Azov unieron sus fuerzas a la resistencia en la acería de Azovstal y fue el Gobierno de Kiev el que, a finales de mayo de 2022, ordenó la rendición después de semanas de encierro. Desde entonces, y tras algún canje de presos del batallón entre Ucrania y Rusia, apenas se ha sabido de este escuadrón que contaba con artillería, tanques propios y un activo canal de Telegram donde colgaban sus hazañas y también sus denuncias.

Para unos son neonazis. Y cargan con las sospechas de haber cometido saqueos y violaciones de los derechos humanos y, además, con el dedo acusador del Kremlin de estar detrás de las matanzas de civiles en el hospital materno-infantil y el teatro de Mariúpol. Para otros son héroes ucranianos. Y sus vecinos, con su historial extremista en el olvido, jalean a los jefes de este batallón, el Azov, cuyo líder aseguró hace menos de un mes que la batalla decisiva en esta guerra aún estaba por llegar.

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