Búfalo, el cementerio helado en EE. UU.

El temporal ártico suma ya 57 víctimas mortales en EE UU, la mitad de ellas en el noroeste de Nueva York, atacado con saña por el frío y la nieve.

Un cementerio cubierto de nieve en el área de Búfalo.
Un cementerio cubierto de nieve en el área de Búfalo.
JASON MURAWSKI JR

"Algunas personas llevan dos días atrapadas en sus coches". "Esta es probablemente la peor tormenta en nuestra vida. Y este no es el final todavía". Mientras el máximo responsable del condado neoyorquino de Erie, Mark Poloncarz, realizaba estas pesimistas declaraciones y suplicaba a la población que se quedara en casa al menos hasta este lunes por la noche, cuando estaba previsto que la tormenta Elliot empezase a ceder en el noroeste de Nueva York, la farmacéutica Cassandra Gamon enviaba mensajes desde su móvil. Atascada en mitad de una capa nevada de casi medio metro de altura en una céntrica avenida de la ciudad de Búfalo, el frío invadía ya el interior de su coche: "Ayuda, por favor. Estoy atrapada en Clinton y Babcock. El teléfono se está muriendo y necesito volver a casa con mis hijos. Tengo dinero".

A unas calles de distancia, Shopia Clay aún se preguntaba cómo el cadáver congelado de su hermano William había permanecido varias horas a la intermperie hasta que un equipo forense lo recogió al anochecer del sábado en una calle, tendido boca abajo, cubierto de hielo. William había salido temprano a un 7 Eleven para comprar analgésicos. El sábado cumplía 56 años. Se supone que de camino a su casa sufrió una caída, se golpeó la cabeza y unas temperaturas de entre 28 y 40 grados bajo cero hicieron el resto.

"Búfalo es como ir a una zona de guerra". La gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, está convencida de que la 'bomba' ártica que azota EE UU desde el jueves es el temporal "más devastador ocurrido en la larga historia" de la segunda ciudad del Estado. Su Gobierno ha pedido ya iniciar los trámites para obtener la declaración de zona catastrófica.

Los condados de Niágara y Erie, cerca de la frontera con Canadá, se han convertido en un desolador y gris cementerio helado. Al menos 27 personas han muerto allí, en el epicentro de Elliot, el vórtice polar. La mayoría de las víctimas se han contabilizado en accidentes de tráfico y tras sucumbir al frío en sus casas o a la intemperie. Además, dos hombres han fallecido debido a sendos ataques cardiacos cuando paleaban la nieve.

El balance confirma que se trata de la tormenta más mortifera sufrida por el noroeste de Nueva York como mínimo en los últimos cincuenta años. Pero también el resto del país derrama lágrimas. El fenómeno ártico, que ha barrido desde Canadá hasta California, sumaba el lunes por la noche 55 víctimas mortales en siete Estados, aunque se espera que el listado aumente a medida que los servicios de emergencia amplíen los registros en áreas todavía inaccesibles.

Quedan alrededor de 2.000 hogares sin electricidad, 2.900 vuelos fueron suspendidos el lunes desde Alaska a Denver y se suceden las casas convertidas en congeladores cubiertos de carámbanos, así como las carreteras cortadas donde se presume que debe haber coches enterrados en la nieve.

El granizo en el rostro

"Literalmente conducía con la cabeza fuera de la ventana. Sentía como si me estuvieran cortando la cara", relataba Cassandra Gamon en 'The Washington Post' horas después de ser rescatada de su vehículo. La fortuna sonríe a veces a los desesperados.

El jefe de Policía de Búfalo reconoce que no fue fácil llegar hasta ella. Había vientos de cien kilómetros por hora. Y una decena de camiones de bomberos varados.

El agente Joe Reeves, de patrulla, pudo en cambio abrirse paso en la ventisca. Nunca había vivido un día de Navidad tan extremo. Revisaba los coches abandonados en los arcenes de Erie. Fracturaba el hielo de las ventanillas y asomaba su linterna al interior cuando encontró a una madre y su bebé recién nacido ateridos en los asientos traseros. "Ella acababa de recibir el alta del hospital, estaban tratando de llegar a casa y se quedaron atrapados", explicaba este lunes un orgulloso Reeves a los periodicos en un final de la Navidad digno de Capra. 

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