La matanza de Texas reaviva el debate sobre las armas

El tiroteo de Uvalde sacude especialmente a Estados Unidos porque las víctimas son niños y la escalada de violencia excede con mucho el punto de saturación del país.

Acto de recuerdo a las víctimas del tiroteo en la escuela de Uvalde
Acto de recuerdo a las víctimas del tiroteo en la escuela de Uvalde
Verónica Cárdenas

La idea de diecinueve escolares y dos maestras atrapados indefensos en un aula de la escuela primaria de Uvalde (Texas) junto a su ejecutor, un joven de su propia comunidad algunos años mayor, con tiempo para cambiar los cartuchos de munición, impasible a los gritos de terror a su alrededor, resulta incomprensible. A los detalles escalofriantes de la tragedia le siguen el habitual desfile de vigilias, minutos de silencio y funerales; padres de víctimas de pasados tiroteos escolares traumatizados, periodistas y figuras públicas conmocionados; las declaraciones del presidente, el arduo debate sobre las armas, y el familiar intercambio público de acusaciones y excusas políticas.

La similitud de los tiroteos violentos en los centros escolares revela siempre un mismo factor recurrente: cómo llegan dos armas de asalto a las manos de un chico con los 18 recién cumplidos en un país donde comprar una simple cerveza solo es posible a partir de los 21 años. La respuesta a esta pregunta -el fácil acceso a las armas- no es un enigma, pero la imposibilidad de cambiar las leyes va más allá del constreñido espacio político. El apego a las armas es parte del cordón umbilical cultural e histórico que conecta la identidad nacional con su origen como Estado.

La sociedad civil, agotada emocionalmente, permanece rehén del poder político de los intereses de los fabricantes de armas. Un hartazgo social perfectamente plasmado en la absoluta franqueza del entrenador de los Warriors de la NBA, Steve Kerr, cuyo equipo jugaba en Texas el día del tiroteo, a unos kilómetros de la tragedia de Uvalde. Durante la rueda de prensa, Kerr se negó a hablar del partido y gritó exasperado con un puñetazo en la mesa: "¿Cuando vamos a hacer algo? ¡Es patético!".

En realidad, cincuenta miembros republicanos del Senado impiden implacablemente al país salir del terror doméstico que, más o menos cada semana, las armas en manos de individuos inestables infligen sobre la población. Desde hace dos años bloquean una legislación básica aprobada por la Cámara baja sobre la revisión de antecedentes penales para la compra de armas. Los responsables del bloqueo, en línea con el todopoderoso 'lobby' de las armas, la Asociación Nacional del Rifle (NRA), ofrecen con cada asesinato múltiple pésames y plegarias, pero la voluntad del 90% de los estadounidenses pasa por establecer controles como requisito básico para la adquisición de armas.

En respuesta a matanzas como la de Uvalde se aducen justificaciones como la presunta inestabilidad mental de los violentos o el derecho a la defensa personal como argumento para que cualquier postadolescente pueda portar una pistola. Y se ofrecen soluciones que solo añaden más armas, no menos: armar a los profesores, armar a todo el mundo, como quedó patente en la noche del viernes durante la apertura de la convención de la NRA en Houston con Donald Trump como principal ponente.

Estados Unidos se erige como el país con la mayor cantidad de armas per cápita del mundo. Las cifras hablan por sí mismas. Existen más de 400 millones de pistolas, rifles o fusiles de guerra en manos de la Policía, el Ejército y los civiles, que manejan la mayoría: 393 millones. Es decir, hay 120 armas de fuego por cada 100 ciudadanos, aunque esto es un promedio.

Porque la realidad indica que la mitad de todas ellas (unos 200 millones) las tiene el 3% de la población, quienes cuentan con un verdadero arsenal en su propiedad. El perfil tipo de ciudadano armado estadounidense es el que tiene cinco pistolas o escopetas en su casa. Apenas el 22% de los propietarios solo dispone de un arma.

Con todo este armamento se producen 100.000 muertes al año en el país, incluidos homicidios, suicidios y accidentes. Después de la masacre de Uvalde, los expertos y los medios de comunicación debatían estos días si empieza a ser conveniente mostrar las imágenes de las víctimas; una exposición que contraviene la intimidad y la sensibilidad, pero que muchos consideran que fomentaría la concienciación contra las armas. Los forenses han debido utilizar las técnicas de ADN para identificar a bastantes de los 19 niños asesinados por Salvador Ramos en Uvalde debido a la destrucción producida por las balas en sus cuerpos. Dantesco.

La cuestión es que el culto a las armas, un derecho garantizado constitucionalmente, es una característica cultural y política única de Estados Unidos, profundamente imbuida en la identidad del país, que lo singulariza del resto del mundo. En la América armada, revólveres y rifles están por todas partes. De fácil acceso, se pueden adquirir en establecimientos populares como Walmart, mercadillos de fines de semana, por correo o en plataformas digitales. Y también en un mercado negro muy fructífero.

Muchas son adquiridas de forma legal por personas responsables, y otras caen en manos de postadolescentes, ciudadanos con antecedentes penales y, directamente, psicópatas con intenciones letales. Son éstos los que en numerosas ocasiones entran en un comercio, un bar o un supermercado y disparan indiscriminadamente contra quienes tienen delante.

Ese profundo arraigo está vinculado a los orígenes de la nación, y a una particular noción de su espíritu de libertad; de la libertad individual y colectiva. La historia de las armas en EE.UU.  forma parte intrínseca del tejido social y es muy anterior a la creación del Estado. Los pobladores de los primeros asentamientos estaban obligados por ley a poseer armas para asegurar la defensa colectiva y personal de las colonias.

En la época de la independencia fueron los propios colonos quienes se convirtieron en la primera defensa armada de las Trece Colonias, tanto contra los indios como contra el Ejército de su propio rey. Y así, el derecho de los civiles a defenderse -ya reflejado en las leyes comunes inglesas- acabó introducido de forma natural en la Constitución de 1787 y se plasmó en la Segunda Enmienda.

Debatido hasta la saciedad y sujeto a la interpretación judicial, el texto constitucional incluye otras disposiciones, pero que son frecuentemente ignoradas y establecen que la defensa del Estado será regulada por la ley. En cambio, los denominados 'originalistas' judiciales y el activismo de ultraderecha defienden una interpretación fundamentalista de la enmienda, divorciada por completo de la realidad contemporánea.

La fascinación por las armas impregna todo el relato de la construcción de la identidad nacional y establece un hilo conductor desde sus orígenes hasta el presente pasando por la mitología del salvaje oeste del siglo XVIII. Pero el activismo beligerante que hoy impregna al país es mucho más reciente. La relativamente modesta organización de cazadores y entusiastas de las armas del pasado se ha convertido en los últimos treinta años en uno de los depredadores políticos más poderosos del país.

Dos decisiones históricas de la Corte Suprema en 2008 y 2010 invistieron a la Segunda Enmienda de un poder extraordinario al restringir la autoridad del Estado para limitar la posesión de armas. Las sentencias desataron una serie de reformas legales que fortalecieron al poderoso lobby de la Asociación Nacional del Rifle. La NRA se ha incrustado implacablemente en el espacio político, financia candidatos políticos, en su mayoría republicanos, y destruye cualquier iniciativa de reforma en los tribunales.

Incluso ha radicalizado a su sólida base con discursos que dicen que la única defensa política o personal es uno mismo. Ello refuerza el estereotipo del americano blanco, defensor de la familia.

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