Setenta días bajo tierra en Járkov

Los vecinos de la ciudad ucraniana viven en los túneles del metro ante los continuos ataques que llevan a cabo las tropas del Kremlin.

Ciudadanos ucranianos se resguardan en las estaciones de metro de Járkov
Foto de archivo de ciudadanos ucranianos en una estación de metro de Járkov
Sergey Kozlov

Hace más de dos meses que las únicas colas que se forman en la parada de metro de Heroiv Pratsi (Héroes del trabajo) de Járkov son para recoger comida. Son colas invisibles desde el exterior y que se forman en las entrañas salvadoras de la extensa red de túneles que conecta los distintos distritos de la ciudad. Situada en el corazón de Saltivka, el barrio que Rusia castiga cada día con artillería, Heroiv Pratsi se ha convertido en el refugio improvisado de 500 personas. "Cuando comenzaron a caer los primeros proyectiles éramos más de 2.500, pero la mayoría se ha ido a la parte occidental del país o a Europa, quienes nos hemos quedado ya tenemos claro que resistiremos hasta la victoria", comenta Serguéi, convertido en una especie de responsable de seguridad en esta nueva vida en el subsuelo a la que ya se han habituado los vecinos de Járkov.

En la segunda ciudad del país, que llegó a ser capital de Ucrania en los primeros tiempos de la URSS, vivían dos millones de personas antes de que Vladímir Putin ordenara su ataque. Ahora los pocos que quedan se han tenido que habituar a no ver la luz del sol. Es el precio a pagar por seguir con vida.

No se puede fumar y el alcohol no está permitido. Todo está impoluto, hay una red wifi de alta velocidad, la forma de estar conectados con el mundo exterior, y la Policía custodia los accesos. El andén es ahora una sucesión de colchones, literas, mantas de campo, tiendas de campaña y colchonetas. Uno de los trenes descansa en la vía y su interior se ha transformado también en hogar para familias enteras que han sacado de sus casas lo básico para poder rehacer su vida en el subsuelo. En Kiev se vivieron escenas similares al comienzo de las hostilidades, pero en cuanto Rusia retiró sus tropas del frente norte de la capital los trenes volvieron a circular y la gente se fue a casa. En Járkov el reloj se paró el 24 de febrero y desde entonces es una ciudad en guerra.

Incredulidad

Aleksei vivía a solo diez minutos de una parada que antes empleaba cada día para ir al centro de la ciudad. "Nunca imaginé que fuera a vivir en la estación porque nunca se me pasó por la cabeza que Rusia iba a atacarnos. Dos meses después sigo sin poder creerlo, subo las escaleras, salgo a la calle y no creo lo que ven mis ojos y lo que escuchan mis oídos", se pregunta este ingeniero jubilado que ya no tiene piso al que volver porque ha quedado destrozado en un bombardeo. El ataque continuado deja hasta ahora más de medio millar de muertos, de ellos un centenar de niños, y más de 2.000 edificios dañados.

El trabajo que se hace es voluntario, nadie cobra. Irina ejerce de peluquera aunque "no había cortado el pelo en mi vida, pero las mujeres ucranianas podemos con todo y si se necesita cortar el pelo, lo hacemos", responde maquinilla en mano. En la parte trasera de su improvisada peluquería -no es más que un taburete- Vitaly Marchenko acaricia a su gato, Roma. Profesor de secundaria, Vitaly también ha perdido su casa. Su novia ha encontrado refugio en Austria, pero él se queda porque "esta es mi patria y mi gente, no puedo irme ahora".

Roma es una de las muchas mascotas que conviven ahora bajo tierra y además de gatos se ven perros de todo tipo, pájaros y loros de colores. Vitaly admite que "el metro no es lo más cómodo y no hay privacidad, pero sí es el lugar más seguro. Hay gente que se queda en los sótanos de las casas, pero no son seguros. Aquí no se escuchan las explosiones ni en los peores días de bombardeo, vives ajeno a la guerra, si no sales al exterior desconectas del todo. Es la mejor herencia que nos pudo dejar la URSS, estos metros preparados para la guerra". El de Járkov fue el segundo suburbano del país tras el de Kiev y el sexto de la Unión Soviética.

Los mensajes optimistas de los últimos días sobre el avance militar ucraniano en el frente de Járkov y la liberación de una decena de aldeas no ha tenido impacto alguno entre estas quinientas personas que no se moverán de aquí hasta que las bombas callen del todo. "Están al lado, Rusia si quiere puede simplemente atacarnos desde su territorio y reducir la ciudad a escombros con misiles. El centro ya está muy dañado y Saltivka recibe proyectiles cada día. ¿qué será lo siguiente?", es la duda de Konstatin, que a sus 80 años se ha habituado a la vida en la estación y destaca que "lo mejor es que nos hacemos compañía, no me puedo imaginar vivir esto solo en mi casa".

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