Una ucraniana y una rusa, unidas por Putin en una frontera

Una joven rusa y una niña ucraniana conforman las distintas caras de los damnificados en Polonia. Ekaterina, que auxilia a los refugiados, ya siente la rusofobia mientras Nadia ha visto truncada su adolescencia.

Ciudadanos ucranianos en un campo de refugiados en Polonia
Ciudadanos ucranianos en un campo de refugiados en Polonia
Efe

Ekaterina, que pide no desvelar su apellido, lleva ya tres años sin ver a su familia. Justo desde que esta joven de 24 años se fue de Rusia a vivir con su marido, un oficial de inmigración polaco, en una localidad cercana a la frontera con Ucrania, Boratyn. "Primero fue la pandemia y ahora es la guerra. Creo que no los voy a ver en mucho tiempo", comenta apesadumbrada. Pero sí que habla con ellos, y se entristece cuando ve la actitud de "una gran parte de la población rusa" hacia la invasión. "La gente vive en un clima de desinformación y miedo. El Gobierno controla la prensa y la televisión, donde solo se informa de lo que el Kremlin quiere. Los medios que se atreven a dar una visión distinta acaban cerrados y los ciudadanos que ponen en duda la versión oficial o protestan contra la invasión, en el cuartel o en la cárcel", cuenta.

Ella, sin embargo, sabe bien lo que sucede en Ucrania. No solo porque se lo cuenta su esposo, que está destinado en uno de los pasos fronterizos por los que cada día cruzan miles de personas que huyen de la invasión, sino porque lo ve en primera persona: ha decidido ayudar a los refugiados que llegan a Polonia. "Hago sobre todo de intérprete, pero ayudo en cualquier cosa que me pidan. Muchos no saben que soy rusa, y, aunque no lo escondo, lo prefiero porque entendería que recelasen de mí. Es un reto que no me vean como al enemigo", explica. De momento, parece que lo está consiguiendo, porque las mujeres se acercan a ella en confianza.

Es su forma de redimirse por lo que hace Vladímir Putin. "No puedo decir que me sienta orgullosa de ser rusa. Pero yo no puedo parar a Putin, no puedo cambiar la política de mi país, así que lo único que me queda es poner mi granito de arena", señala, preocupada también por la rusofobia que se extiende por el mundo, como sucedió con la sinofobia al inicio de la pandemia. "Espero que se entienda que la gente no es el Gobierno y que los rusos también somos víctimas de Putin, que nos ha empobrecido con esta guerra", apostilla Ekaterina, pensando en las consecuencias que las sanciones económicas están teniendo en su país. Como muchos otros, ella nunca pensó que Putin fuese a invadir Ucrania.

"Algo del pasado"

Ahora no sabe cómo acabará el conflicto. "Creía que las guerras eran algo del pasado, de esas cosas que te enseñan en los libros de texto. Nunca creí que fuese algo que yo iba a experimentar de cerca", afirma entristecida. Cuando se le pregunta sobre el papel que deberían jugar la OTAN y Occidente en general, se queda en silencio y duda un momento. "El corazón pide hacerle frente, también militarmente. Pero creo que podría empeorar la situación, porque él tiene menos que perder que Europa". No obstante, Ekaterina considera que no hacer nada tampoco es una opción. "No tengo respuestas. Por eso me dedico a hacer lo que buenamente puedo por los que cruzan la frontera", concluye.

Es el caso de Nadia, adolescente ucraniana de 14 años que tras una pizpireta sonrisa esconde a un drama. Baja la cabeza, azorada, y se tapa la boca cuando ríe, muestra de una timidez que se desvanece cuando se le pregunta por su odisea hasta alcanzar la escuela de Boratyn, en Polonia. "Mi madre decidió que teníamos que marcharnos de Krivoj Rog antes de que empezasen los bombardeos porque temía que entonces no pudiésemos escapar de la guerra", cuenta.

Junto a su hermana y una de las mejores amigas de su madre, pusieron rumbo a la frontera en tren. "Pero luego tuvimos que caminar durante unas cuantas horas, y en Inmigración había una cola muy larga", recuerda. A los ucranianos que tienen pasaporte les toca una fila, y a los que no tienen, otra diferente. "Nos tuvimos que separar, porque mi madre y su amiga tienen pasaporte, pero mi hermana y yo no", señala. No en vano, es la primera vez que salían de su país.

Momentos tensos

Nadia recuerda ese como uno de los momentos más tensos, junto con el de buscar un lugar donde quedarse en Polonia: "Tuve miedo de quedarnos solas entre la muchedumbre, pero no hubo problemas. Al otro lado de la frontera, cogimos un autobús a Varsovia con la esperanza de que alguien nos acogiese allí, pero no encontramos a nadie". Fue entonces cuando un hombre les habló del refugio en Boratyn y confiaron en él, a pesar del riesgo que ello supone. "Claro que estábamos preocupadas, pero necesitábamos ayuda", comenta. Precisamente, esa es la desesperación que explotan las mafias que trafican con mujeres y niños.

Afortunadamente, el ofrecimiento era bienintencionado y ahora las cuatro esperan que la contienda acabe pronto para poder regresar a su casa, que no esté destrozada y reencontrarse con su padre. Pero Nadia hace una mueca de resignación y afirma que, en su opinión, "la guerra durará mucho tiempo". Por eso, le preocupa que esto pueda afectar a su futuro a largo plazo. "Ya estaba pensando en qué quería estudiar en la universidad, sin embargo ahora todos los planes se han derrumbado", concluye. Nadia no quiere ser refugiada ni vivir en un país diferente.

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