Ucrania reconcilia a Biden con la oposición

El riesgo de invasión de Rusia obliga al Congreso a cerrar filas presionado por los intereses armamentísticos.

US President Joe Biden speaks at Carnegie Mellon University in Pittsburgh, Pennsylvania
US President Joe Biden speaks at Carnegie Mellon University in Pittsburgh, Pennsylvania
DAVID MAXWELL

Esta semana, a la vez que sus índices de aprobación marcaban un nuevo récord a la baja (39%, según Rasmussen Reports), el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, recibía un inusual cumplido del líder de la oposición, Mitch McConnell, por el manejo de la crisis de Ucrania. "Creo que se mueve en la dirección correcta", celebró. "Está preparado para dar pasos antes de la incursión, no después", añadió.

Hace menos de dos meses el mandatario se enfrentaba no solo a las críticas de los republicanos, sino también a las de su propio partido, que también vive una inusual corriente de bipartidismo en el tema ucraniano. La delegación de legisladores que a principios de diciembre visitó Kiev volvió decidida a presionar a la Casa Blanca para que se tomara en serio la seguridad de Ucrania en forma de armas.

Los republicanos hubieran querido que fuese también en forma de gas. En concreto, vetando la construcción del gaseoducto que se saltará Ucrania para conectar directamente la energía rusa con Alemania. Para ellos, el Nord Stream 2 es la última línea de defensa para evitar la invasión, pero la Casa Blanca insiste en bailar con Berlín para mantener la unidad de los aliados.

La solución de compromiso es reservarse esa bala para cuándo Moscú cruce la línea roja, que en este caso coincide indeleblemente con la frontera ucraniana. Alemania habría aceptado renunciar a esa importante fuente de suministro energético si Rusia da el temido paso porque el gaseoducto aún está pendiente de aprobación regulatoria en Bruselas. El canciller, Olaf Scholz, discutirá los detalles con Biden hoy durante su visita a la Casa Blanca, con la que se espera empezar a cultivar los lazos personales que tanto echa de menos de su predecesora Angela Merkel. "Obviamente Scholz no es Merkel", dijo en privado un alto cargo del Ejecutivo norteamericano.

El gaseoducto Nord Stream 2 es el último obstáculo que queda para cerrar las negociaciones de sanciones preventivas que elabora el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, donde, según el senador demócrata Chris Murphy, hay acuerdo en el 95% del paquete. Ese 5% restante depende de cerrar el grifo antes o después de la incursión rusa.

McConnell es partidario de enseñarle los dientes a Putin con medidas preventivas antes de que sea tarde. Los demócratas algo menos aguerridos, como el senador Mark Warner, presidente del Comité de Inteligencia del Senado, cree que eso podría darle la excusa que busca para justificar la invasión en base a sus intereses de seguridad nacional. Como él, muchos creen que bloquear el gaseoducto debería ser una carta disuasoria, porque si Estados Unidos descarga todas las armas antes de empezar la guerra se quedará sin balas.

Nadie habla de mandar soldados a suelo ucraniano. En Estados Unidos no hay apetito para la guerra después de haber cerrado con deshonor la de Afganistán, 20 años y 2.3 billones de dólares después. Ni siquiera uno de cada seis norteamericanos desea enviar tropas a Ucrania en caso de una invasión (15.3%, según una encuesta del Grupo Trafalgar). La opinión pública solo acepta honrar su compromiso con la OTAN para defender a los países de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte, pero incluso en ese caso muchos recuerdan las palabras de Trump con respecto a quién carga con el peso económico y militar de sufragar a la OTAN. Ni siquiera el 40% de los treinta países miembros cumple con el requisito de aportar el 2% de su PIB. Eso incluye a la mitad de los que forman la Liga de Bucarest, creada en 2015 en Rumanía. Son precisamente los que integran el flanco Este de la OTAN y más necesitan de su apoyo para contener la ambición rusa.

"Si los europeos no están dispuestos a gastar su propia sangre y botín en su autodefensa, ¿por qué se debería esperar que lo hagan los estadounidenses?", preguntó el pasado lunes un periodista a la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki. El argumento sonaba a Afganistán, donde la falta de voluntad del Ejército local para luchar contra los talibanes justificó una atropellada retirada. El Gobierno de Biden no está dispuesto a repetir las imágenes de otra evacuación a lo Saigón. Por eso hace dos semanas que recomendó a todos sus americanos que abandonasen Ucrania y evacuó a las familias de sus diplomáticos, por mucho que el Gobierno de Kiev lo tache de histeria. "Hemos verbalizado muy claramente que éste es el momento de marcharse", insistió la Casa Blanca. "No hay intenciones ni planes para una evacuación militar", añadió.

Sin apetito bélico

Si no hay apetito para la guerra, ni necesidad de defender a un aliado de la OTAN, ¿por qué han cerrado filas demócratas y republicanos en la crisis de Ucrania? Desde la invasión de Crimen en 2014 Estados Unidos ha proporcionado 2.700 millones de dólares a Kiev en "asistencia" a su seguridad, mayormente en préstamos para comprar armas y equipo militar a los fabricantes norteamericanos. El último envío por valor de 200 millones llegó la semana pasada en siete aviones de carga, que transportaron 585 toneladas de rifles, municiones, lanzacohetes y misiles antitanques Javelin tras la visita del secretario de Estado Anthony Blinken. "¡Esto no es lo último, seguirán viniendo!", escribió en Twitter el ministro de Defensa ucraniano, Oleksiy Reznikov. Al día siguiente hizo una demostración a la prensa internacional con lanzamiento de misiles para enseñar los dientes a Rusia.

Los fabricantes de armas y equipo militar han invertido 2.500 millones de dólares en las últimas dos décadas en influir al Congreso y han donado directamente 285 millones de dólares a las campañas de los legisladores, según Open Secrets. Algunos de los más beneficiados son precisamente los senadores demócratas Bob Menendez y Jack Reed, que estos días negocian las sanciones y ventas de armas a Ucrania, como presidentes del Comité de Relaciones Exteriores -donde Biden sirvió durante dos décadas- y de Servicios Armados del Senado, respectivamente.

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