Retrato de la doble violencia sobre las mujeres en las guerras

La mirada de Candida Kataña, víctima de una mina en Angola, y de muchas otras resumen ese sufrimiento extra para las mujeres en un nuevo libro del fotoperiodista Gervasio Sánchez. 

Candida Kataña, víctima de una mina, con sus dos hijos. Huambo (Angola), abril de 1997
Candida Kataña, víctima de una mina, con sus dos hijos. Huambo (Angola), abril de 1997
Gervasio Sánchez

No es igual ser mujer que hombre en una guerra, una hambruna o una epidemia. En las catástrofes bélicas hay violencias específicas contra las mujeres o las mujeres las viven de una manera distinta. Siempre hay un sufrimiento extra. Si pisa una mina antipersona y sufre una amputación, a menudo será abandonada por su marido. En Angola o Mozambique simplemente se van de casa porque "mi mujer ya no es completa", como he escuchado en muchas ocasiones en ambos países.

Los desaparecidos son casi siempre varones. Son secuestrados, trasladados a lugares secretos, torturados, asesinados y enterrados en fosas comunes clandestinas o lanzados al mar. Las mujeres, madres, esposas o hijas son las encargadas de buscarlos durante años y décadas. A veces durante toda la vida, otras por generaciones.

He conocido mujeres que perdieron a sus seres queridos cuando eran muy jóvenes y nunca han vuelto a tener una relación amorosa. Otras han tenido que defender al marido desaparecido que la maltrataba y le pegaba antes de ser secuestrado. No se consideran viudas ni divorciadas. Siguen casadas con un desaparecido aunque sospechen que nunca lo encontrarán. Los hombres, en cambio, no tienen tantas dificultades para rehacer sus vidas y formar una nueva familia. Cuando han pasado décadas de sacrificios es perfectamente razonable afirmar que la mujer que busca y lucha por la memoria de la víctima ha sufrido un tipo de violencia aún más execrable que la del ser querido desaparecido.

En las crisis de refugiados son las mujeres las que se tienen que hacer cargo de los hijos más pequeños. Llevarlos en brazos o cargados en la espalda es lo habitual cuando se produce una gran desbandada. La malnutrición infantil severa aparece con rapidez y son las mujeres o las niñas las que deben recorrer largas distancias para encontrar agua o alimentos en lugares desconocidos. Los niños más débiles mueren de hambre, cólera, malaria, tuberculosis casi siempre en brazos de sus madres. Es posible que el padre esté trabajando o buscando sustento, pero es la madre la que sufre el trance de ver morir a su pequeño.

En muchos países los niños son secuestrados a edades muy tempranas, algunos menores de 10 años. Los varones son convertidos en soldados y se les prepara para hacer sufrir, amputar, violar o matar. A las niñas se las convierte en esclavas sexuales. Los niños pueden sufrir un maltrato a base de golpizas o castigos. Las niñas son sistemáticamente violadas, muchas veces en grupo, en ocasiones hasta la muerte.

Video con algunas de las fotografías de Gervasio Sánchez con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia de Género.

Crimen contra la humanidad

A pesar de que la violencia sexual se utiliza de manera generalizada como arma de guerra desde hace siglos o milenios, ha habido que esperar casi al final del primer decenio del siglo XXI para que se reconociese como un crimen contra la humanidad.

Durante la II Guerra Mundial, "el desprecio que sentían muchos soldados alemanes por los ‘Untermenschen’ (‘subhumano’ en alemán, término empleado por los nazis para referirse a las personas inferiores) orientales cuando invadieron la Unión Soviética contribuyó sin duda al trato despiadado que recibieron las mujeres ucranianas y rusas", recuerda Keith Lowe en su fantástico libro ‘Continente salvaje’.

"Cuando cambió la situación y el Ejército Rojo avanzó sobre Europa central, decenas de miles de mujeres de origen alemán fueron violadas y luego asesinadas en una orgía de violencia ciertamente medieval", cuenta Lowe. Hasta al menos el año 1948 el mayor peligro para las mujeres y las menores en las zonas ocupadas por los Aliados era ser violadas por soldados pertenecientes a los países que derrocaron al régimen nazi.

No fue hasta la IV Convención de Ginebra de 1949 cuando se mencionó la violación por primera vez, aunque no se consideró un crimen de guerra grave. Y hubo que esperar a la creación de los tribunales internacionales que juzgaron los genocidios de Bosnia-Herzegovina o Ruanda en los años noventa para que se castigase la violencia sexual con más severidad.

Fue en junio de 2008 cuando el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la Resolución 1.820 que señalaba que "la violación y otras formas de violencia sexual pueden constituir crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad o un acto constitutivo con respecto al genocidio". Por fin, desde diciembre de 2010, hace poco más de una década, la resolución 1.960 exige la persecución de los responsables de actos de violencia sexual.

En 2011, quince mujeres indígenas de Guatemala denunciaron el brutal trato recibido por soldados del ejército regular a principios de la década de los años ochenta. Durante seis meses fueron detenidas, violadas y esclavizadas. El caso causó un gran revuelo y se convirtió en la primera condena en el mundo por un delito de esclavitud sexual durante un conflicto armado.

Verdaderamente no hay situación más dura para un periodista que entrevistar a mujeres violadas. Incluso con el beneplácito de la víctima, este tipo de entrevistas te preñan de dolor y constituyen un descenso a los infiernos en medio de la fragilidad y la desesperación. Muchas mujeres deben ocultar el horror vivido a sus propios maridos para evitar ser abandonadas o acusadas de no haberse resistido hasta la muerte.

La ejemplaridad de muchas mujeres en las situaciones más violentas y absurdas permite seguir creyendo que no todo está perdido, aunque a veces sea difícil distinguir un ápice de esperanza en plena catástrofe.

Blanca Nubia Díaz de 58 años, madre de Irina del Carmen Villero Díaz, de 15 años, secuestrada, violada por una decena de paramilitares y asesinada. Bogotá (Colombia), noviembre de 2011.
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Blanca Nubia Díaz

Blanca Nubia Díaz de 58 años, madre de Irina del Carmen Villero Díaz, de 15 años, secuestrada, violada por una decena de paramilitares y asesinada. "Unos aldeanos encontraron su cadáver semidesnudo con señales de tortura y las manos rotas. En aquellos días mataron a varias menores, decían que por ir con ropas ligeras; alguna apareció con los pechos rociados de ácido. He sido amenazada de muerte y he huido por pedir que se haga justicia", cuenta la mujer. En la primera década del siglo XXI 400.000 mujeres y menores colombianas fueron violadas por militares, paramilitares y guerrilleros en Colombia. Bogotá (Colombia), noviembre de 2011. Foto Gervasio Sánchez

Halima de 19 años. Herat (Afganistán), mayo de 2011.
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Halima

Halima de 19 años, se intentó suicidar quemándose a lo bonzo con gasolina para protestar por la oposición de su familia a su divorcio. Se casó a la fuerza con un hombre que la obligó a abandonar sus estudios. La joven ha sufrido varias intervenciones quirúrgicas para trasplantarle piel de sus piernas a la parte de su cuerpo quemado. Afganistán es el único país del mundo donde el número de mujeres que se suicidan es mayor que el de hombres. La mayoría son jóvenes entre los 14 y 21 años. Las que sobreviven arrastran secuelas de por vida y las familias lo silencian porque se considera una deshonra. Herat (Afganistán), mayo de 2011. Foto Gervasio Sánchez

Violeta Berrios, Vicky Saavedra y una familiar del mecánico José Rolando Hoyos Salazar. Desierto de Atacama (Chile), julio de 1999.
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Fosa clandestina

Violeta Berrios, pareja del taxista y comerciante Mario Argüelles, Vicky Saavedra, hermana del estudiante José Gregorio Saavedra González, fusilado con 17 años, y una familiar del mecánico José Rolando Hoyos Salazar muestran fotografías de sus seres queridos en la fosa clandestina en la que fueron enterrados a 14 kilómetros de Calama, al norte de Chile, tras ser ejecutados extrajudicialmente en octubre de 1973. Durante 17 años estas mujeres buscaron los cuerpos y excavaron en una decena de lugares diferentes. Un testigo de la inhumación ilegal indicó el lugar exacto del enterramiento ilegal. Pero la fosa había sido removida y solo aparecieron algunos restos de 13 de las 26 personas asesinadas. El juez Juan Guzmán ordenó el 29 de enero de 2001 el arresto y el procesamiento criminal de Pinochet como ‘autor inductor’ de estos homicidios. Desierto de Atacama (Chile), julio de 1999. Foto Gervasio Sánchez

Sarajevo (Bosnia-Herzegovina), febrero de 1994.
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Aida, Selma, Tina y Dzenita 

Aida, Selma, Tina y Dzenita tienen entre 10 y 11 años en febrero de 1994, dos años después de empezar el cerco de Sarajevo. Tres de ellas viven en el mismo edificio y la cuarta, en el de al lado y van a la misma escuela. Suelen jugar juntas en la calle a 300 metros de las posiciones de los sitiadores en la llamada primera línea del frente. Utilizan el taxi destrozado del padre de Aida que está aparcado en la calle para cuidar a los animales que son heridos durante los bombardeos. Más de un cuarto de siglo después, cada una vive en una esquina diferente de Europa. Aida viajó a Finlandia tras la guerra y allí formó su familia. Dzenita emigró a Alemania hace tres años para mejorar la vida de su hija, con varias discapacidades. Tina se enamoró de un soldado italiano y vive en Italia. Solo Selma se quedó en Sarajevo. Las cuatro tienen ya ocho hijos. Sarajevo (Bosnia-Herzegovina), febrero de 1994. Foto Gervasio Sánchez

Mujeres desgranando arroz.  Suchitoto (El Salvador), enero de 1992.
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Desgranando arroz

Mujeres desgranan el arroz en una localidad muy golpeada por los combates durante doce años de guerra cuando falta una semana para que se firme la paz. Los jóvenes se siguen escondiendo mientras los soldados del ejército regular se pasean relajadamente. El asesinato colectivo y el ensañamiento con las víctimas han sido prácticas comunes. Es difícil encontrar a una mujer a la que no hayan matado a un hijo o un familiar cercano. En el cementerio, muchas tumbas pertenecen a jóvenes que murieron en los peores años de la guerra sucia y que, por temor, fueron enterrados sin nombre. Suchitoto (El Salvador), enero de 1992. Foto Gervasio Sánchez

Tity Mbayo, exniña soldado de 13 años. Freetown (Sierra Leona), enero de 2001.
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Tity Mbayo

Tity Mbayo, exniña soldado de 13 años, vive en un piso tutelado. Solo el 8% de los menores desmovilizados son niñas. Muchas de ellas se han convertido en esposas de combatientes y madres de sus hijos y no se benefician de las ventajas de los programas de rehabilitación tras decir adiós a las armas. Muchas murieron a causa de las palizas, las violaciones o las enfermedades venéreas. Freetown (Sierra Leona), enero de 2001. Foto Gervasio Sánchez

Voluntarios trasladan a mujeres y niños sirios rescatados de una patera. Enfrente de la costa libia (Mediterráneo central), junio de 2017.
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Rescatados de una patera

Voluntarios trasladan a mujeres y niños sirios en una lancha rápida. Han sido rescatados de una patera a punto de capotar que navegaba a la deriva en aguas internacionales. El rescate masivo es realizado por barcos pertenecientes a organizaciones humanitarias. Los guardacostas libios solo están interesados en los motores fueraborda, que trasladan a sus barcos para revenderlos. Las pateras son incendiadas en pleno mar. Enfrente de la costa libia (Mediterráneo central), junio de 2017. Foto Gervasio Sánchez

Fatimetu Mojtar Ahmed. Campamento saharaui de Bojador, octubre de 2016.
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Fatimetu Mojtar Ahmed

Fatimetu Mojtar Ahmed se coloca el pañuelo; vino a Zaragoza durante cuatro veranos entre los 8 y los 12 años gracias al programa Vacaciones en Paz. Vive con sus padres Hadiya y Mujtar y sus hermanos Ahmed, Mayub. Selamu, Marian, Embar y Ali. La inmensa mayoría de los saharauis sobrevive en tiendas de campaña o en casas de adobe de estructura muy frágil. Carece de agua corriente o luz eléctrica. Campamento saharaui de Bojador, octubre de 2016. Foto Gervasio Sánchez

‘Violencias. Mujeres. Guerras’, editado por Blume

‘Violencias. Mujeres. Guerras’

Editado por Blume con el apoyo del Instituto Aragonés de la Mujer, se presenta este martes 23 de noviembre en el Centro Joaquín Roncal.

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