Estados Unidos se replantea su posición en el mundo tras el fiasco de Afganistán

Los republicanos tachan a Biden de débil y añoran la mano dura de Trump para encontrar el 'respeto' perdido.

Concentración en Nueva York al grito de "Afganistán libre".
Concentración en Nueva York al grito de "Afganistán libre".
ANDREW KELLY

La historia hay que mirarla a vista de pájaro, porque de cerca provoca miopía. Cada presidente de Estados Unidos -menos Donald Trump- tiene en su expediente un borrón negro en su política exterior teñido de sangre.

En 1979 Carter perdió ocho soldados y un civil en la fallida operación 'Garra de Águila' con la que pretendía terminar la crisis de los rehenes en Irán. Reagan tuvo que apuntarse 241 muertos en 1982 cuando un camión bomba explotó en los barracones de sus marines en Beirut. La Guerra del Golfo costó a George H. Bush y a su coalición 379 vidas. Mogadiscio, a Bill Clinton, 19 militares muertos. George W. Bush batió todos los récords con la coartada de vengar los 3.000 muertos del 11-S. Y Barack Obama perdió al embajador de Libia en los ataques contra el consulado de Bengasi.

En ese contexto se encaja el brutal atentado del aeropuerto de Kabul en el que han muerto 13 soldados estadounidenses y 170 civiles. La ironía es que Joe Biden forzó la abrupta salida de Afganistán porque tenía demasiado presente su propia angustia de padre como para enviar los hijos de otros a una guerra que hace mucho daba por perdida. En el proceso de rematarla ha tenido que hacer las llamadas de condolencias a las familias que siempre temió recibir cuando su hijo Beau estuvo desplegado en Irak. Hasta este momento el presidente no se había estrenado en siete meses de gobierno.

Sed de venganza

La sombra de todas esas carnicerías planea estos días sobre su presidencia. Las victorias se celebran en el cañón de los héroes y las derrotas se conjuran en Hollywood, donde más tarde o más temprano aparecerá la caída de Kabul en formato de 'Apocalypse Now' o 'Black Hawk derribado'. Hasta entonces Biden sólo quiere salir de su Vietnam y la oposición crucificarle por lo único que puede doler más a los estadounidenses que un baño de sangre: la humillación de la derrota.

La jauría patriótica está sedienta de venganza, el ataque con drones de ayer no la calmará, aunque a la opinión pública no le queden ganas de más batallas después de dos décadas de guerra. Los talibanes, dicen los expertos que hacen de cabezas parlantes, no les han derrotado: Estados Unidos se ha derrotado a sí mismo por la falta de planificación para una retirada que ya estaba pactada con el enemigo y anunciada a bombo y platillo. Los 10 días que duró la marea humana en el aeropuerto de Kabul dieron tiempo suficiente a los terroristas para cubrirse de gloria con un atentado a un objetivo fácil que ha elevado al Estado Islámico afgano del oscurantismo al grupo terrorista de moda.

Osama Bin Laden citaba en sus discursos "la derrota de las fuerzas estadounidenses en Beirut" como prueba de que se podía amedrentar al imperio si se le golpeaba con fuerza. De ahí que algunas voces pidan estos días al Gobierno de Biden lo que creen que les ha escatimado: un presidente fuerte. Si el columnista Marc Thiessen reclamaba el viernes en las páginas de 'The Washington Post' "una demostración de fuerza", había que escuchar a la cadena Fox.

Nadie en esas esferas se planteaba la derrota afgana como el fin del imperio americano y ni siquiera como una cura temporal para las ansias intervencionistas que caracterizan al país norteamericano desde que asumió el papel de sheriff del mundo con la liberación nazi de la II Guerra Mundial. La reflexión de fin de era viene de fuera y de la mano de los intelectuales a los que el Gobierno no quiere dar la menor oportunidad hasta que complete la misión en la que está centrado.

Escaños en el Congreso

Para la oposición y sus plañideras televisivas, lo que falta en Estados Unidos es un dirigente fuerte como Donald Trump al que el mundo tema y respete. El fiasco de Afganistán es el mayor dardo al centro de la credibilidad de un presidente recién llegado que hizo campaña con su experiencia en seguridad nacional y política exterior como plato fuerte.

Las imágenes de Saigón, Beirut y Mogadiscio, sintetizadas en Kabul, encajan a la perfección con la imagen del país en decadencia que quieren colgarle en apenas siete meses. Para la audiencia de Fox, el número récord de detenciones en la frontera, la inflación galopante, el gasto público disparado y la nueva oleada de la pandemia son testamentos de la hecatombe que representa el gobierno de un presidente demócrata que consideran débil y senil. La posibilidad de que su partido pierda incluso el bastión de California en el referéndum para destituir al gobernador Gavin Newsom termina de cuadrar la imagen trumpiana de Mad Max con la que esperan recuperar el Congreso en noviembre el año próximo.

Para los que esperan que los fiascos de Irak y Afganistán pongan fin al intervencionismo estadounidense en el mundo, los expertos son pesimistas. "Estados Unidos es adicto a las guerras", concluye el experto en traumas colectivos Jack Saul. "Hasta que esta sociedad haga una reflexión seria de lo que suponen, no hay esperanza".

La resaca y el espejismo de los drones pueden dar una tregua, pero falta mucho para que Washington decida conquistar otros países con infraestructura, como hace China. Biden sabe que esa es la guerra que hay que librar en pleno siglo XXI, pero ni la oposición ni los terroristas se lo pondrán fácil.

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