Los talibanes preparan ya su emirato

El poder que los rebeldes mantenían a la sombra sale a la luz en una sola semana de combates en la que han dominado más de la mitad de Afganistán.

Talibanes en Herat, tras hacerse con el control de la ciudad.
Talibanes en Herat, tras hacerse con el control de la ciudad.
EFE

En apenas una semana los talibanes han dado un giro radical a las últimas dos décadas que ha vivido Afganistán con presencia militar estadounidense. La insurgencia avanza de manera imparable y, tras la toma de Herat y Kandahar el jueves, en las últimas 24 horas ha logrado «liberar», tal y como informan en sus comunicados, Qalat, Terenkot, Pul-e Alam, Feruz Koh, Qala-e Naw y Lashkar Gah.

Esta última es la capital de Helmand, principal centro de cultivo de opio del país y uno de los bastiones tradicionales del movimiento que ha sido duramente castigado por las fuerzas internacionales desde 2001. La mayoría de victorias se producen sin apenas combates, no hay baño de sangre ni destrucción, lo que convierte el avance insurgente en un paseo triunfal cuyo objetivo final es llegar a Kabul.

La bandera blanca del Emirato ondea ya en 18 de las 34 capitales de provincia y la administración talibán, que en muchas de las provincias gobernaba hasta ahora en la sombra, trata de hacer una transición lo menos dramática posible y lo consigue gracias a la fuerte red de lealtades tejida en los últimos años.

Buscando arrepentidos

Las autoridades islamistas emitieron este viernes un comunicado de perdón dirigido a «quienes aún trabajan para la Administración de Kabul. Así que no desperdicien esta oportunidad de oro, entréguense y trabajen con el emirato islámico para la reconstrucción del amado Afganistán. Las personas que han realizado algún tipo de trabajo en el Gobierno durante los últimos 20 años no deben tener miedo de los talibanes. Todos los vemos como hermanos. Dejemos de oponernos y vivamos una vida cómoda».

Esta especie de oferta de 'arrepentimiento' llega, sin embargo, de la mano de los primeros ahorcamientos y castigos públicos en algunas de las plazas conquistadas. Es todo un ejemplo de la vuelta de la lectura rigorista del Islam que ya impusieron los talibanes en el país entre 1998 y 2001.

«Siempre han tenido simpatizantes en todo el país. El Gobierno de Kabul estableció un sistema corrupto que repartía todas las ayudas y el dinero de la comunidad internacional entre los suyos. La gente en las zonas rurales apenas recibía nada de las autoridades y para ellos, que son la gran mayoría, estar bajo el mando talibán no supone un gran cambio», explica a este periódico Torek Farhadi, ex asesor del presidente Hamid Karzai. En su opinión, «el gran desafío es saber qué pasará con la situación de las mujeres. Los talibanes deberían ser más flexibles a la hora de permitir su educación y participación en el mundo laboral de lo que fueron en el pasado. Es una de las grandes incógnitas».

Mientras Estados Unidos y Reino Unido anuncian el envío de tropas a Kabul, pero no para defender la ciudad sino para asegurar la evacuación de sus nacionales, el presidente Ashraf Ghani reunió al Consejo de Seguridad Nacional y se mostró dispuesto a «permanecer firme ante los terroristas». Frente a los rumores cada vez más intensos sobre su posible dimisión, Ghani apeló a «la defensa por todos los medios de nuestro sistema» y se mostró «orgulloso» de las fuerzas de seguridad.

«Los gobernadores más cercanos a Ghani se han rendido. Laghmani pactó su salida segura de Ghazni y lo mismo hizo Rahimi en Logar, la provincia natal del presidente. Ghani no tiene manera de ganar esta guerra en la que hasta sus más allegados le abandonan», sentencia Farhadi. El presidente está cada vez más solo en su palacio y la dimisión parece la única salida.

El último refugio

Kabul se ha convertido en el último lugar seguro para miles de afganos que escapan de la zona bajo control talibán. Los billetes de avión han disparado sus precios ya que el aire es la única salida segura de una capital cuyas principales vías de acceso están bajo control de la insurgencia. «Todos nos han abandonado, desde la comunidad internacional hasta los países vecinos. Estamos solos y comienza a sentirse el pánico entre la gente», apunta desde Kabul el trabajador humanitario Edris Lufti, que lleva días apoyando a los desplazados internos que llegan a la ciudad y se instalan en parques y calles.

Según los datos de Naciones Unidas ya son más de 400.000 los desplazados internos y desde ACNUR, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, pidieron a los países vecinos que no cierren sus fronteras para permitir la salida de civiles que huyen de los talibanes. Ayer, el Ejército de Pakistán se empleó con fuerza para frenar la entrada de cientos de afganos en el cruce de Chaman-Spin Boldak. La única excepción realizada por las autoridades de Islamabad fueron los periodistas afganos que trabajan para medios extranjeros, a quienes les ofreció visados para cruzar la frontera.

Los civiles que quieren salir ante la llegada de los talibanes se enfrentan a la falta de visados y los altos precios de los aviones. Los residentes internacionales cuentan con el respaldo de sus Gobiernos para organizarles la evacuación y se han ido refugiando en las legaciones diplomáticas, algunas de las cuales están ya totalmente saturadas, a la espera de una marcha inminente.

Naciones Unidas evalúa la situación de seguridad «cada hora» y ha trasladado ya a parte del personal de provincias a Kabul, pero de momento no se plantea una evacuación. El organismo internacional cuenta hoy día con 3.000 afganos y 300 internacionales sobre el terreno. 

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