La homofobia europea anida en el este

Los colectivos LGTBI húngaros, convertidos por Viktor Orban en piezas de caza, rechazan renunciar a las calles como su campo de batalla.

Desfile del Orgullo gay celebrado este sábado en Berlín
Desfile del Orgullo gay celebrado este sábado en Berlín
CLEMENS BILAN

Cuando una sociedad pasa cinco décadas bajo el yugo de una dictadura lo normal es que al lograr derribarla el mayor objeto de deseo sea la libertad. Pero no siempre sucede así. Es el caso de Hungría y Polonia -y en menor medida los de República Checa, Eslovenia y Bulgaria-, que han optado por gobiernos con opciones políticas anacrónicas y retrógradas que chocan con un entorno donde desde hace años anidan ideas mucho más avanzadas. Los roces son inevitables. Sobre todo si se comparte un espacio como la Unión Europea, en donde, sin obviar las distintas singularidades, debe primar una filosofía común, sobre todo en el respeto a los derechos humanos.

El último rifirrafe tiene como protagonistas las medidas recién aprobadas por el Gobierno de Budapest para prohibir cualquier referencia a la homosexualidad en las escuelas. Con Rusia como núcleo irradiador de las ideas, los magiares parecen dar un paso atrás de más de un siglo, concretamente hasta 1878, de cuando data su primer código penal que castigó las relaciones entre hombres con hasta un año de prisión. Sin embargo, en 1962, en plena era comunista, la homosexualidad fue despenalizada.

En el exterior este retroceso de derechos ha provocado críticas exacerbadas, pero, ¿qué piensan los húngaros? Tendrán oportunidad de expresar su opinión en el referéndum sine die convocado por su primer ministro, Viktor Orban. Hasta entonces deberemos conformarnos con las encuestas. Según un sondeo del Eurobarómetro en 2006, un 18% de los húngaros apoyaba el matrimonio entre personas del mismo sexo. En diciembre de 2017 en otra prospección demoscópica era ya del 35%.

El alcalde ecologista de Budapest, Gergely Karacsony, pertenece al grupo que integra la posición favorable a la homosexualidad y estima que la consulta es una estrategia de Orban para ganar tiempo y desviar la atención de cuestiones como la inclinación hacia China de su política económica. Karacsony recuerda que su ciudad fue la primera de los países del antiguo bloque comunista que celebró el Orgullo Gay, con presencia de personalidades como la ministra de Asuntos Exteriores, Kinga Göncz; o el secretario de Estado para Recursos Humanos, Gabor Szetey, que se declaró públicamente gay en 2007.

Bulcsú Hunyadi, analista del laboratorio de ideas Instituto Political Capital, también es del parecer de que el Fidesz, el partido gobernante, ya no puede rentabilizar más la buena marcha de la vacunación por el Covid-19 y por ello precisa de otro tema "para recuperar la iniciativa".

Mayoría absoluta

La diputada de la fisurada oposición, Bernadett Szel, considera por su parte que para que un referéndum tenga implicaciones legales es necesario que participe más de la mitad de los votantes registrados. Recuerda que en la consulta de 2016 sobre la migración sólo se acercaron a las urnas el 43%, por lo que fue anulada. No obstante, Orban la declaró una victoria, ya que más del 98% de los que votaron dijeron 'no' al plan de cuotas obligatorias de reubicación de refugiados decretado por la UE.

En su opinión la respuesta debe venir de la calle porque en los hemiciclos es imposible, el líder populista gobierna con mayoría absoluta desde 2010. Se han unido desde la izquierda ecologista a la ultraderecha para tratar de parar el rodillo de Orban en las elecciones legislativas que se celebrarán la próxima primavera. A pie de calle hay que recurrir a colectivos sociales para pulsar el sentir de los magiares. Sebastián Santos Petroff, un trabajador social argentino que lleva diecisiete años viviendo en el país, resumió recientemente para Onda Cero el pensar de muchos sectores sociales. "La ley de aquí es escandalosa porque se equipara al pedófilo con una persona del colectivo LGTBI". "Hay un constante acoso e intimidación", pormenorizaba.

El algunos casos el suicidio es la única salida para una vida instalada en el rechazo general, incluido el de las propias familias. Son muchos los padres que llaman a sus hijos homosexuales enfermos, tarados, deformes... Pese a ello la bandera arcoíris se levanta cada vez con más fuerza contra Orban. La comunidad LGTBI ha dicho basta y se suma a un frente civil y político que aspira a vencer al gobernante en 2022.

Jozsef Lakatos, un joven artista que se hizo muy conocido por pintar en un mural un televisor con la antigua carta de ajuste, cuyos colores coinciden con los de la bandera arcoíris de la comunidad LGTBI, defiende que "la representación de cualquier minoría es importante para que la sociedad pueda simpatizar con ella". Pero en Hungría "los disidentes son expulsados o aislados, cuando no directamente aniquilados".

La diseñadora gráfica Vivien Icsa ha representado esta asfixia como una sombra de cuyo interior emerge un corazón arcoíris. Habla de la culpa y la vergüenza a la que uno se ve empujado cuando el entorno le niega su identidad. "Queremos alzar la voz y contar a todo el mundo cómo nos sentimos", dice. Otro cartel muestra un rostro con los ojos cubiertos por unas manos. Su creadora, Wanda, que porta siempre una mascarilla con la bandera del Orgullo, describe que "el Gobierno señala a un enemigo, usa un chivo expiatorio para obtener votos". Pero también, añade, la norma homófoba ha conseguido aglutinar una comunidad de agraviados con ganas de cambio.

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