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Nueva York desaloja a los sintecho de los hoteles para recibir a los turistas

El respiro de la pandemia ha permitido a algunos rehacer su vida, pero les fuerza ahora al infierno de los albergues públicos.

People visit Little Island Park, almost three acres of new public park space which sits on stilts over the Hudson River and the remnants of Pier 54 in the larger Hudson River Park, on Manhattans West Side, during the parks opening day in New York City, New York, U.S., May 21, 2021. REUTERS/Mike Segar[[[REUTERS VOCENTO]]] NEW YORK-PARK/LITTLE ISLAND
Algunos visitantes en Nueva York.
MIKE SEGAR

Fue fácil pasar de la calle a una habitación de hotel. En las primeras semanas de la pandemia, la covid-19 dejó desnudos a los sintecho en las calles desiertas de Nueva York, sin un McDonald abierto en el que usar el baño. Cuando el virus prendió como la pólvora en los albergues, los activistas forzaron al Ayuntamiento a pagarles habitaciones en los hoteles fantasmas, que de otra manera hubieran tenido que cerrar. Pero ahora que se preparan para recibir al turismo de vuelta toca deshacerse de ellos.

El lunes un autobús escolar recogió a 60 niños grandes que aún quedaban en el hotel Lucerne del elegante Upper West Side. El imponente edificio con más de un siglo llegó a acoger a 300 hombres trasladados de los albergues municipales hasta el señorial enclave de la avenida Amsterdam con la calle 79, muy cerca del Lincoln Center, donde la aristocracia neoyorquina va a la ópera o al ballet.

Los vecinos se quedaron horrorizados. Algunos de estos sin techo agradecieron tanto su suerte que pasaron días sin salir del hotel, estáticos ante el privilegio de tener habitación privada después de haber compartido dormitorios de literas con hasta once personas. Se dieron la ducha más larga de su vida, lloraron de felicidad mirando la calle por las ventanas y durmieron diez horas seguidas en esas camas mullidas con edredones blancos. Otros, después de sufrir la calle con enfermedades mentales, drogadicción y alcoholismo, siguieron merodeando en los aledaños y hasta orinaban en las aceras.

Durante un año la ciudad ha batallado tanto las demandas de los vecinos, que exigían que les reubicasen fuera de sus barrios, como las de las organizaciones de activistas que han intentado que el cambio sólo sea para mejor. Su objetivo era que de los hoteles pasaran a viviendas, pero no volver a atrás. Ninguno de los dos bandos ganó la batalla. Ha sido el capital el que se ha llevado el gato al agua. A pesar de que el Gobierno federal había ofrecido pagar los costes de sus habitaciones hasta final de septiembre, el Ayuntamiento ha decidido sacarlos de los hoteles antes de que acabe julio. Los autobuses amarillos los devuelven a los albergues municipales, donde la covid-19 se cobró más de cien vidas, para dejar sitio a los turistas en los que confían para devolver la vida a la economía.

Esta semana ocho hoteles de Manhattan se desharán de 1.500 residentes que recordarán el año de la pandemia como aquel en el que volvieron a sentirse personas. A algunos les quedaban apenas un mes para entrar en la vivienda de protección oficial que les habían adjudicado gracias a las presiones de grupos de justicia social.

Búsqueda de empleo

Otros confiaban en la reapertura económica para obtener un trabajo que les permitiese pagarse una vivienda digna. Las autoridades les dan hasta 1.250 dólares al mes (unos 1.050 euros) para pagarla, pero en la ciudad de los rascacielos es prácticamente imposible encontrar ni un estudio por ese dinero. La letra pequeña les obliga a firmar un contrato para que se les reembolse, por lo que alquilar una habitación en piso compartido o subarrendar un apartamento de renta antigua no es una opción para ellos. "Todos los días miro en StreetEasy.com y no sale nada por ese precio", dijo al medio 'The City Ashley Belcher'.

Las habitaciones de hotel han proporcionado a los sintecho la oportunidad de poseer un ordenador o una tableta sin que se la roben en la calle y señal para conectarse. Algunos han aprovechado la pausa para hacer cursos por internet y albergaban la esperanza de romper el círculo vicioso que les llevó a dormir en la calle, en los vagones del metro o en el peor de los casos en los albergues municipales, donde pocos podían conciliar el sueño entre los olores a orina, los ronquidos ajenos y el temor a ser violados o robados. La ciudad quiere que todo vuelva a la normalidad, pero para los 9.000 sin techo que regresan a las calles, la normalidad de antes es hoy su peor pesadilla.

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