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"Me siento muerta", dice la superviviente de un cayuco que perdió a sus hijos

La necesidad no la empujó a subirse a un cayuco en Yemen, sino la falta de papeles para desplazarse de forma segura. Cuando la barca volcó frente a la costa de Yibuti, sus tres hijos desaparecieron entre las olas.

Migrantes etíopes se despiertan en la costa de Obock, en Yibuti.
Migrantes etíopes se despiertan en la costa de Obock, en Yibuti.
EFE

La etíope Misrah solo quería visitar a su madre enferma. Esta vez la necesidad no la empujó a subirse a un cayuco en Yemen, sino la falta de papeles para desplazarse de forma segura. Cuando la barca en la que viajaban volcó frente a la costa de Yibuti, sus tres hijos desaparecieron entre las olas.

"Estoy viva, pero me siento muerta", confiesa al acordarse de sus pequeños, hoy enterrados en Yibuti.

"Mis hijos estaban durmiendo cuando el barco viró. Tenía a Ikram en brazos. Yo sabía nadar y por eso sobreviví, desafortunadamente ellos no. Eran muy pequeños y el mar estaba embravecido", recuerda Misrah sobre el naufragio del pasado 12 de abril en el que murieron al menos 44 personas.

Entre ellos, un total de 16 menores también perdieron la vida, según cifras de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), que tras ofrecerle apoyo psicológico y refugio la repatrió a su tierra natal junto a otros 13 supervivientes.

En los últimos seis meses más de un centenar de personas han muerto frente a las costas de Yibuti, según datos de la OIM, en la que constituye la ruta marítima -entre el Cuerno de África y Yemen- más transitada del mundo, utilizada por 138.000 migrantes en 2019.

En 2012, Misrah dejó su casa en la ciudad de Dire Dawa (este de Etiopía) para embarcarse en un arduo y largo viaje, pues muchos migrantes se ven obligados a dividir la travesía en varios años -aceptando trabajos temporales- a fin de pagar a los traficantes que les guían hasta su destino final, para la mayoría Arabia Saudí.

"Quería poder cuidar de mi familia, mi madre y hermanos", explica esta etíope de 27 años en una entrevista con personal de la OIM, "me las arreglé para viajar a Yibuti, donde trabajé como empleada doméstica, y con ese dinero pude viajar en barco a Yemen".

En la ciudad portuaria de Adén -al igual que miles de somalís y asiáticas con salarios que abarcan entre 50 y 150 dólares mensuales- ejerció como limpiadora, y en 2014, se casó con Abdul Basit con quien tuvo tres hijos: el mayor tenía cinco años cuando sucedió el naufragio.

"La mayoría de los migrantes (por la guerra) no pueden cruzar de Yemen a Arabia Saudí y muchos se quedan varados sin un refugio, agua ni comida", detalla a EFE Geremew Aklessa Wassie, director de la Asociación de Trabajadoras del Hogar Mulu Tesfa (MTDWA).

"Esto les expone a un mayor riesgo de racismo, explotación, detención y traslado forzoso por parte de las autoridades", continúa este experto afincado en la región etíope de Amhara. Según datos de la OIM, en la actualidad al menos 6.000 migrantes africanos permanecen retenidos en centros y cárceles yemenís.

"Lo he perdido todo"

Ya a finales de 2020, Human Rights Watch (HRW) denunció las condiciones de centros de deportación en Riad, mostrando en vídeo cómo cientos de migrantes, en su mayoría etíopes, sobrevivían en condiciones inhumanas y maltratados por los guardias.

En las imágenes se ve a unas 350 personas obligadas a permanecer de pie, dormir en turnos -o tumbarse unos sobre otros- debido a la falta de espacio; hacinados entre montículos de escombros y basura.

"Arabia Saudí, uno de los países más ricos del mundo, no tiene excusa para detener durante meses a trabajadores migrantes en condiciones espantosas (y) en medio de una pandemia", reprochó entonces Nadia Hardman, investigadora de HRW sobre los derechos de personas migrantes y refugiadas.

Como denuncian desde hace años grupos de derechos humanos, muchas de las migrantes que terminan en estos centros huyen de trabajos en los que sufren palizas y abusos sexuales por parte de sus empleadores, además de turnos -sin días libres- de hasta 20 horas diarias. Un número indeterminado termina por suicidarse.

Misrah tuvo suerte y recuerda con cariño su vida en Adén. No tuvo que irse a causa del hartazgo o de la frecuente discriminación que sufren quienes son como ella: migrantes negras y extranjeras. Se fue porque su madre había enfermado y quería estar a su lado.

"(Pero) lo he perdido todo", se lamenta hoy con un dolor huérfano, de vuelta al mismo lugar que dejó atrás hace casi diez años cuando decidió luchar por una vida más próspera.

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