diario de afganistán (8)

Justicia (o injusticia) para Farkhunda

La joven fue torturada hasta la muerte en 2015 por acusar a un mulá de vender amuletos. La abogada que llevó el caso trabaja con protección y todavía no se atreve a salir sola a la calle.

Rahel, la abogada que llevó el caso.
Nahila Rahel, la abogada que llevó el caso de Farkhunda.
Gervasio Sánchez

La historia del linchamiento hasta la muerte de Farkhunda Malikzada, de 27 años, cambió la vida de Najila Rahel, la abogada afgana de 36 años que llevó el peso del juicio por petición expresa de sus padres y que hoy confiesa apesadumbrada que “no se hizo justicia”.

El 19 de marso de 2015, Farkhunda, estudiante de religión en una mezquita chiita del centro de Kabul, fue pateada, golpeada con palos y piedras, lapidada, atropellada con una camioneta Toyota, quemada viva y lanzada a un río, después de ser acusada de haber quemado páginas del Corán, libro sagrado del islam.

“La joven había denunciado a un mulá por vender amuletos y el hombre le acusó de haber quemado un Corán, libro sagrado del islam, algo totalmente falso tal como se demostró en el juicio”, recuerda Rahel atrincherada en las oficinas de una asociación independiente de abogados afganos de la que es su vicepresidenta, a la que se accede después de pasar un control de seguridad y protegida por muros de cuatro metros de altura.

El religioso azuzó a decenas de personas contra la joven que se defendió negando las acusaciones. “Durante tres horas Farkhunda sufrió un calvario presenciado por unas 3.500 personas, centenares de las cuales filmaron imágenes terribles que subieron a las redes, y que sirvieron para identificar a los principales culpables”, explica la abogada que tuvo que cerrar su despacho después de recibir amenazas de muerte y algún susto serio por parte de hombres armados. Entre los mirones hubo decenas de policías que no intervinieron para proteger a la joven y detener a los agresores.

Su funeral se convirtió en una gran manifestación de protesta y de indignación contra la barbarie y ocurrió algo inédito en Afganistán: fueron mujeres las que llevaron su ataúd. Hasta el presidente Ashraf Ghani tuvo que dedicar un largo discurso en televisión para condenar el brutal crimen.

La abogada Rahel recuerda que fueron detenidas 49 personas, entre ellas 19 policías en apenas 48 horas. El 6 de mayo de 2015, apenas un mes y medio de producirse el crimen brutal, un tribunal dictó cuatro condenas de muerte en la horca y sentenció a otros ocho hombres a 16 años de prisión. Los 18 restantes fueron absueltos por faltas de pruebas.

Parecía que se hacía justicia porque no suele ser habitual en Afganistán que los casos de violencia contra la mujer o los llamados crímenes de honor acaben con personas condenadas. Aunque en otro juicio paralelo “sólo 11 de los 19 policías detenidos fueron condenados a un año de cárcel por incumplimiento del deber y una reducción de salario”.

“El jarro de agua fría llegó en julio de 2015 cuando un tribunal de apelaciones revocó las penas de muerte por 20 años de cárcel en tres casos y de 10 años en el cuarto”, recuerda la abogada. Además, el hombre que incitó a la muchedumbre fue absuelto.

La sentencia final, refrendada por la Corte Suprema, condenó a 11 personas (entre los que no había ningún policía) entre 20 y 10 años, incluido un menor de edad. Rahel afirma sin tapujos: “Seis personas tenían que haber sido sentenciadas a morir en la horca: el mulá, el que la atropelló con el coche, dos de los que incitaron a la turba y los dos que la quemaron viva”.

Y no olvida que uno de los condenados “escapó y ahora vive en Alemania” y “dos de los policías implicados fueron promocionados, uno de ellos como jefe de la zona donde ocurrió el crimen”.

La familia de Farkhunda “sufrió serias amenazas de muerte por parte de familiares de algunos detenidos, apenas fue gratificada con 150.000 afganis (1.800 euros) y tuvo que abandonar el país. Los padres y un hermano viven en Tayikistán y un segundo hermano se exilió en Canadá)”, recuerda la abogada, que todavía hoy tiene miedo a salir sola a la calle y siempre va acompañada de su esposo.

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