Una chica en un barco
Carola Rackete ha estado detenida en Italia por intentar llevar a tierra a 40 inmigrantes rescatados en alta mar.
Una juez dejó ayer en libertad a la joven capitana porque –dijo– solo cumplía con su deber de salvar vidas, pero podía haber sido condenada a entre 5 y 12 años de cárcel.
Busco en internet información sobre el caso, y leo decenas de comentarios contra Rackete. Se censura su trabajo, se la acusa de ayudar a las mafias que trasladan a los inmigrantes desde África, de fomentar el ‘efecto llamada’, de llenar nuestras calles de irregulares sin documentación.
Y me parece que, a veces, nos perdemos en disquisiciones teóricas y nos olvidamos de la terrible realidad de la inmigración. A todos esos que arremeten contra Rackete, ¿qué harían ellos si se encontraran en alta mar una barca a la deriva llena de gente desesperada? ¿Los abandonarían a su suerte? ¿Los dejarían morir?
La capitana es una heroína, una mujer valiente que sabe que nada hay más valioso que la vida humana. Y está allí, al mando de su buque, para ayudar. Porque como ha quedado demostrado, cerrar las puertas a los inmigrantes no impide que intenten llegar a Europa, solo los condena al infierno al otro lado del Mediterráneo.
Por eso, a muchos les da miedo Rackete, porque su valor deja en evidencia la cobardía de quienes ponen su miedo por delante de la supervivencia de otros.
Ella, una chica a bordo de un barco, representa lo mejor de este viejo continente que nació para defender los derechos de todos y que, por el camino, olvida demasiadas veces lo que significa la piedad.