Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

La espada de Ferlosio

Los algoritmos determinan cada vez más nuestro pensamiento.
Los algoritmos determinan cada vez más nuestro pensamiento.
Krisis'19

Afinales del siglo pasado, los más influyentes ensayistas de la época (desde el británico Giddens y su ‘tercera vía’ al estadounidense Rorty y su pragmatismo) interpretaron que el espíritu de los tiempos, el ‘Zeitgeist’, era que había que asumir la inevitabilidad del capitalismo global como el menos malo de los modelos. Tras la caída del Muro de Berlín, lo proclama Fukuyama en su ‘Fin de la Historia’. Su relato relegó a los márgenes a los hipercríticos, como Chomsky o Susan George. Con el cambio de milenio, algunos francotiradores empezaron a sembrar dudas sobre ese consenso capitalista: Zizek, recuperando con ironía el concepto de lucha de clases, Naomi Klein con su ‘No logo’ que se aleja de los discursos de la izquierda tradicional y Piketty con su estudio académico de la desigualdad.

En la segunda década del siglo XXI, el populismo conservador ha conseguido situar en el epicentro de la atención social los conflictos de identidad, arrinconando el debate de la igualdad de oportunidades e invisibilizando el de la digitalización. Absortos con los ataques de los líderes del ‘posfascismo’ (Trump, Putin, Salvini…) a la democracia liberal, casi no apreciamos que los nuevos descubrimientos científicos y los desarrollos tecnológicos representan un reto mucho más intenso para la libertad humana.

Internet ofrece hoy la posibilidad de un control social de dimensiones inimaginables hace medio siglo. El libre albedrío está en peligro porque se están automatizando nuestras elecciones cotidianas a través de algoritmos opacos que ya controlan nuestros gustos, deseos y conocimientos.

Los seres humanos nos consideramos seres libres. Así lo proclaman las artes y las leyes. La Constitución española, por ejemplo, establece en su artículo 1 que los valores superiores del Estado son la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Sin embargo, la supuesta libertad de hombres y mujeres no tiene una base científica. Sí que tenemos voluntad, pero no somos auténticamente libres, no podemos elegir qué deseos tenemos. Es cierto que tomamos decisiones, pero nunca son del todo independientes; cada una depende de nuestros genes, del contexto, de dónde hemos nacido y en qué tipo de familia, de nuestra cultura y nuestro carácter… Es decir, de factores que no hemos elegido.

Los algoritmos están explotando estas dependencias, están invadiendo nuestra vida privada hasta el punto de que ningún rincón de la existencia humana queda ya al margen de su control, desde las cuentas bancarias a los gustos e intereses, desde los correctores ortográficos automatizados a las recomendaciones de Netflix. Así, nuestro libre albedrío se extingue a causa de la hipereficacia de la inteligencia artificial que desarrollan megacorporaciones y gobiernos. Las tecnologías basadas en el ‘big data’ son capaces ya de tomar la decisión más correcta en mil facetas de la vida.

Este restringido grupo de titanes tecnológicos y Estados no solo invaden nuestro espacio físico cotidiano, sino también nuestro espacio mental. Llevan años investigando cómo piratear el cerebro humano para hacer que nos fijemos en determinados anuncios y así vendernos productos y también políticos e ideologías. Las autoridades chinas, por ejemplo, están invirtiendo enormes cantidades de dinero en probar servicios de inteligencia artificial con datos de sus 1.300 millones de ciudadanos. Y sin trabas ni controles. Las empresas Alibaba, Tencent, Baidu, Huawei o Xiaomi son su punta de lanza, con mucha más libertad que las estadounidenses Amazon, Google, Facebook, Microsoft, Intel y Apple.

La tecnocracia está, pues, aquí. Y no sabemos todavía si mejorará la democracia. Por eso ya ha generado dos corrientes antagónicas: la tecnofilia y la tecnofobia. ¿Acabará la inteligencia artificial tomando también nuestras decisiones políticas para que no nos equivoquemos? Rafael Sánchez Ferlosio, que murió el pasado lunes, ya apelaba a los ciudadanos para salir en defensa de la libertad en su ‘Homilía del ratón’ (1986): ¿Para qué el libre albedrío?, ¿para qué haber llevado espada toda nuestra vida, como los hombres libres, como los caballeros, sino para desenvainarla cuando sea preciso?

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