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Karina Sainz Borgo: "Era incapaz de entender tanta muerte en Venezuela"

Esta periodista venezolana, nacida en Caracas en 1982, publica ‘La hija de la española’ (Lumen), un viaje al clima de terror y violencia de su país.

Karina ha agitado el mundo literario con su novela.
Karina ha agitado el mundo literario con su novela.
Guillermo Mestre

"Llegué aquí en 2006. Esta es mi primera novela publicada, pero tengo dos novelas previas que van sobre el tema del desarraigo, la identidad, pero nunca de manera tan frontal y tan decidida como este libro", dice Karina Sainz Borgo, que presentó en Cálamo ‘La hija de la española’.

¿Desde cuándo trabajaba en esta narración sobre Venezuela?

La empecé a escribir en 2017 y en septiembre de 2018 ya estaba contratada en medio mundo. Fue en Fráncfort donde se terminaron de atar las traducciones: al italiano, al francés, al alemán, etc.

Yo me preguntaba todo el tiempo: ¿es posible que sean verdad tanto horror y tanta arbitrariedad? ¿Existen esas mujeres, al servicio del régimen, que son más irascibles que los hombres?

Todo, todo, todo es verdad. Y las mujeres son importantes en la sociedad donde yo nací, la sociedad venezolana y caribeña. Son tan crueles las mujeres de este libro porque la supervivencia entraña crueldad.

Hay un momento en que alguien dice: "Solo quiero sobrevivir".

Es tremendamente deliberado que los personajes de este libro sean mujeres. La Patria es la madre mujer. El poder es la Mariscala, que es la Revolución, completamente caracterizada en una persona obesa porque ella come más que el resto. La Muerte es mujer en este libro. La Belleza es mujer en ‘La hija de la española’.

Perdone. ¿Quién es bella en ‘La hija de la española’?

La belleza es la naturaleza. Y es la infancia. Esta es una novela de lo propio, que tiene algo de homenaje perpetuo a un país que aspiró al progreso y la hermosura.

¿Cuándo se volvió Venezuela inhabitable?

Sabía que si había un sustrato verosímil, la novela era extrapolable a otras muchas experiencias políticas en el mundo. Todos los totalitarismos tienen un aire de familia. Apelan a lo mismo, a machacarte, a hacerte sentir culpable, a hacerte sentir marginal.

Ya que lo dice así, le pregunto: ¿qué es verdad?

Evidentemente todo. Hay una parte del libro donde se dice que la protagonista ya fue viuda con diez años. No lo he dicho mucho, pero lo voy a decir: yo realmente me enamoré (no le llame enamoramiento, llámele compasión), cuando vi un chico tan joven con la cabeza reventada por una bala. Tenía diez años. Y encontré una tristeza y un enamoramiento y una atracción enorme por ese tipo de personaje.

No sé si la entiendo…

Sentía que en el país todo el mundo se quedaba dormido. Me costó un par de años darme cuenta de que lo habían matado. Claro, yo tenía diez años. Era incapaz de entender tanta muerte. Razonaba en mi interior acerca de cómo se instauran las dictaduras. ¿Cómo puede ocurrir?

¿Lo sabe ya? ¿Qué pasó con Chávez y Maduro?

Se van instaurando poco a poco. Había elementos para contar esta tragedia de una manera que pareciera periodística, pero que tuviera todas las claves de la ficción. Es un país de paradojas.

¿Qué le debe usted a España?

España es muy importante en este libro, Europa es muy importante, y el personaje en el que se fundamenta la peripecia, eso de robarle la identidad a una española, es hija de gallegos. Mis abuelos eran republicanos. Cántabros. No miraron atrás, como si no quisieran saber nada de España. Como si España les hubiera defraudado o herido. Y yo sentía el camino inverso.

¿Qué quiere decir?

España estaba muy presente en casa, pero no se nombraba. Cuando vine aquí empecé a descubrir un montón de cosas y empecé a descubrir a mis abuelos. Yo no era capaz de hablar de Venezuela hasta ahora. Ni siquiera decía que era venezolana. Yo digo que nunca me he ido, porque en el fondo mi cabeza sigue pegada ahí. Mis abuelos y yo teníamos el mismo conflicto con nuestro país ochenta años después.

¿Cuál es su balance?

Es una tragedia muy grande que se repite una y otra vez. Hay una metáfora esencial: éramos el país más rico y más chulo de América, ¡ah!, teníamos el petróleo, y de pronto somos los apestados.

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