El euroejército de Macron

La propuesta de Macron de un ejército europeo podría salir adelante, aunque más por necesidad política que por popularidad. En particular, podría ser el único modo de evitar la ruptura de la Unión por la costura de la política común de seguridad y defensa.

El futuro euroejército no tiene por qué seguir el modelo tradicional.
El futuro euroejército no tiene por qué seguir el modelo tradicional.
HERALDO

La propuesta del presidente francés, Emmanuel Macron, de crear un ejército que proporcione autonomía estratégica a la Unión Europea ha suscitado algunas muestras de apoyo. Ahora bien, en el cómputo global las simpatías se han visto superadas por el escepticismo cuando no por un rechazo explícito. Escepticismo, por la dificultad que supone someter un proyecto tan complejo y que afecta al núcleo duro de soberanía de los Estados a procesos de decisión que exigen unanimidad en el Consejo. Y rechazo, por su parte, procedente tanto de los detractores de una Europa fuerte en cuanto a su acción exterior, que ven el proyecto como una amenaza a la OTAN, como de los acérrimos defensores del modelo de ejército nacional, que aún no tienen muy claro eso de morir por el viejo continente.

Sin embargo, la idea de Macron podría salir adelante por motivos de oportunidad y necesidad política, por este orden. En cuanto a oportunidad, un ejército europeo no es sino la consecuencia natural de profundizar en la política común de seguridad y defensa (PCSD en lo sucesivo). No hay por qué pensar en un ejército tradicional, al estilo de los actuales ejércitos nacionales, sino en algo más parecido a una estructura de fuerzas multinacionales, asignadas a un sistema de mando y control que, a su vez, estaría dirigido y financiado desde tiempo de paz por órganos creados a través de mecanismos de cooperación estructurada permanente. En realidad, se trataría de extender en el tiempo los mecanismos habituales que posibilitan las operaciones militares llevadas a cabo por cualquier coalición, de manera que la asignación de fuerzas no tendría por qué implicar más cesión de soberanía que la que los propios Estados quieran asumir.

Abundando en los motivos de oportunidad, un ejército europeo podría convertirse en un catalizador de primer orden para profundizar en el proceso de integración, y existen algunos ejemplos a pequeña escala que sugieren que se trata de una posibilidad factible. Uno de ellos lo constituyen las fuerzas armadas de Bosnia y Herzegovina, levantadas con el apoyo de la OTAN tras la guerra civil que devastó el país en la década de los noventa. De acuerdo con las encuestas, el ejército de Bosnia y Herzegovina es la institución interétnica que más confianza genera entre los ciudadanos, en contraste con los gobiernos y parlamentos de las diferentes entidades en las que se divide el país, y tiene potencial para convertirse en un sólido eje de la construcción nacional. Volviendo al ámbito europeo, la ingeniería inversa a veces funciona y aquí el hábito bien podría hacer al monje.

En cuanto a razones de necesidad -política, que no militar-, resulta que un ejército europeo contribuyendo a la OTAN podría ser el único modo de evitar la ruptura de la Unión por la costura de la PCSD. En efecto, la defensa europea, tal y como está articulada en la actualidad, es un asunto de suma cero: o se basa en la OTAN o se basa en la PCSD. Dicho con otras palabras, profundizar en la PCSD en las circunstancias actuales implica necesariamente entrar en conflicto con los compromisos con la Alianza, por mucho que lo nieguen algunos. Y puestos a elegir, la apuesta europea puede estar clara en países como Alemania o Francia, pero países del este de Europa, como Polonia o las repúblicas bálticas, difícilmente renunciarán al amparo de la OTAN en favor de una todavía incierta PCSD. Ahora bien, el recientemente despejado mecanismo de cooperación estructurada permanente sí que proporciona la interfaz idónea para contribuir a la OTAN de manera conjunta por parte de aquellos Estados miembros que lo deseen, permitiendo a la vez profundizar en capacidades de defensa autónoma e incluso posibilitando la coexistencia con las contribuciones hechas de manera tradicional.

En definitiva, un ejército europeo es factible, útil e incluso podría contribuir a solucionar un problema ya consustancial a la seguridad europea. En este sentido, países como España, que tratan de compaginar sus tradicionales vocaciones atlántica y europea, podrían estar especialmente interesados en profundizar en la idea. Todo ello requiere un replanteamiento de los términos en los que concebimos los ejércitos y la defensa en su conjunto, sin duda. Pero, por otro lado, hay que ser conscientes de que dicho replanteamiento no implica una renuncia total al modelo de ejércitos nacionales -que seguirán existiendo, aunque sea a menor escala- sino su reconfiguración y adaptación a los tiempos y circunstancias actuales. Después de todo, parece que la propuesta de Macron podría no ser tan descabellada como pretenden algunos.

Miguel Peco Yeste es doctor en Seguridad Internacional y analista de asuntos geopolíticos