Bebés de diseño
Ya está aquí. Si se confirma el anuncio hecho por científicos chinos de que han creado los primeros bebés modificados genéticamente, habremos entrado en una nueva fase la humanidad: el posdarwinismo. La evolución de nuestra especie comienza a dejar de lado a la naturaleza, que es lenta y arbitraria, y se sube al tren de la ingeniería genética que nos hará pronto inmortales. La biotecnología introduce mejoras en el ser humano no sólo destinadas a erradicar enfermedades (curar), sino también a potenciar determinadas facultades del futuro niño (mejorar). Estamos, pues, a las puertas de ser eternos. Como dice Yuval Noah Harari, vamos a dejar ser reconocibles como Homo sapiens y tenemos que buscar otra especie que nos identifique: el Homo deus, el hombre-dios.
La ingeniería de la línea germinal nos aboca a una distopía de superhumanos y bebés a la carta para quienes se lo puedan permitir económicamente. Y el debate ético es colosal: ¿Debemos mejorarnos hasta hacernos inmortales? ¿O hay que conservar nuestro patrimonio genético y seguir siendo personas humanas, con nuestras limitaciones, pero conservando la libertad y dignidad inalienables? ¿Mejorar a quién? ¿Mejorar qué? ¿Cómo prevenir las consecuencias de un acceso desigual a estas tecnologías?...
El progreso científico se comporta como una ideología capaz de legitimarlo todo sin reclamar una justificación pública. Sin embargo, es necesario un criterio sobre la arquitectura genética que vaya más allá de la ley del mercado y del progreso por el progreso. Como dice Habermas, «la tecnología no dispensa al hombre de la acción».