Por
  • José Javier Rueda

Se puede escarmentar en cabeza ajena

Trump y Macron se saludan.
Trump y Macron se saludan.

Lo más desesperante de las lecciones de la Historia es que la experiencia de una generación no es transmisible a la siguiente. Por eso, en esta época del final de tantas certezas (empleo seguro, protección social, pensiones…) reviven los mismos fantasmas que hace un siglo: el populismo y el ultranacionalismo. Parece que hemos olvidado que el nacionalismo llevó a las dos guerras mundiales. Y precisamente ha sido al celebrar el centenario del final de la I Guerra Mundial, este pasado fin de semana, cuando se ha vislumbrado con más claridad este choque entre el liberalismo y el autoritarismo.

Hay que asumir que existe una crisis de modelo. El fundamento del Estado democrático liberal era: «No os preocupéis; os protegemos». Pero los ciudadanos sienten que ya no les protege. Por eso ha surgido un grupo de pseudopolíticos sin escrúpulos (desde Trump a Orbán) para auparse democráticamente sobre el miedo, el desencanto y la indignación de muchos ciudadanos. Lo mismo que hace cien años empezó a hacer el cabo Adolf Hitler.

La Historia nos recuerda que tras la II Guerra Mundial, las élites tenían tanto miedo al fascismo y al comunismo que recuperaron el pactismo social. Ahora toca reeditar un pacto intergeneracional que reconcilie de nuevo capitalismo inclusivo, progreso social, lealtad constitucional y democracia.