Acorralados por el clima

Conocemos el cambio climático y sus consecuencias, pero siguen sin tomarse medidas serias: los gobernantes no hablan claro a los ciudadanos y la sociedad prefiere pensar que es una responsabilidad que solo corresponde a las autoridades.

El mundo sigue sin tomar medidas serias contra el cambio climático.
El mundo sigue sin tomar medidas serias contra el cambio climático.
ISM

Han transcurrido varias décadas desde que se empezó a hablar de la relación entre calentamiento global y gases de efecto invernadero (GEI), como han demostrado una y otra vez millares de científicos que asocian el elevado aumento del consumo de combustibles fósiles y la emisión al aire de los consiguientes gases y partículas con una buena parte de lo que todos conocemos como cambio climático y sus consecuencias: calores asfixiantes, largas sequías y tremendas inundaciones. ¡Sigan contaminándose con sus ideas los resistentes negacionistas!

Resulta habitual que los asuntos de la gestión colectiva, aunque tengan asociados efectos inminentes, no suelen ir acompañados de la rapidez en decisiones y actuaciones. Por eso, no costaría calificarlos dentro de los fracasos morales de la humanidad, a la altura de las desigualdades económicas, educativas y sociales. En cierta manera es comprensible, pues en casi todos sus causas y efectos son dispersos, la toma de decisiones en común resulta compleja y los sistemas políticos son perezosos y cortoplacistas, incluso a veces ineficaces. Así los problemas se acumulan y enmarañan, pasan a las generaciones siguientes. Pongamos por caso la transición energética, ligada en parte al asunto del carbón y las emisiones de los vehículos diesel, de tanta actualidad en Aragón. Nos tapamos los ojos, y las narices, y seguiremos consumiendo combustibles fósiles mientras haya. ¿Y después? Nos tranquiliza pensar que la ciencia ya inventará algo sin reparar en que, en el caso de que así fuese, debería darse mucha prisa.

El autoengaño funciona a pesar de las continuas llamadas a la participación social, lanzadas por entidades tan dispares como los movimientos ecologistas o las agencias internacionales de la ONU. La inacción se extiende: la practican los gobiernos con mensajes inexactos a los ciudadanos, la asimilan estos creyendo que los otros tienen la responsabilidad de hacer algo, o todo. Los primeros deben ser valientes y acometer una reconversión drástica empezando por el transporte: no va a haber petróleo para siempre, para todos, para las nuevas necesidades; cada vez será más caro; la contaminación que genera en la salud de los habitantes de las ciudades crece de forma alarmante y amenaza con colapsar los sistemas de salud, con presupuestos ya desbordados. En consecuencia, también la economía puede estallar.

Cuando se van a cumplir tres años de aquel histórico diciembre en que se concretaron los acuerdos de París en la Cumbre del Clima (CP 21), que entraron en vigor el año siguiente al ser ratificados por un consistente número de países, toca ponerlos en marcha. Uno de los compromisos fundamentales era elevar los flujos financieros –se habló de unos 100.000 millones de dólares a partir de 2020, año de la entrada en vigor de los acuerdos– para lograr el tránsito hacia una economía mucho más limpia, que consiguiese que el aumento de la temperatura media del sistema Tierra se quedase 2 ºC por debajo de los niveles preindustriales.

Casi incomoda hablar tantas veces sobre lo mismo, pero la escucha atenta y los mensajes participativos tardan en calar en los aludidos, por más que sepamos que los humanos impulsamos el cambio climático. Vale la pena luchar por lo difícil, como son los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU, un proyecto de recuperación social y reconversión climática –la UE se comprometía a reducir un 40% sus emisiones de GEI–. La contaminación del aire de las ciudades está afectando gravemente a la salud de mucha gente; se cuentan bastantes muertes asociadas.

Quizás en esa contienda encontremos argumentos para construir una nueva sociedad con la participación de gobernantes y gobernados, útil en unos tiempos convulsos en donde, si algo queda claro, es que la respuesta a los problemas globales se tiene que llevar a cabo con ahínco colectivo, y el tiempo apremia. La OCDE acaba de decirnos que se van a incumplir los compromisos; se está perdiendo la oportunidad de conducir a las economías a una senda de crecimiento baja en carbono. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, acaba de expresarlo con claridad: el cambio climático está avanzando más rápido que nosotros. A pesar de que nos tiene muy acorralados, ¿Por qué no nos decidimos a hacer frente a la verdad?