El penúltimo vestigio del viejo orden nuclear

Lejos de representar un peligro para Europa, la retirada del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio confirma el giro estratégico de los Estados Unidos hacia el Pacífico.

Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan firman el Tratado sobre Misiles de Alcance Medio (INF), en diciembre de 1987.
Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan firman el Tratado sobre Misiles de Alcance Medio (INF), en diciembre de 1987.
Reuters

El pasado día 20 de octubre, el presidente Trump anunció la próxima retirada de los Estados Unidos del Tratado de fuerzas nucleares de alcance intermedio (INF, por sus siglas en inglés). El tratado, firmado en 1987 por Ronald Reagan y el presidente de la extinta URSS, Mikhail Gorbachev, obligaba a las partes a eliminar de sus arsenales los misiles con alcance entre 500 y 5.000 km, ya fueran nucleares o convencionales, así como sus lanzaderas en tierra. Las razones apuntadas por Trump durante su anuncio se centraron en Rusia: “no vamos a dejarles violar un acuerdo nuclear, construir armas y, al mismo tiempo, no hacerlo nosotros”, señaló.

Es aún prematuro prever qué consecuencias tendrá la ruptura del tratado INF, pero sí que se puede acotar la correspondiente prospectiva estableciendo un marco de referencia basado en tres ideas. En primer lugar, que dicha ruptura, lejos de ser un acontecimiento aislado, constituye la continuación de un proceso que se inició hace ya más de una década. En segundo lugar -y a pesar de la retórica anti rusa- que la verdadera preocupación podría proceder de China y su ascenso como potencia emergente. Y en tercer lugar, que es discutible que todo ello pueda tener como resultado una carrera de armamentos en el escenario europeo, como se vaticina desde algunos sectores.

El tratado INF se había convertido en uno de los últimos vestigios del régimen de control de armamentos, una compleja red de tratados creada desde finales de la Guerra Fría. Aún queda en pie el denominado Nuevo STAR, de reducción de armas estratégicas, pero pocos le auguran futuro más allá de su actual periodo de vigencia. Es justo situar los inicios de la decadencia del régimen en 2003, año de la retirada unilateral norteamericana del tratado anti misiles balísticos, uno de los pilares del antiguo equilibrio estratégico. A pesar de las quejas de los rusos -algunas de ellas con cierto fundamento- los avances tecnológicos, la proliferación de Estados nucleares de facto y el surgimiento de nuevos actores estratégicos impedían que la Mutua Destrucción Asegurada garantizara dicho equilibrio. Dicho con otras palabras, tocaba cambio de paradigma y, con ello, la ventana de oportunidad para el regreso de la realpolitik quedó abierta.

El incumplimiento del tratado por parte de Rusia no es algo nuevo. Así, pruebas con este tipo de misiles vienen siendo denunciadas por parte de los EEUU desde 2008, y su capacidad para albergar armas nucleares de baja potencia es uno de los factores en los que se asienta la actual postura nuclear oficial norteamericana. Incluso se han escenificado situaciones de tensión, como la protagonizada por la embajadora de los EEUU en la OTAN a principios del mes de octubre, quien anunció que se tomarían medidas si Rusia continuaba desplegando sus batallones de misiles Novator. Independientemente de que la preocupación sea genuina -no hay por qué dudarlo- la ruptura del tratado no parece que sea por lo que hacen o dejan de hacer los rusos, sino por las restricciones a las que quedan sujetos los norteamericanos ante la expansión de la nueva potencia emergente: China. En efecto, el problema es el creciente poderío militar del gigante asiático en los mares Meridional y Oriental, con el que intenta superar esa auténtica jaula geopolítica que forman el archipiélago de Japón, Corea del Sur, Taiwan y Filipinas -todos ellos aliados norteamericanos- para continuar su expansión económica y comercial en la región Indo-Pacífico.

Pero centrándonos en las posibles consecuencias para Europa, ¿va a implicar lo anterior una reedición de la crisis de los Euromisiles de los años ochenta, tal y como auguran los defensores a ultranza de las medidas de control de armamentos? No necesariamente. Es cierto que la gravedad de dicha crisis influyó en la firma del tratado INF, pero su ruptura no significa que los EEUU vayan a contraatacar desplegando misiles de corto alcance en Europa, como ocurrió con los Pershing II en su momento. Las razones para ello son múltiples, pero comienzan por la anteriormente expuesta: no se trata tanto de Rusia como de China. Además, parece que existe un marcado interés por parte de los EEUU en mostrar, explicar e incluso consensuar su postura, tal y como se desprende de la visita a Moscú del asesor de seguridad nacional, John Bolton, dos días después del anuncio de la retirada del tratado. Y finalmente, que una nueva carrera de armamentos con escenario en Europa supondría romper definitivamente la cohesión de los aliados, ya bastante debilitada por las diferentes percepciones acerca de la asertiva postura de Rusia durante los últimos años. En definitiva, que los EEUU han consumado por fin su anunciado giro al Pacífico y una nueva crisis en Europa supondría abrir un segundo frente. Y esto es algo que los norteamericanos difícilmente podrían permitirse.

Miguel Peco Yeste es doctor en Seguridad Internacional y analista de asuntos geopolíticos