Pequeños engaños

Hay formas inocentes de engañarse a sí mismo y otras que son muy peligrosas.

Al fascismo hay que llamarlo por su nombre.
Al fascismo hay que llamarlo por su nombre.
Armando Babani

Los seres humanos tenemos una predisposición a dejarnos engañar tanto por nosotros mismos como por los demás. Recuerdo con cariño a un querido amigo que en sus últimos años de vida agudizó su tendencia a la gordura merced a su buen comer y la vida sedentaria. Cuando se lo hacías ver te miraba extrañado mientras te soltaba su frase favorita: «Yo no estoy gordo, es que soy ancho de abdomen». Todos ‘cometemos’ pequeños engaños de manera continua, tan inocentes como simpáticos y que no hacen daño a nadie.

Otro tipo de engaños son más funestos. El del que agrede a su pareja físicamente o de palabra y piensa que es amor. El de las empresas cárnicas -mataderos- que no ‘contratan’ sino que ‘colaboran’ con centenares de falsos autónomos que trabajan de manera exclusiva en sus instalaciones, muchas veces en condiciones abominables, mientras las autoridades laborales miran a otro lado. El de Daniel Ortega y Rosario Murillo, que gobiernan Nicaragua a sangre y fuego mientras hablan de libertad e igualdad y manchan la memoria de la izquierda democrática y del sandinismo.

Igual de grave es el de muchos politólogos y medios de comunicación que hablan de ‘populismo’ para enmascarar el espantoso y preocupante auge de la extrema derecha en todo el mundo. Bolsonaro, Orbán, Salvini, Donald Trump,… no esconden lo que son: admiradores del fascismo.

Deberíamos empezar a exigir que las cosas se digan por su nombre. Más nos vale.

Paco Goyanes es director de Librería Cálamo