La aventura total

Diego Cortijo ha tocado los restos del Faro de Alejandría, descubierto una ciudadela perdida en la selva peruana... Ahora, se dispone a recorrer el Ártico noruego en solitario.

A caballo, durante una de sus aventuras en Egipto, con las pirámides al fondo.
A caballo, durante una de sus aventuras en Egipto, con las pirámides al fondo.
Diego Cortijo

"Yo me quedo". Posiblemente estas tres palabras definen la trayectoria vital de Diego Cortijo. La realidad es que quedarse, lo que es quedarse en casa, se queda poco. Donde le gusta quedarse es en los lugares que aún desafían a la historia, y cuanto más misteriosos y alejados, mejor. Ese ‘yo me quedo’ ha movido a este policía nacional vallisoletano de 32 años a recorrer la ‘cara b’ del mundo, la más desconocida, la que, como en un disco de vinilo, te sorprende con un hallazgo fascinante, como sus cinco expediciones a la selva peruana, donde descubrió una ciudadela inca perdida, documentando, además, lugares geográficos inexplorados.

Esa misma inquietud le llevó a las profundidades de la isla de Yonaguni, en Japón. Él y sus compañeros de buceo fueron los primeros españoles en filmar las ruinas sumergidas de ese enigmático enclave, donde los arqueólogos tratan de buscar respuestas a lo que parece una pirámide submarina. El remoto norte de Groenlandia, siguiendo las huellas de las tribus vikingas que abrieron las rutas para conquistar el Ártico, ha sido otro de sus destinos. Y al igual que sus aventuras en la selva peruana y bajo el mar en Yonaguni, contó aquella experiencia con los cazadores inuits en una serie de documentales emitidos por Movistar. También ha explorado los cenotes de México, que los mayas consideraban sagrados. "Son miles de cuevas inundadas de agua y dentro hay restos humanos de sacrificios antiguos; se les conoce como el inframundo maya", cuenta Diego, que tuvo que formarse en espeleología subacuática para adentrarse en esas cavidades.

Expediciones

Su más reciente expedición, ésta ya por su cuenta y pagada de su bolsillo, le encaminó el pasado mayo a las costas de Alejandría, en Egipto, donde vio con sus propios ojos los restos del fabuloso Faro, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Selva, hielo, cuevas, profundidades, desierto... pese a su juventud, Cortijo va camino de convertirse, si no lo es ya, en el explorador total. Pero principiemos por el principio.

Diego debe buena parte de ese afán aventurero a su padre, también policía nacional y contumaz lector de J. J. Benítez y Jiménez del Oso, pasión que contagió al chiquillo, a quien esas inquietantes historias de viajes astrales, extraterrestres, chamanes, cultos sincréticos y demás fenómenos extraños no dejaban de estimular su imaginación. La curiosidad por los misterios de la antigüedad y las culturas primitivas marcó su infancia y en su cabeza no dejaban de rondarle preguntas y una repetida certeza: viajar, viajar, viajar.

Y lanzándose a la aventura lleva los últimos doce años. Algunas con altos presupuestos y remuneradas (las financiadas por Movistar) y otras, más modestas, pagadas de su bolsillo y con algún pequeño patrocinio. "Viajar e investigar es algo que me sigue apasionando y para ello sales adelante con lo que vas ahorrando, además de algún apoyo puntual de un patrocinador". A la última expedición (a Egipto, con el historiador y doctor en Arqueología Subacuática de la Universidad de Huelva Claudio Lozano) la han bautizado con el nombre de la marca de ropa deportiva que les ha echado un cable: Master Xtrem.

La premisa era estudiar las ruinas arqueológicas sumergidas cerca de la costa. Porque tanto Cortijo y (más académicamente) el profesor Lozano ven factible que los restos más antiguos de las culturas que conocemos (e incluso de las que no conocemos) están, hoy por hoy, sumergidos. Para sostener esta teoría recuerdan que desde la última glaciación, hace cosa de veinte mil años, el nivel del mar ha subido casi cien metros, lo que permite pensar en ciudades enteras bajo el agua, como las que les condujo a la Bahía de Abukir, al norte del país.

Frente a un faro de leyenda

La idea era poder documentar los restos que permanecen sumergidos en la costa de Alejandría, como los templos de la ciudad antigua y el faro, que siempre se trató como un mito y está ahí, a apenas diez metros de profundidad. "Yo lo he visto. Están los restos de las bases, los capitales, las columnas y los bloques del faro original de Alejandría", narra sin alardes. El vídeo de ambos buceando junto al mítico faro, que pudo llegar a medir 130 metros y fue considerado como una de las más grandes construcciones de la Edad Antigua, se puede ver en You Tube, donde los seguidores de Diego le demandan, cada vez con más insistencia, que suba imágenes de sus aventuras.

En el vídeo se ve a los dos exploradores buceando con sus trajes de neopreno y sus botellas de aire, sobre un lecho marino cuajado de restos arqueológicos. Pero hasta llegar ahí el laberinto burocrático fue de cuidado, ya que las autoridades egipcias son muy celosas de su patrimonio (incluido el subacuático) y no facilitan las cosas. "Cuando parece que ya tienes un permiso, te falta otro". Paciencia en abundancia y algunos buenos contactos acabaron por allanar el camino a los tesoros de la vieja Alejandría.

No tuvieron tanta suerte para acometer la segunda parte de la expedición. La zona estaba militarizada y los guías egipcios no querían llevarlos hasta allí ni locos. Ni siquiera los permisos parecían suficientes. Lograron hacerse a la mar, abrirse paso con un pequeño bote entre los buques de guerra de la Armada. Su intención es regresar a medio plazo, aprovechando las vías que ya han abierto. Pero antes, en unos meses, le espera una travesía ártica en solitario por el norte de Noruega. Diego no se queda quieto.

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