Macron, la novedad ante el abismo del tiempo

El presidente francés cumple su primer año al frente de la República. A pesar de las protestas y el balance negativo en los sondeos, su liderazgo resiste más allá de su cargo.

Emmanuel Macron, en una ceremonia el 14 de mayo de 2017 en París.
Emmanuel Macron, en una ceremonia el 14 de mayo de 2017 en París.
Charles Platiau/reuters

De Macron (Amiens, 1977) podría citarse aquello que dijo Hans Oppermann sobre Julio César: "La novedad era él". La trascendencia de la figura del mandatario francés no se agota en su cargo. Es obvio que la presidencia de la República lleva implícita una enorme importancia, pero hay algo que le da mayor significado, más del que tuvieron por ejemplo sus inmediatos predecesores, Hollande y Sarkozy. Macron encarna el triunfo más tangible y exitoso de ese volátil concepto que se esconde tras lo que se ha dado en llamar ‘nueva política’, un fenómeno tan diverso como general que ha alterado la configuración política de muchos países, entre ellos España.

El presidente de Francia mantiene un año después de su victoria electoral un cierto aire de recién llegado. Su aspecto sigue siendo el de un alto ejecutivo de la avenida Messine de París, donde tiene su sede la banca Rothschild y donde trabajó varios años. Es curioso que la poderosa firma financiera estaba ya ligada a la historia presidencial de la República. Georges Pompidou, mano derecha de De Gaulle y su heredero político, fue gerente de esa misma entidad antes de desembarcar en el Elíseo.

La imagen de Macron como hombre ajeno a la partitocracia tradicional es, sin embargo, esencialmente falsa. La cuestión es de matiz ya que no ha sido propiamente su distancia, sino más bien el cuidadoso proceso de separación de los viejos partidos, lo que explica en parte su triunfo. Ese detalle le diferencia de otros movimientos adscritos a la ‘nueva política’: él puede esgrimir el desencanto del reformista que lo intentó desde dentro.

Ministro de Hollande

Militante socialista desde los 24 años, hace diez participaba en la redacción de informes para el presidente Sarkozy y poco después, entre las críticas del socialismo situado más a la izquierda, empezaría a ocupar puestos de confianza hasta llegar a ser ministro de Economía de Hollande. El paisaje político empezaba a cambiar y eso llevó al Elíseo a parapetarse en el pragmatismo y la transversalidad.

El propio François Hollande, consciente de las circunstancias, decidió por primera vez en la historia de la Quinta República no optar a la reelección. Eso no evitó el desastre de los socialistas en los comicios. Y a pesar de ello, y aunque en menor medida, tampoco el de los conservadores. Ninguno de sus candidatos logró pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

Macron supo verlo a tiempo. A esa perspicacia política añadió la capacidad de sacar provecho propio. Sus habilidades sociales le habían convertido ya de hecho en uno de los hombres con la mejor agenda de contactos de toda Francia. El definitivo paso del Rubicón fue desvincularse del Partido Socialista y fundar el movimiento En Marche! Con su apuesta entraba en una etapa de incertidumbre similar a las que pueden apreciarse en la historia de otras grandes victorias políticas. Los dioses, por lo demás, suelen favorecer a los audaces y la fortuna sonrió a Macron como nuevo Napoleón del siglo XXI. Lo hizo de forma evidente con el Penelopegate, el escándalo que hundió al candidato favorito, François Fillon, en las encuestas.

En un momento crítico, Macron se erigió en el único aspirante capaz de garantizar la supervivencia del sistema. Eso ya solo era posible a través de las reformas. Su primera gran iniciativa fue un proyecto para moralizar la vida política. Su programa reformista generó las primeras críticas, que fueron en la línea de considerarle como el ‘presidente de los ricos’, un apelativo muy poco original por cuanto ya se había usado contra Nicolas Sarkozy al principio de su mandato. Más que a un nuevo Napoleón, sus adversarios ven en él al Tancredi de ‘El gatopardo’, un arribista convencido de aquello de que todo tiene que cambiar para que todo siga igual.

Los riesgos de la indefinición

La indefinición política del presidente de Francia, como exponente de la moderna realidad líquida, tiene graves riesgos si no acaba por concretarse. Las encuestas ofrecen un balance negativo de su primer año y el presidente ha caído de forma notable en los sondeos de popularidad mientras la oposición, aunque mermada y en proceso de construcción en algunos casos, está haciendo mella en el fulgor de su estrella. Su política económica y de empleo ofrece una visión fácilmente identificable con la derecha liberal, aunque sus cambios fiscales han beneficiado a las clases medias y bajas. Las grandes iniciativas de su anunciado proyecto social aún están pendientes. "Hago lo que dije que haría", suele comentar el presidente frente a las críticas y las protestas callejeras.

Su liderazgo, no obstante, se mantiene fuerte en el binomio con Merkel al frente de la UE, mientras que la cercanía mostrada con el presidente Trump tiene una lectura puramente estratégica. Macron, como todo presidente de la República, alude con frecuencia a una Francia grande en el mundo. Más que una desventaja, el declive del proyecto europeo supone una oportunidad para la extensión de su perfil reformista. El que ha sido probablemente su discurso más brillante hasta ahora como presidente, sin escatimar el lirismo y la épica en algunos pasajes, y también el más citado, fue el ofrecido en La Sorbona sobre el futuro de Europa.

El filósofo alemán Jürgen Habermas ha dicho de él que es "el único que tiene una perspectiva política", aunque la frase puede interpretarse como una crítica a la canciller Merkel antes que como un elogio puro al presidente de Francia. Habermas, no obstante, se muestra también confundido respecto a la ideología de Macron. Pero en esa indefinición calculada, que le permite maniobrar con cierta comodidad en función de los mensajes de sus adversarios, es donde se mantiene relativamente a salvo.

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