Diálogo público

Ante los obispos católicos franceses, Emmanuel Macron presentó una concepción no agresiva de la laicidad, que no solo acepta la expresión pública de la fe, sino que valora el compromiso y la aportación de los católicos en la vida política.

Macron, al lado de Vladimir Putin
Diálogo público
AFP Photo

Desde que asumió la Presidencia de Francia, Emmanuel Macron no ha dejado de recibir elogios. Citaré algunas de las opiniones de distintos medios y comentaristas. Es el nuevo tipo de dirigente político que Occidente, en particular Europa, necesita a toda costa. Un dirigente no atado a lealtades partidistas ni a los dogmas ideológicos del pasado, sino que observa el mundo tal como es. Alguien que sabe que el crecimiento de su país no solo no está reñido con la cooperación mundial, sino que es indispensable para ella. Está decidido a averiguar cómo sostener los valores fundamentales de libertad, igualdad y fraternidad en la era de la globalización, en medio de las oportunidades y las constantes perturbaciones del capitalismo digital. Lo último ha sido su visita a Estados Unidos y su discurso ante el Congreso, que ha tenido una importante resonancia, pues se ha considerado clave en su posicionamiento en contra de la guerra comercial y el nacionalismo y, por supuesto, en defensa de la lucha contra el cambio climático y del multilateralismo.

Hay otro discurso que en nuestro país ha tenido menos eco y que considero importante. "Soy, como jefe de Estado, el garante de la libertad de creer y no creer, pero no soy ni el inventor ni el promotor de una religión estatal que sustituya la trascendencia divina por un credo republicano". Estas palabras las pronunció Macron en la recepción promovida por la Conferencia Episcopal en la que participaron cuatrocientos representantes del mundo de la política y de la sociedad civil. Es evidente que se sitúa entre los que consideran que, tras largos años en que se relegó la religión a permanecer en la esfera privada, hoy estamos en un momento en que se está volviendo a reconocer al fenómeno religioso su valor y la necesidad de que ocupe un lugar público en la sociedad. En dicho acto habló abiertamente de una relación que hay que volver a encontrar, porque la Francia de hoy, "más que una raíz abstracta", necesita una "linfa cristiana". También elogió la dedicación de los católicos franceses a la ayuda a los más necesitados y les animó a "hacer más todavía" implicándose en la política. "Por muy decepcionante que pueda ser para algunos, por muy árida que a veces sea para otros, necesita la energía de los comprometidos, vuestra energía. En este momento de gran fragilidad social considero como mi responsabilidad no dejar que la confianza de los católicos en la política se apague". Macron concluyó insistiendo en el llamamiento a los católicos a comprometerse en la política: "Su fe es algo que la política necesita", subrayó. Habló de "sabiduría, compromiso y libertad", tres dones que la República espera de los católicos.

Al mismo tiempo, esbozó una teoría de laicidad que sirve para otras religiones, no solo la católica, que choca con las lecturas más estrictas de la ley de 1905. Macron defendió que lo laico y lo sagrado no se oponen. Al contrario. "Considero que la laicidad ciertamente no tiene como función negar lo espiritual en nombre de lo temporal, ni desenraizar de nuestras sociedades la parte sagrada que nutre tanto a nuestros conciudadanos", dijo. Ahora bien, hemos de recordar que para ello es imprescindible una democracia cuyas instituciones funcionen adecuadamente, y con un pueblo que se involucre en su gobierno, para que se pueda generar y vivir un espacio público pluralista, donde las distintas opciones religiosas e ideas puedan coexistir y dialogar, siendo un verdadero aporte para la sociedad.

Las palabras de Macron no me sorprendieron, pues las había pronunciado en septiembre ante las autoridades protestantes; ahora bien, nunca las había articulado de manera tan clara como ante los obispos católicos. La laicidad de Macron se inspira en la de uno de sus maestros, el filósofo protestante Paul Ricoeur, que defendía una "laicidad de apertura", en la que la neutralidad religiosa del Estado no fuese un obstáculo para la expresión, en convivencia o tensión, de la espiritualidad de sus ciudadanos. Ya en una entrevista en 2016 manifestaba: "Hay que preservar como un tesoro la concepción liberal de la laicidad que ha permitido en este país que cada uno tenga derecho a creer o a no creer". Me gustaría que en nuestro país algún día sea posible este diálogo público entre la Iglesia y el Estado, como lo ha habido en la Francia de la laicidad. Reconociendo recíprocamente el propio papel, pero sin ocultar los puntos de fricción.

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