Cuando mueres viendo morir

En el centro, Marai, fallecido este lunes en el atentado, en 2012.
En el centro, Marai, fallecido este lunes en el atentado, en 2012.
J. Eisele/Afp

En Kabul mueres viendo morir. Es lo que les pasó este lunes al menos a nueve periodistas que cubrían el desastre provocado por la bomba que un suicida activó en las inmediaciones de la principal agencia de los servicios de inteligencia afganos, muy cerca de la sede central de la OTAN y de las oficinas de varias ONG.

Como suele ocurrir en este tipo de circunstancias, poco después de la explosión la zona estaba repleta de periodistas, camarógrafos y fotógrafos que tomaban imágenes de la evacuación de las víctimas y entrevistaban a los sobrevivientes y a los testigos.

Fue entonces cuando un segundo atacante haciéndose pasar por fotógrafo y situado entre los periodistas detonó su cinturón de explosivos provocando una nueva matanza. Entre los muertos estaba Shah Marai, fotógrafo de la Agence France Presse (AFP) desde 1996, que había cubierto la invasión estadounidense de Afganistán en 2001 y todos los acontecimientos de las últimas dos décadas.

La organización terrorista autodenominada Estado Islámico (Dáesh) reivindicó el doble atentado a través de su página Amaq. "Los apóstatas de las fuerzas de seguridad, de los medios de comunicación y otras personas acudieron al sitio de la operación donde un segundo hermano kamikaze los sorprendió con un chaleco explosivo", aseguró el grupo terrorista.

Afganistán vive inmerso en un baño de sangre desde hace casi cuatro décadas. Una gran parte de los ciudadanos no han conocido su país en paz desde que los soviéticos invadieron el país la última noche de diciembre de 1979.

Los diferentes conflictos, incluida la guerra civil entre fracciones armadas, que se desencadenaron desde entonces han provocado un reguero de sangre que ya acumula más de un millón de muertos y desaparecidos, decenas de miles de mutilados y millones de refugiados y desplazados. Solo en el año pasado se produjeron un total de cincuenta y siete ataques suicidas, que causaron 605 muertos y 1.690 heridos, según el informe anual sobre víctimas civiles de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (Manua), una tendencia que ha continuado este año con continuos atentados en la capital Kabul y en otras ciudades importantes.

Por cuarto año consecutivo los 3.438 muertos y los 7.015 heridos superaron las diez mil víctimas en 2017. En Kabul, una ciudad bastante segura hasta hace unos cinco años, se produjo el 16% de todas las víctimas. La inseguridad actual recuerda los niveles existentes durante la guerra civil que destrozó la capital entre 1992 y 1996.

Los afganos son conscientes de que ya no hay un lugar seguro en sus ciudades y que pueden morir durante sus desplazamientos laborales o rezando en la mezquita.

Los atentados sectarios contra la comunidad chiita, la inmensa mayoría reivindicados por el grupo yihadista Estado Islámico, han provocado quinientas víctimas en los lugares de oración.

El informe de Manua atribuye las dos terceras partes de las víctimas a los insurgentes. Cuatro de cada diez víctimas son responsabilidad de los talibanes, pero en los últimos años se ha multiplicado el daño causado por el Ejército Islámico, un grupo originario de Iraq que también ha ejercido una violencia inusitada en Siria.

Los bombardeos afganos y estadounidenses contra las bases de los insurgentes dispararon en 2017 el número de víctimas civiles por error, provocando 295 muertos y más de tres centenares de heridos, lo que supone el balance anual más grave desde el año 2009.

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