Escalada de tensión

Rusia, la UE y Estados Unidos están protagonizando una inquietante escalada de tensión por el envenenamiento de un exespía en Reino Unido. El afán del Kremlin de desestabilizar a las democracias occidentales merece una respuesta tan firme como ajustada.

Putin.
Vladímir Putin, presidente de Rusia.
AFP

Moscú ha anunciado la expulsión de representantes diplomáticos de los países, entre ellos España, que previamente habían declarado ‘persona non grata’ a más de un centenar de rusos. Se trata de una situación que empieza a parecerse a las que se vivieron durante la Guerra Fría, pero que se produce en una época en la que no existe un enfrentamiento ideológico agudo. Rusia es una economía de mercado y seudodemocrática. De este modo, al exacerbar sus diferencias, Rusia y Occidente están malgastando energías que debían dedicar a afrontar retos comunes como poner fin al conflicto de Siria o luchar contra el terrorismo islamista.

El mundo está experimentando intensas transformaciones desde el final de la Guerra Fría. La transición de los últimos 25 años ha dado paso a un deterioro del sistema internacional, con enfrentamientos graves entre los principales actores. Así, el conflicto entre Rusia y Occidente constituye uno de los ejemplos más destacados de esta realidad. Moscú está alimentado el antagonismo, pero el presidente Putin tiene que ser consciente de que el enfrentamiento con Occidente, aunque a él le beneficie, es una pérdida para Rusia, ya que EE. UU., la UE y otros países de su órbita seguirán determinando en gran medida el modelo de globalización. Por tanto, el conflicto contribuye a la marginación de Moscú en las instituciones y a un grave desgaste económico.