My Lai, un trauma de medio siglo

Soldados de EE. UU. asesinaron a 504 civiles, 173 de ellos niños.

Un hombre visita un memorial sobre la masacre.
My Lai, un trauma de medio siglo
Reuters

Vietnam conmemora los 50 años de la matanza de My Lai, el sangriento episodio en que soldados de EE. UU. asesinaron a 504 civiles (173 de ellos niños) y que para los supervivientes se repite a diario en forma de pesadillas y recuerdos traumáticos.

El lugar de la masacre es hoy un museo del horror, dirigido hasta que se jubiló el pasado septiembre por Pham Thanh Cong, que a los 11 años sobrevivió escondido bajo los cadáveres de su madre y sus hermanos aquel 16 de marzo de 1968.

"Después de esta entrevista tendré pesadillas durante varios días", advierte impertérrito en la planta baja del museo de Son My (la zona fue denominada My Lai por los estrategas militares de EE. UU.).

Acostumbrado a atender a medios de todo el planeta, su voz tiene un punto mecánico mientras rememora cómo un grupo de militares norteamericanos prendió fuego a su casa y tiró una granada al refugio subterráneo donde se escondió junto a su madre, su hermana mayor y sus tres hermanos menores.

"Mi madre gritó 'granada' y oí la explosión. Nuestro refugio se derrumbó y se hizo el silencio. Solo podía oír mi respiración y sentía encima de mí los cuerpos de mi madre y mis hermanos. Estaban muertos", cuenta.

Cong sobrevivió quedándose en su escondite hasta que extinguió el ruido de metralla y los gritos de las mujeres violadas y asesinadas. Su padre, a salvo en la selva como casi todos los hombres de la aldea, regresó esa misma tarde a buscarlo y enterrar a su prole.

"Siempre que vengo al museo o hablo de aquello vuelvo a ver las imágenes, a mí mismo enterrado bajo mi familia muerta, los cuerpos apilados cuando salí, la sangre que lo cubría todo? Casi nunca subo a la planta de arriba donde están las fotos y la placa con los nombres de las víctimas", prosigue.

Los datos que recita como un mantra siguen siendo escalofriantes: 504 muertos en total, de los que 182 eran mujeres (17 embarazadas), 173 niños (entre ellos 56 bebés de menos de cinco meses) y 60 mayores de 60 años.

A las ceremonia por el 50 aniversario de la masacre en el museo acude, además de autoridades de varios países, una delegación de veteranos estadounidenses, algo que no es nuevo para Cong, que recibe a decenas de antiguos combatientes todos los años con el mismo mensaje de despedida: "Puedo perdonar, pero no olvidar".

Sin embargo, su tono conciliador se eleva de pronto cuando escucha el nombre del teniente William Calley, el hombre que ordenó la masacre y el único condenado por ella a cadena perpetua, aunque fue indultado al día siguiente a un arresto domiciliario y un tribunal lo liberó tres años y medio después.

"Hace unos años pidió perdón en público, pero eso no es suficiente. ¿Por qué no viene a Vietnam para comprobar el mal que causó? ¿Por qué no viene a ver cómo nos hemos levantado a pesar de todo?", se pregunta.

Mientras Cong mantiene siempre un semblante serio, Vo Cao Loi, que tenía 15 años cuando perdió a su madre y varios primos pequeños en el ataque, es un torrente de alegría contagiosa.

"Tuve que aceptar la realidad, al menos sobreviví", comenta en su cafetería en Danang, 150 kilómetros al norte de la aldea en la que creció.

"Aquella mañana, como de costumbre, habíamos salido para limpiar cáscaras de coco. Vi pasar un helicóptero y pensé que estaba haciendo un reconocimiento de la zona. Pero después llegaron más y mi madre me mandó esconderme en un refugio algo apartado del pueblo porque al ser un chico con 15 años podrían dispararme", relata.

Desde su escondite, su tío y él oyeron durante horas los disparos, las explosiones, los gritos de súplica y los llantos sin poder mover un músculo para ayudar.

"Salimos sobre las cuatro de la tarde, cuando todo estaba en silencio. Habían tirado una mina al búnker donde se había escondido nuestra familia. Mi tío perdió a su mujer y tres hijos de 4, 6 y 9 años. Mi madre estaba moribunda y no pudimos salvarla. Al menos pudimos enterrarlos, en otras familias murieron todos y no tuvieron entierro", dice.

La sonrisa de Loi parece perenne, se desvanece unos segundos durante las partes más sombrías de su relato y vuelve, pero él sabe que el peso de aquella experiencia lo acompañará siempre.

"A veces -cuenta- tengo pesadillas, sueño con helicópteros que vienen a buscarme. Y me ocurrió otra cosa. Aquel día dejé de cantar. Me gustaba mucho, cantaba todos los días, y desde entonces nunca más he podido cantar".

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