Los archivos del Pentágono

La película ‘Los archivos del Pentágono’, de Steven Spielberg, nos recuerda que allí donde no existe una prensa libre, para desnudar al gobierno, y plural, para que los ciudadanos puedan disponer de distintas fuentes de información, no hay democracia.

Steven Spielberg, director de la película 'Los archivos del Pentágono'.
Steven Spielberg, director de la película 'Los archivos del Pentágono'.
AFP

La película, excelente, de Steven Spielberg es fuente de numerosas reflexiones para cualquier interesado en la evolución de nuestros sistemas políticos, de la democracia misma. Desde luego, es un recordatorio del significado profundo de la libertad de expresión: se protegió a la prensa para que pudiera destapar los secretos del gobierno e informar al pueblo, en las palabras del magistrado del Tribunal Supremo Hugo Black. Los gobiernos siempre tienen secretos, muchas veces inconfesables. La prensa es la mejor manera de poder desvelar esos secretos y así cumplir con dos de las premisas esenciales de un sistema democrático: control del poder y libre conformación de la opinión pública. Por ello, allí donde no existe una prensa libre, para desnudar al gobierno, y plural, para que los ciudadanos puedan disponer de distintas fuentes de información, no hay democracia o, al menos, esta se acercará a la categoría de las democracias fallidas. Así, la película constituye un bello y nostálgico recuerdo de uno de los principios fundamentales sobre los que se ha asentado y, todavía, se asienta nuestra convivencia en libertad.

El director se recrea en mostrar el pasado artesanal de una prensa que, después, provocó la renuncia del presidente de EE. UU. Y, de esta manera, nos proyecta al presente. El espectador se acerca a comprender que lo que vive hoy es mucho más que un cambio tecnológico que haya transformado la forma de hacer los periódicos o transmitir las noticias. El espectador se pregunta si hoy sería posible ser testigo de un suceso similar. Y la duda no surge porque no existan periodistas o editores de un fuste semejante. La duda se plantea porque recuerda la facilidad con la que el actual presidente de EE. UU. doblegó la posición contraria de casi todos los grandes periódicos norteamericanos, a pesar de las noticias que publicaron sobre él. Porque recuerda la marea de falsas noticias que inundan los más relevantes debates.

Se discute sobre la crisis de la democracia representativa. Ciertamente, es mucho lo que hay que pensar sobre estos extremos. La reflexión sobre las transformaciones en el mundo de la comunicación son, también, abundantes y cualitativamente relevantes. Sin embargo, no tengo la percepción de que se dé la importancia debida a la influencia que sobre el desenvolvimiento de los sistemas democráticos tiene la pérdida de los canales tradicionales de conformación de la opinión pública. Es cierto que no se trata de un hecho estrictamente novedoso. Pero ello solo debería servir para recordar la influencia que en su momento tuvo la emergencia de nuevos medios. Para recordarla y para ponerla en relación con las características de algunos de los cambios de los que hoy somos testigos.

No es cuestión de emitir juicios de valor sobre la consolidación de las redes sociales como sujeto protagonista de los canales comunicativos. Lo que hay que intentar es identificar el núcleo de la transformación y delimitar sus ventajas y sus problemas. No es una tarea sencilla. Pero puede afirmarse que las redes sociales son un instrumento de conformación de la opinión publica radicalmente diferente de los tradicionales. Diferente en lo cuantitativo y en lo cualitativo. La consecuencia es obvia. Si se transforma de esta manera, y a esta velocidad, la manera de conformar opinión pública, el resto de las estructuras del sistema democrático se ven necesariamente afectadas. Las redes son poderosas. Un poder difuso ha nacido para quedarse. Ese poder ¿servirá a las necesidades de la democracia con la misma eficacia que pudieron hacerlo Katherine Graham y Benjamin Bradlee? ¿Tendrá la misma eficacia como contrapoder? ¿Llegará a alcanzar la legitimidad y el rigor que tuvo, y lucha por mantener, la prensa escrita? Son preguntas, al menos de momento, sin respuesta. Lo único que podemos saber es que, como ciudadanos de una sociedad libre, necesitamos que la respuesta sea positiva. Y que, en todo caso, la prensa tradicional encuentre de nuevo el espacio que le permita librar batallas similares.