Trump, Jerusalén y Europa

Tras el temerario paso de Trump aceptando Jesusalén como capital de Israel, la Unión Europea debería tomar la iniciativa para respaldar la creación del Estado palestino.

Las reacciones a la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de reconocer Jerusalén como capital de Israel no han dejado de sucederse; desde el llamamiento por parte de Hamás a la tercera intifada, a las resoluciones de las Naciones Unidas o de los países árabes.

Resulta difícil encontrar una razón que justifique dicha decisión de la presidencia norteamericana, que tan solo ha encontrado el apoyo entusiasta del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, que recibe así el respaldo político del coloso americano. Ni siquiera pueden aducirse, como se ha pretendido, causas de política interior estadounidense. Nadie duda del peso de la comunidad judía en Estados Unidos, muy positiva por variadas razones. Sin embargo, esta comunidad no es compacta y los sectores más progresistas, entre ellos los del movimiento judío reformista, se manifestaban dos días antes del anuncio de Trump en contra de tal decisión. En un comunicado, protestaban por la aprobación tácita que Estados Unidos han dado durante años a la ocupación por Israel de tierras que no le pertenecían y a su negativa a reconocer derecho alguno a los palestinos en Jerusalén Este o en cualquier otro lugar del territorio en disputa.

Debe recordarse que el nacimiento del Estado de Israel fue fruto de la desgraciada política seguida por el Reino Unido como potencia administradora, que llevó a la ONU, el 29 de noviembre de 1947, a decidir la partición de Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío, reservándose la Organización la administración de Jerusalén. Los judíos aceptaron esta decisión. No así la parte palestina. Desde este momento, y tras la guerra de 1967, Israel no ha hecho sino ir incrementando su territorio, de forma contraria a las resoluciones del Consejo de Seguridad, en detrimento de Palestina. No es de extrañar, por tanto, la reacción más que airada de sus líderes, de la población, pero también de los líderes de países árabes.

Algunos, moderados como Jordania, han alertado de las consecuencias que va a generar tan improvisada decisión: terrorismo y desesperanza entre los palestinos. Ambos elementos, pésimos compañeros de viaje para una negociación de paz. La frustración del Daesh por su derrota en Siria, la turbulenta situación en Arabia Saudí tras la ruptura de los tradicionales acuerdos de familia por el príncipe Salman, el auge de Irán frente a los regímenes sunitas o el cambio de situación en Yemen tras el asesinato de su expresidente pueden encontrar una válvula de escape en un apoyo violento a la causa palestina, con negativas consecuencias para la región y para Europa. El tsunami diplomático está servido.

El cuarteto negociador del proceso de paz en Oriente Próximo está herido de muerte, pues la toma de posición de Estados Unidos le inhabilita para ser mediador imparcial y da un nuevo golpe a su relación con las Naciones Unidas.

Además de los países árabes, la Unión Europea y sus veintiocho Estados miembros han manifestado su desacuerdo con la decisión unilateral americana y su respeto por el consenso internacional sobre Jerusalén, según el cual, el estatuto final de la Ciudad Santa habrá de decidirse a través de negociaciones directas de las partes. El comunicado de la Alta Representante de la UE para la política exterior es claro en la expresión de disconformidad y en la llamada a la calma para evitar otra intifada, pero ha de haber algo más. Es el momento para la UE de pasar a la acción y de hacerlo de forma positiva para el proceso de paz.

Ahora que el Cuarteto ha quedado de facto convertido en troika, la UE ha de valorar seriamente el paso del reconocimiento de Palestina. Diez Estados miembros ya la reconocen oficialmente, otros de forma oficiosa. Muchos parlamentos nacionales se han pronunciado en sentido favorable a este reconocimiento por los respectivos gobiernos. En ninguna forma esto debe considerarse como un acto inamistoso hacia Israel, con quien la Unión mantiene buenas relaciones de vecindad, sino como una forma de introducir un elemento de equidad en las negociaciones, que permita alcanzar un acuerdo justo, porque de lo contrario no será duradero.

En 2014, después de que la Asamblea Nacional y el Senado aprobaran sendas resoluciones invitando al gobierno a reconocer a Palestina, Francia exponía claramente ante la Asamblea General de la ONU su posición de permitir a Palestina elevar su estatuto al de Estado, miembro o no de las Naciones Unidas; sería una solución realista que permitiría avanzar en la solución de dos Estados, conviviendo pacíficamente, con una misma capital.

A diferencia de la decisión de Donald Trump, esto no descalificaría a la UE como mediador internacional, pues el reconocimiento de Palestina como Estado es una premisa para alcanzar la solución de dos Estados, mientras que el reconocimiento de la capitalidad de Israel en Jerusalén rompe con el acuerdo de mantener la neutralidad de la Ciudad Santa hasta que se acuerde por las partes su estatuto final.

Si la UE quiere ser un actor global y mantener su pátina normativa de respeto al Derecho internacional y de protección de derechos fundamentales, solo cabe dar este paso y exigir la retirada de los asentamientos. En estos momentos, además de autonomía estratégica, la UE tiene instrumentos para hacer cumplir estos requisitos. El acuerdo de asociación UE-Israel puede ser suspendido, de igual forma que se han adoptado otras medidas restrictivas respecto a otros socios internacionales por incumplimientos análogos. Decisión que sería lógica, además de coherente, teniendo en cuenta las dificultades para verificar el origen de los productos procedentes de los asentamientos en Gaza y Cisjordania.

Solo una decisión valiente puede frenar los extremismos de ambos lados, las revueltas y actos de violencia y de respuesta a los mismos previsibles del lado palestino, y la reacción de la parte más conservadora de Israel. Una escalada de la violencia es la mayor amenaza a la seguridad de los ciudadanos de Israel, con la cual la UE está tan comprometida como lo está con el derecho de los palestinos a tener un territorio reconocido y estable dentro de las fronteras anteriores a 1967.

La legitimidad de esta demanda es incuestionable. Es el turno de Bruselas para jugar sus cartas por la paz.