Policías acostados

El periodista recorre Venezuela con un exagente reconvertido en chófer quien, asegura, es 6 veces más pobre ahora que hace un año.

Venezuela, fuera de foco: Un campesino andino, en la carretera trasandina.
Venezuela, fuera de foco: Un campesino andino, en la carretera trasandina.
Gervasio Sánchez

Amigos de Mérida me buscan el conductor ideal para viajar casi una semana por una parte de Venezuela. Al final el odómetro marcará 1.480 kilómetros. Si añadimos los 500 kilómetros entre la frontera y Mérida ida y vuelta habré recorrido 2.000 kilómetros de buenas carreteras en general a las que les falta una buena mano de mantenimiento.

Mi conductor, con nombre de actor estadounidense, tiene 30 años, está casado y es padre de un hijo de cuatro meses. Su única condición es no conducir de noche no tanto por la inseguridad provocada por los asaltos sino por sus limitaciones visuales. Decidimos partir cada mañana a las seis en punto antes de que empiece a despuntar el amanecer.

Los primeros minutos del viaje son de tanteo. No sé si comulga con el régimen chavista o es partidario de la oposición. Se le ha dicho que soy un profesor que quiere visitar el país como turista. En la primera jornada de viaje ya me he quitado la careta y le he dicho claramente que soy periodista.

Intento que deje de llamarme señor Gervasio. Tampoco me gusta que me llame patrón o jefe. Es un expolicía que entró en la academia con 19 años y que decidió pedir la baja porque no estaba dispuesto a participar en situaciones moralmente inaceptables. “Tengo compañeros de promoción que disparan contra manifestantes cuando nadie les obliga a hacerlo. Tampoco me gusta tener que desplumar a las personas en los controles aunque estén haciendo tareas ilegales”, me cuenta cuando hemos empezado a subir la tortuosa y espectacular carretera transandina que lleva al Parque Nacional Sierra Nevada.

Vamos atravesando pueblecitos andinos repletos de posadas, hoteles y restaurantes cerrados. Estamos en los meses de verano. El curso escolar empieza en las mismas fechas que en España. “En la academia preparaban a grupos de uniformados para formar parte de la policía turística. Tenían que saber inglés para atender a los grupos de turistas estadounidenses y de otros países que visitaban nuestras montañas. Pero ese cuerpo desapareció hace diez años”, recuerda mi conductor.

El GPS tiene voz de mujer como en casi todas partes. Cada mañana empezamos el viaje con una frase melosa: “Por caridad, maneje con cuidado”. Trecientos metros antes del reductor de velocidad, en forma de banda de frenado de asfalto que sobresale del pavimento, te avisa con la expresión: “Policías acostados”. Y te lo vuelve a recordar a los doscientos y a los cien metros. También marca los “policías acostados” que ya han sido retirados o se han desgastado. Durante el largo viaje escucharé más de dos mil  veces la expresión. Aunque son los uniformados de a pie, vinculados a la policía nacional, a la guardia nacional o al ejército, los que verdaderamente ralentizan el tráfico con sus continuos controles.

A unos 60  kilómetros de Mérida está el pico de El Aguila, al que se accede por la ruta de montaña pavimentada más alta de Venezuela, que supera los 4.000 metros de altura. Esta ruta fue utilizada por Simón Bolívar en una de sus campañas militares  de hace dos siglos y se construyó una estatua de un cóndor en su memoria en el lugar más elevado.

Los  pocos negocios que hay abiertos desde la salida de la capital del estado están prácticamente vacíos. Hay anuncios de venta por todas partes. “Está siendo el peor año desde que tengo uso de razón. Con esta política descontrolada de los precios de los productos básicos tendremos que cerrar todos los negocios”, me comenta el dueño de un restaurante.

Tampoco hay turistas extranjeros a pesar de la situación ventajosa actual para viajar con euros o dólares por Venezuela.

Iniciamos una vertiginosa bajada envueltos por una niebla cerrada que dificulta la visibilidad a pocos metros de distancia. La jornada laboral de mi conductor cuando trabaja como taxista suele durar doce horas. En un día normal puede hacer unas veinte carreras de tres mil bolívares e ingresar unos 60.000 bolívares, dos euros y medio. Insiste en que es una miseria y me da precios de productos básicos para demostrarlo. Un bote de leche en polvo para bebés de cero a seis meses vale 220.000 bolívares (nueve euros) y un paquete de 50  pañales 260.000 bolívares (más de 10 euros).

“Con el dinero que ganaré esta semana cambiaré el parabrisas rasgado antes de que me multe la policía. Ahora vale un millón de bolívares, más del doble de hace dos semanas”, me cuenta angustiado. Le pregunto cuál es el valor de la multa. “Son diez unidades tributarias, unos 3.000 bolívares en total”, me responde. “Yo me encargo de pagar la multa. Me hace ilusión pagar 0,12 euros, la multa más barata de mi vida”, le respondo.

Estamos atravesando aldeas y pueblos muy combativos durante las últimas protestas contra el gobierno de Nicolás Maduro. En El Collado, unos manifestantes interceptaron una tanqueta de la Guardia Nacional que se quedó aislada, obligaron a bajar  a los uniformados, los desarmaron y los desnudaron y quemaron el vehículo. En Timotes fueron atacadas las sedes de la alcaldía y la policía. Todavía se pueden las huellas del fuego en algunas paredes.

Como muchos venezolanos, mi conductor tiene un segundo trabajo. Explota una pequeña hacienda que heredó de su abuelo. La leche de 17 vacas le da el extra que necesita para vivir. ¿Vacaciones? “Este año imposible. Hasta el año pasado me podía ir una semana en septiembre a la isla Margarita fuera de temporada alta. El año pasado me costó 600.000 bolívares, equivalente al beneficio de la leche de mis vacas durante una semana. Hoy necesitaría seis semanas para conseguir pagar el mismo viaje. Puedo decir que hoy soy seis veces más pobre que hace un año”, me explica.

Venezuela, fuera de foco / Diario de Gervasio Sánchez

Capítulo 1 El puente de los lamentos

Capítulo 2 Desayuno criollo

Capítulo 3 El rey camión

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