Un niño de 12 años es retenido por miembros de las fuerzas de seguridad en esta calle de Kirkuk, al norte de Iraq.

Al rasgarle la camiseta, queda al descubierto un cinturón con dos kilos de explosivos. Tras minutos de tensión, comienza una delicada operación para desactivar el artefacto.

Dos agentes cortan los cables y finalmente, retiran el dispositivo del cuerpo del chico, entre el aplauso de los testigos. Finalmente trasladan al chaval hacia un vehículo policial. En esta misma jornada, otros dos atentados suicidas han causado tres heridos. Las autoridades kurdas acusan de estos últimos actos terroristas al Estado Islámico. Atentados cometidos cada vez más por menores como el del pasado sábado en una boda en Turquía donde más de cincuenta personas perdieron la vida.