​Lo que queda de España en el Sáhara: iglesia, casino y colegio

La Marcha Verde supuso el final de una colonización de casi medio siglo.

Iglesia de San Francisco de Asís que ajojaba la casa del gobernador, el ayuntamiento y el cuartel general del ejército.
Iglesia de San Francisco de Asís que ajojaba la casa del gobernador, el ayuntamiento y el cuartel general del ejército.
Efe

Casino, colegio e iglesia son los tres edificios emblemáticos a los que ha quedado reducida la presencia española en la ciudad de El Aaiún, capital del Sahara Occidental, cuando se cumplen cuarenta años de la Marcha Verde, que supuso el final de una colonización de casi medio siglo.


Los tres edificios tienen en día usos distintos o devaluados con respecto a lo que llegaron a ser en la época de esplendor, cuando vivían en el Sahara 30.000 españoles (la mayoría en El Aaiún) junto a 74.000 saharauis.


El edificio más imponente en el paisaje urbano de El Aaiún es la Iglesia de San Francisco de Asís, construida en un peculiar "estilo del desierto", con un lateral que imita las dunas y que antaño colindaba con los centros de poder español: la casa del gobernador, el ayuntamiento y el cuartel general del ejército.


De esos tres edificios se adueñó Marruecos y reprodujo los mismos usos, cambiando las banderas.


Por la peculiar situación jurídica del Sahara, la iglesia depende directamente del Vaticano y tiene rango de "prefectura apostólica", según cuenta el párroco titular, Mario León.


La iglesia nació para servir a la abundante colonia española, pero tras 1975 quedó casi vacía durante cinco años, y fue el alto el fuego de 1991 y la llegada de los cascos azules de la ONU la que le devolvió algo de vida, pues los cristianos de la misión multinacional, incluidos los protestantes, son los que ahora acuden a las misas del sábado y el domingo, que con suerte llegan a las veinte personas.


Junto a la iglesia se levanta el antiguo Casino Español, casi fantasmal con su salón de baile vacío y su sala de actos donde retumba el eco de los pasos. Levantado a fines de los años sesenta, hoy sirve de base de la Depositaría de bienes del estado español en el Sahara.


Lejos quedan los tiempos en los que la Depositaría servía de escenario de una escena casi de película: un Pagador militar venía una vez al mes con una maleta llena de dinero para entregar en mano las pensiones de los saharauis que habían servido en el ejército español, ya fuera en las Tropas Nómadas o en los Tiradores de Ifni.


De todos aquellos, quedan todavía 956 perceptores vivos en el Sahara Occidental y 374 en Tinduf, según cifras del ministerio de Defensa; un Pagador sigue viniendo con periodicidad a El Aaiún, pero ya sin maleta: los pagos se hacen por transferencia, y el funcionario sencillamente se encarga de certificar que los beneficiarios siguen vivos.


A ellos se añaden más de 400 civiles saharauis que cobran pensiones de la empresa fosfatera Fosbucraa o de los distintos ministerios a los que sirvieron, según precisa el Depositario actual, Carlos Bengoechea.


Pero la función principal de la Depositaría -apunta Bengoechea- es la administración y gestión de los bienes inmobiliarios del Estado español en El Aaiún, cifrados documentalmente en un centenar de propiedades "bajo control" (hay un centenar más derruidas o engullidas por otros edificios) de las que al menos la mitad de ellas pagan su correspondiente renta.


Estos bienes inmobiliarios -que por cierto figuran como huecos en blanco en el catastro marroquí, al no reconocer España la soberanía de Marruecos en el territorio- sufrieron múltiples vicisitudes con la partida precipitada de los militares y civiles españoles en 1976.


A partir del año 1978, la Depositaría se preocupó de localizar a sus propietarios cesantes en España, indemnizarles y establecer nuevos documentos de propiedad con los que han ido, poco a poco, reclamando sus derechos ante sus ocupantes actuales.


Queda también entre las propiedades españolas un enorme edificio escolar, el Colegio La Paz, en su día el menor colegio de El Aaiún y donde se formaba la élite saharaui, y que alberga ahora a menos de treinta alumnos, lejos del millar que llegó a tener en sus años dorados, a principios de los años setenta.


Y lo más importante y todavía desconocido: quedan en el Sahara entre 12 y 15.000 nacionales españoles, todos saharauis de origen y que accedieron a la nacionalidad española durante la colonización. Hoy viven en su mayor parte a caballo entre Canarias y el Sahara, seguros de legar a sus hijos uno de los bienes más preciados en estas tierras: un pasaporte rojo con entrada en el espacio europeo Schengen. 

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