Miles de familias en busca de una libertad agónica en la frontera entre Siria e Iraq

El asedio de los yihadistas ha obligado a más de 200.000 personas a abandonar sus hogares.

Miles de desplazados iraquíes se enfrentan a la sed y el hambre en el Kurdistán iraquí
Miles de familias en busca de una libertad agónica en la frontera entre Siria e Iraq
Efe

El paso fronterizo de Fish Jabur, junto a Siria, representa el pasaporte hacia una libertad agónica para miles de desplazados iraquíes que huyen de dos prisiones: la del asedio de los yihadistas y la del hambre y la sed que han padecido en su periplo por el Monte Sinyar.


Hace días huyeron del horror en el que se convirtieron sus hogares, ocupados por los extremistas del Estado Islámico (EI), para caer en otro.


Miles de desplazados iraquíes, muchos de ellos de la minoría kurda yazidí, que abandonaron sus casas en el norte de Iraq escapando del EI, encontraron un refugio de doble filo en el Monte Sinyar: un espacio sin terroristas, pero con dos enemigos silenciosos: el hambre y la sed.


"En diez días, no hemos bebido ni comido prácticamente nada, solo algo de pan duro", dice Dalal Merar, una yazidí de 45 años, que consiguió hoy escapar del Monte Sinyar y llegar a Fish Jabur.


Pudo hacerlo gracias al apoyo del PKK, las milicias kurdas turcas, que junto a las sirias -YPG- construyeron un corredor seguro en el monte para trasladar a los desplazados atrapados en la montaña hacia Siria y luego devolverles a Iraq por este paso fronterizo.


Aquí, junto a su marido y el resto de su familia, Merar se refugia del imponente sol bajo la copa de unos árboles y en medio de una fila de basura que han dejado los desplazados que tuvieron la suerte de escapar antes que ella.


"No recuerdo casi nada de cuando huimos, solo me acuerdo de la prisa que teníamos por irnos", subraya Merar, que añade que está "muy preocupada por los 10.000 compañeros yazidíes que han desaparecido".


"No sé por qué vienen a por nosotros, no sé ni quiénes son, pero lo peor de todo es que no tenemos a dónde ir", se lamenta la mujer.


Tras un tiempo limitado en Fish Jabur, los desplazados son enviados a campos de refugiados improvisados en los remotos valles entre las montañas del Kurdistán iraquí, para formar un imponente manto de tiendas blancas en medio de la nada.


Pero en estos parajes un campo de refugiados no tiene por qué estar formado por tiendas de campaña. Un simple edificio abandonado y a medio construir a un lado de la carretera puede servir, cualquier sitio con sombra es válido.


Donde sí existen instalaciones adecuadas es en el cercano campo de Janek, cerca de la localidad de Dohuk, donde trabaja el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).


"En Janek, atendemos a 15.000 familias y cada día vienen 30 más", explica Ashti Ismail, oficial de seguridad económica sobre el terreno del CICR.


La creciente afluencia ha obligado a esta y otras organizaciones como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) a levantar un nuevo campamento con 500 tiendas en la misma localidad.


En los campos reparten la ayuda necesaria para sobrevivir, como agua, comida, medicinas y tiendas de campaña.


Recogiendo parte de esta ayuda se encuentra Kasrim Osman, un electricista de 46 años que huyó junto a su familia de la ofensiva del EI en Sinyar.


"Encontrar cadáveres en la montaña es algo muy común, todo el mundo allí ha visto a la gente morir", asegura este yazidí, que también deambuló siete días por el monte hasta que consiguió escapar "gracias a las fuerzas kurdas".


La minoría yazidí ha sido en los últimos días, junto a los cristianos, objetivo del avance del EI, que ha obligado a más de 200.000 personas a abandonar sus hogares y a refugiarse en el Kurdistán iraquí, que ya daba cobijo a 300.000 desplazados anteriores y a 230.000 refugiados sirios, según datos de la ONU.