Egipto

La caída de Mursi reordena el panorama en Oriente Medio

Los reveses sufridos por la Hermandad Musulmana y la incapacidad de los rebeldes en Siria para inclinar de su lado la guerra fuerzan a Catar a un replanteamiento de su política exterior.

División en el país tras el golpe de Estado
Golpe militar en Egipto_9
AFP

La caída del gobierno islamista en Egipto ha reordenado, casi de inmediato, el complejo panorama de alianzas en Oriente Medio, como evidencia la velocidad y calidez de las monarquías del Golfo Pérsico en acoger a las nuevas autoridades de El Cairo.


Países como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos, que observan con recelo el despertar de los Hermanos Musulmanes en la región, han ofrecido raudos algo más que apoyo moral a las nuevas autoridades: los petrodólares que ayudarán a aliviar las arcas egipcias.


Nadie es ajeno en Riad, Abu Dabi o Kuwait a que buena parte del descontento popular hacia Mursi estaba fundamentado en la calamitosa situación económica del país.


Por eso, la ayuda urgente por valor de 12.000 millones de dólares que esas tres capitales han anunciado en las últimas horas para las atribuladas finanzas egipcias es solo una manifestación superficial del movimiento sísmico que afecta a la geopolítica de la región.


Según economistas consultados por el diario "Al Masry al Youm", el montante destinado elevará las reservas de divisa extranjera, que apenas garantizaban las importaciones a tres meses vista, por encima de los 20.000 millones de dólares.


Y, como consecuencia de esto, los más optimistas auguran un descenso del valor cambiario del dólar frente a la libra egipcia, que se había disparado en más de un 25% desde el comienzo del año, e incluso vaticinan la desaparición del floreciente mercado negro.


Si los egipcios logran notar en sus bolsillos que algo empieza a cambiar en el país, no es difícil colegir que su mirada a las nuevas autoridades -y con ellas a sus nuevos aliados- se llenarán de benevolencia.


O al menos eso es lo que pretenden los ricas monarquías del Golfo, que en su día lloraron la caída de Hosni Mubarak y recibieron con frialdad el triunfo islamista en las urnas.


En este desplazamiento tectónico, ocupa un lugar prominente el futuro rol de Catar, la "minipotencia" regional que socorrió, también con su generosa hucha, a Mursi y los Hermanos Musulmanes en los momentos más complicados de su corta presidencia.


Doha ofreció a las autoridades islamistas de Egipto hasta 7.000 millones de dólares en donaciones, depósitos en el banco central y suministro de gas, la misma estrategia que ahora sigue Arabia Saudí.


El golpe contra Mursi ha dejado en segundo plano otro acontecimiento que puede marcar de forma decisiva el futuro de la región: el emir de Catar, Hamad bin Jalifa el Zani, abdicó el pasado 25 de junio en su hijo Tamim.


Aunque se espera del nuevo emir una línea continuista, el jeque Tamim sorprendió al ser uno de los primeros en felicitar al presidente interino salido del golpe en Egipto, Adli Mansur.


Según algunos analistas en la prensa árabe, este reconocimiento, en menoscabo de su alianza con los Hermanos Musulmanes, no es más que un reflejo de la supuesta cercanía del nuevo jefe de Estado catarí a su tradicional aliado saudí.


Catar, que se disputa con Arabia Saudí el trono al mayor financiador de los países de la región, había virado en los últimos años hacia una posición más independiente, convertido en el sostén económico de los regímenes islamistas salidos de la primavera árabe.


Los reveses sufridos por la Hermandad Musulmana en Egipto y la incapacidad de los rebeldes en Siria para inclinar de su lado la guerra forzarán a Catar a un replanteamiento de su política exterior, que se había volcado en esas dos causas.


Y si las monarquías del Golfo parecen frotarse las manos ante la caída de los Hermanos Musulmanes en Egipto, otros países que habían cultivado sus relaciones con Mursi no hallarán tantos motivos para celebrar.


Irán ya ha recibido una seria advertencia por parte de la diplomacia egipcia de que no aceptará "injerencias extranjeras", tras haber criticado el golpe de Estado.


El depuesto presidente egipcio había descongelado las relaciones con Irán con gestos tan elocuentes como la visita del expresidente Mahmud Ahmadineyad a Egipto -la primera de un mandatario iraní en 34 años- o la invitación a turistas iraníes a visitar el país.


Todo apunta a que esta luna de miel, que disgustó de forma extrema a los radicales salafistas egipcios, ha terminado.


Para El Cairo, "las continuadas declaraciones de responsables iraníes demuestran una falta de conocimiento preciso sobre la naturaleza de la evolución democrática que vive Egipto", según un comunicado del Ministerio de Exteriores.


Similar rapapolvo se llevaron, tras ser convocados al ministerio, los embajadores de Turquía y Túnez, cuyos gobiernos, ambos de tendencia islamista, fueron casi los únicos en la región que se atrevieron a defender la legitimidad de Mursi.