Sin techo y a la búsqueda de una oportunidad en la cocina y en la vida

Diez alumnos han terminado un curso de pinches de la mano de la Fundación San Blas y esperan la llamada de algún hostelero.

Gerardo, en primer plano, terminando de elaborar un risotto.
Gerardo, en primer plano, terminando de elaborar un risotto.
Alejandro Toquero

Desde el viernes 26 de mayo diez personas sin hogar buscan que alguien les dé una oportunidad. La primera, la segunda o tal vez la última, pero una oportunidad. El curso básico de cocina que terminaron ese día en el Centro Joaquín Roncal de Zaragoza es la llave de su esperanza, y la Fundación San Blas para Personas sin Hogar de Aragón, la responsable de intentar mitigar tanto tiempo de pobreza, soledad y exclusión.

Pero en esta historia hay más protagonistas y, sobre todo, dos, los cocineros Joaquín Muñoz y Ana Mallén. Tras dedicarse a la formación en Horeca y tener su propio restaurante, Uncastellum, ahora están jubilados, pero muy activos. Ellos encendieron la mecha, que prendió rápido y se ha concretado en un curso de iniciación a la cocina muy bien aprovechado.

Los profesores Ana Mallén y Joaquín Muñoz, junto a algunos alumnos.
Los profesores Ana Mallén y Joaquín Muñoz, junto a algunos alumnos.
Alejandro Toquero

Lo iniciaron diez alumnos de seis nacionalidades y tres continentes y lo han concluido los mismos. Todos acumulan historias personales muy duras. La mayoría ha pasado alguna temporada por las instalaciones del Refugio y el albergue municipal, visten ropa facilitada por la Fundación San Blas y ahora mismo, cada noche, se enfrentan a una situación diferente. Alguno está de okupa; al menos dos duermen al raso y unos cuantos tienen la suerte de compartir piso.

En ese escenario vital, en cuatro pinceladas se resume lo que este curso ha significado y esperan que signifique para ellos: una válvula de escape para evadirse de la dura realidad diaria, un aprendizaje acelerado en los fogones, un canto a la convivencia y, sobre todo, una oportunidad, la que desde ya mismo quieren que llame a sus puertas.

Aristides y Ebrima, presentando una de las recetas a su profesor.
Aristides y Ebrima, presentando una de las recetas a su profesor.
A. T.

“No te puedes imaginar lo disciplinados que han sido –comenta Ana Mallén–, intentando no perderse ni una sola clase, y si faltaban porque tenían que ir al médico o a hacer una gestión, siempre han justificado la ausencia; esto es algo que no había visto en todos los años que llevo de formación”.

El 26 de mayo fue la última clase, un día de fiesta y de mucho trabajo para los alumnos, que quisieron dejar el listón alto ante los invitados con los que celebraron el fin de curso. A las nueve y media de la mañana ya estaban pelando, cortando, troceando, batiendo, cociendo, friendo, asando… todos los ingredientes del menú festivo.

Elaborando una tapa de calabacín relleno de verduras.
Elaborando una tapa de calabacín relleno de verduras.
A. T.

“En él se resumen muchas de las elaboraciones y técnicas que han aprendido desde febrero”, relata Joaquín Muñoz mientras pone orden en la cocina y corrige algún detalle culinario. “A la una tiene que estar todo listo; a centrarse”, insiste.

El menú en formato tapas es largo, así que tienen que estar a muchos frentes. Los alumnos se dividen el trabajo y allí donde alguien necesita ayuda llega un compañero. Croquetas, champiñones rellenos de risotto, endivias con guacamole y langostino, hojaldre de longaniza, montaditos de brandada de bacalao con pimientos, raviolis de calabacín rellenos de verdura, anchoas rebozadas con queso y pimiento rojo y requesón tostado con ciruelas. “Hay alguna cosa más pero esto es lo principal”, cuentan Hilario y Gerardo mientras se afanan con los champiñones.

Gerardo comprueba el punto del arroz.
Gerardo comprueba el punto del arroz.
A. T.

A su lado, el colombiano Aristides y el gambiano Ebrima pliegan, mano a mano, las tiras de calabacín alrededor de la verdura para luego pasarlas por la sartén en una fritura ligera. “He aprendido muchas recetas –cuenta Ebrima–, pero también a manejar los cuchillos metiendo las puntas de los dedos para no cortarme o a dejarlo todo igual de limpio que al empezar”.

En medio del trajín, el presidente de la Fundación San Blas, Antonio Borraz, entra en la cocina a saludar. Para la mayoría es como su ángel de la guarda. Realmente lo son él y los 59 voluntarios y los trabajadores de esta entidad. “Siempre insisto en lo mismo –comenta Antonio tras abrazarse con Hilario y Aristides–, nosotros estamos para ayudar a las personas, no para hacer caridad, y necesitamos de un compromiso como el que nos han demostrado estos diez alumnos”.

La limpieza es una parte importante del contenido del curso.
La limpieza es una parte importante del contenido del curso.
Alejandro Toquero

“¿Cómo salen formados?”, le pregunto a Ana Mallén. Ella lo tiene claro: “Están preparados para ejercer labores de pinche de cocina; han adquirido una base suficiente que les permitiría adaptarse a las cocinas de muchos restaurantes”.

En cualquier caso, su aprendizaje no ha terminado a finales de mayo. En breve, la mayoría va a empezar un curso de camarero y en la agenda de los próximos días tienen programadas varias actividades extra: charlas sobre alérgenos e intolerancias, riesgos laborales, manipulación de alimentos y cocina para celiacos, además de visitas como la de La Zaragozana.

El presidente de la Fundación San Blas, Antonio Borraz, saludando al gambiano Ebrima.
El presidente de la Fundación San Blas, Antonio Borraz, saludando al gambiano Ebrima.
Alejandro Toquero

Un programa completo de formación con un objetivo claro: que los empresarios hosteleros entiendan que estas personas se merecen una oportunidad. En la sede de la Fundación San Blas (Pº Echegaray y Caballero, 24-26. 876 043 095) ya esperan las llamadas que permitan hacer realidad este sueño.

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