Los Gandules y sus letras que se transforman en comida

Roberto Montañés y Santi Díaz disfrutan de la gastronomía encima y fuera del escenario.

Roberto Montañés y Santi Díaz, Los Gandules, en plena cata de croquetas en el Amblas.
Roberto Montañés y Santi Díaz, Los Gandules, en plena cata de croquetas en el Amblas.
Francisco Jiménez

Quedar a tomar el vermú con Roberto Montañés (Tobo Gandul) y Santi Díaz (Dun Gandul) es un ejercicio muy divertido. Incluso aunque se pongan serios para hablar de su relación con la cocina y los alimentos, enseguida les sale la vena somarda.

No hay trampa ni cartón, y tampoco postureo en sus palabras. Eso sí, Los Gandules son dos voces y su vinculación con las cosas del comer es distinta. Roberto es más gastronómico que Santi. Desde hace siete años vive en Luco de Jiloca y habla con una ilusión desmedida de su huerto: "Les pregunté a los vecinos que cuántas tomateras ponía y he cosechado tomates para todo el pueblo; hasta me he animado a embotar, algo que no había hecho nunca".

También ha plantado alguna mata del pimiento Carolina Reaper, el más picante del mundo, aunque todavía no se ha decidido a probar la salsa que ha elaborado con él. "A ver si engaño a alguien", asegura entre risas.

De la cocina le apasiona la idea de coger bien el punto a recetas que le gustan. Hace tiempo que lo consiguió con la jambalaya, un plato típico de la gastronomía cajún, y está en ello con el gumbo, el estofado más famoso de Nueva Orleans. Además, le tiene muy entretenido probar y probar con los currys tailandeses.

Pero la receta que no le termina de salir bien es la tortilla de patatas que preparaba su abuela Petra. "Quedaba perfectamente sellada por fuera y superjugosa en el interior; creo que el secreto estaba en la cocina económica de carbón donde la hacía". De Agustina, su otra abuela, tiene el recuerdo del azafrán. "Lo ponía en muchos platos y era una maravilla".

Santi vive en Calatayud y también cocina, "pero soy de los que se apaña con lo que hay en la nevera, aunque como sano, muchas verduras, legumbres, fruta y nada de precocinados". Echando la vista atrás, se relame pensando en "una sopa a la que mi madre añadía hierbabuena".

Además, está convencido de que de su más tierna infancia proviene un trauma que todavía perdura. Y es que no soporta el ajo, pero, sobre todo, la cebolla. "No puedo compartir mi espacio con una cebolla", explica entre carcajadas. "Como no había forma de quitarme el chupete, mis padres lo frotaban con cebolla y me lo metían en la boca; el problema debe venir de ahí, es algo muy físico".

No solo repudia su sabor, sino también el aroma que desprende, así que el día que después de un concierto en Fuentes de Ebro les regalaron dos cajas enormes de cebollas dulces, Santi casi se echa a llorar. Y Roberto a reír, que fue el que se llevó todas.

Referencias culinarias locales

El repertorio de Los Gandules se basa en canciones muy conocidas a las que cambian las letras para disfrute del público. En las nuevas versiones la comida aparece muchas veces. "Incluso hicimos un disco, ‘Mañanas de petanca, tardes de merienda y noches de bingo’, en el que hay referencias culinarias en todos los temas". El mix de ‘La década apestosa’ es un buen ejemplo.

Además, cuando están de gira, es algo que tienen muy en cuenta. "Hemos viajado mucho y controlamos los sitios donde se come bien; el problema es no tener medida y meterte un botillo al cuerpo antes de un concierto, que no es lo más recomendable", aseguran con conocimiento de causa.

Además, las referencias culinarias locales siempre están presentes en sus conciertos: en Zamora, arroz a la zamorana; en Burgos, morcillas; en Cataluña, butifarra... Lo dicho, mucho donde elegir.

Delicias para el vermú en el Amblas: croquetas y sabrosos boquerones.
Delicias para el vermú en el Amblas: croquetas y sabrosos boquerones.
Francisco Jiménez

La solera y el encanto del Amblas

Amblas, un bar de Delicias (Caspe, 61-63) que conserva intacta la esencia del tiempo que lo vio nacer hace 56 años, es el lugar elegido por Los Gandules para el vermuteo. Cuando están en Zaragoza, es uno de sus escenarios preferidos. Roberto lo conoce bien porque vivió cerca muchos años. Puestos a elegir tres bocados, los dos coinciden: "Nos quedamos con los boquerones en vinagre, las croquetas de pollo y jamón, y las salmueras".

Al entrar, saludan a su propietaria, Ana Blasco, y durante la entrevista casi le ruegan que no se jubile nunca o, por lo menos, que tenga garantizado el relevo. "Sitios como este, con esta solera y encanto, no pueden desaparecer de Zaragoza", asegura Roberto.

Eso sí, también recomiendan otros locales como el sorprendente restaurante japonés Ailant de Torrijo del Campo; el cubano El Paladar, en Zaragoza, o Casa Escartín, en Calatayud.

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