gastronomía

El Patio de Betty, una sorprendente fusión de sabores

Las gastronomías latina y mediterránea protagonizan sus tapas, menú y carta, junto a una repostería muy elaborada.

Mar Yus y Cristina Cortés llevan las riendas de El Patio de Betty.
Mar Yus y Cristina Cortés llevan las riendas de El Patio de Betty.
A. Toquero

Cristina Cortés es colombiana, de Barranquilla, donde se crió de niña con su abuela Betty. Se pasaba todo el día cocinando a su lado, así que cuando hace año y medio se propuso abrir un restaurante en Zaragoza, tuvo claro el nombre y que debía rendir un homenaje a su talante para aglutinar a toda la familia alrededor de un viejo patio.

De ahí surgió El Patio de Betty, que esta cocinera dirige junto a su pareja Mar Yus, que ejerce de camarera y pastelera. A diario, sus cuatro manos son suficientes y los fines de semana cuentan con alguna ayuda. Su cocina fusiona las gastronomías mediterránea y latina. Es fresca y casera; hay muchas frutas exóticas y se juega permanentemente a mezclar ácido, dulce y salado alrededor de cuidadas presentaciones.

A la hora del desayuno reina la buena mano que Mar Yus tiene para la repostería. Las tartas de zanahoria y red velvet, junto al brownie, seguramente son los bocados más apreciados. También triunfan las cookies caseras y los buñuelos de zanahoria.

Alrededor de la idea de jugar con sabores y texturas, las bombetas rellenas de mousse de chocolate y queso Idiazábal, cubiertas de wanton frito, son otro ejemplo de su forma de hacer en la cocina. ¿Qué predomina más en este bocado? Pues no está claro si el queso, el chocolate o las dos cosas a la vez.

Tienen siete u ocho tapas. Tan elaboradas y cuidadas están que no hacen falta más. La masa de la caribañola de Tite la hacen con yuca y en el relleno lleva carne picada guisada. Se acompaña de su famoso suero costeño a base de lácteos.

En este mismo formato hay un ravioli mezclado con ingredientes dulces y ácidos, una carrillera que mira a Japón o un ceviche que Cristina Cortés lleva a su tierra colombiana incorporando langostinos y salsa rosa.

El menú del día (13,90 euros) responde al mismo perfil de propuestas frescas y fusionadas como costilla en salsa barbacoa y chips de plátano, cazón crujiente sobre alioli de ras hanout y pico de gallo, o arroz de marisco y alioli de lima. Y qué decir de los postres del menú. Siempre hay tres caseros. Tatín de manzana y helado de chocolate, empanadillas de crema pastelera y helado de Filadelfia, cheesecake de calabaza... Todo un festival de buen hacer repostero.

La carta de picoteo está cortada por un patrón parecido. Muy recomendables las patatas de la casa, con cerdo marinado desmechado, salsa Betty y una curiosa combinación de especias y sabores.

También tienen su propia versión del ternasco de Aragón, desmigado, sobre una base de plátano macho, acompañado de salsa de queso Idiazábal. Y muy llamativo es el risotto de Mari con huevo poché y salsa carbonara. Parece una pizza cuando sale a la mesa. Lo dicho, un universo de sensaciones.

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