Bares con solera

El Bonanza, 50 años del bar de Zaragoza que te lleva a la Transición

Manolo García y su hija Marta garantizan la continuidad del local en el que dejó su impronta Manolo, el camarero/artista más popular de Zaragoza.

Marta García, junto a su abuela Marisa, y algunos familiares.
Marta García, junto a su abuela Marisa, y algunos familiares.
Alejandro Toquero

En el número 4 de la calle Refugio sobrevive uno de los bares míticos de Zaragoza, el Bonanza. Lo identifica un letrero muy pequeño en la fachada catalogada, así que para el viandante que desconoce su existencia prácticamente pasa desapercibido. Eso sí, al atravesar la puerta se produce el milagro de retroceder 50 años en la historia de España y de Zaragoza, hasta 1972.

Este, precisamente, es el redondo aniversario que conmemora esta pequeña joya hostelera. En este reducto, Manolo, el camarero/artista más popular que ha tenido Zaragoza en el último medio siglo, dejó su impronta de pintor impresionista y su espíritu alegre, bohemio y desenfadado junto a su mujer Marisa.

Hace ya nueve años que falleció, pero todo en el Bonanza sigue girando alrededor de su figura: sus pinturas y las de amigos como Ángel Aransay o Mariano Viejo, el caballito del tío vivo, las fotos eróticas, el trillo que compró en el rastro, el cuadro ´El cuarto estado`, de Giuseppe Pellizza...

"Toda mi vida ha estado vinculada al bar, veía a mi abuelo recitar poemas; hacer bromas y divertirse tanto con los clientes; pintar como él me enseñó... que al final he acabado aquí"  

Es lo que han querido su hijo Manolo García y su nieta Marta, que el espíritu del padre y el abuelo continúe muy presente. Manolo está convaleciente de una operación de rodilla, así que hasta después del verano no regresará a la barra. Mientras tanto, Marta, de 23 años, es la que se ha echado el negocio a la espalda. Ejerce de cocinera y de camarera. Todo para ella. “Los clientes son maravillosos –comenta–, el sábado a la cena fue un no parar durante dos horas; yo ponía los platos en la barra y la gente se levantaba a recogerlos, y algunas personas hasta limpiaron las mesas al irse”.

Hace cuatro años que Marta decidió acompañar a su padre en esta aventura. “Es que toda mi vida ha estado vinculada al bar –recuerda–, veía a mi abuelo recitar poemas; hacer bromas y divertirse tanto con los clientes; pintar como él me enseñó... que al final he acabado aquí y muy contenta”.

“En el Bonanza no esperes un plato de jamón con unas lonchas finas y del mismo tamaño, el corte es un poco allá que te va”

Otra de las cosas que aprendió de su abuelo fue a cortar jamón. No necesita jamonero. Con el pernil colgado en la pared se aplica con el cuchillo como lo hacía Manolo. “En el Bonanza no esperes un plato de jamón con unas lonchas finas y del mismo tamaño –explica mientras esboza una sonrisa–, el corte es un poco allá que te va”.

Su abuela Marisa contempla la escena sentada en uno de los bancos de madera pegados a la pared. Ella trabajó 35 años en el bar. “La clientela ha cambiado bastante –comenta–, venían muchos pintores, músicos, poetas y gente del cine; el espíritu artístico se mantiene y siguen viniendo generaciones de jóvenes artistas, pero ya no es el ambiente de aquellos años de la Transición”.

Marta corta el jamón en el Bonanza como lo hacía su abuelo Manolo, colgado de la pared.
Marta corta el jamón en el Bonanza como lo hacía su abuelo Manolo, colgado de la pared.
Alejandro Toquero

El Bonanza estuvo 14 meses cerrado durante la pandemia y Marta asegura que “todavía estamos un poco con el agua al cuello, pero vamos saliendo a flote y muy ilusionados”. Tal vez por ello, de momento no han previsto una gran celebración del 50 aniversario. “Como homenaje a mi abuelo acabamos de poner una pequeña exposición de sus cuadros, que mantendremos hasta el Pilar, que es cuando falleció”.

Mientras tanto, lo que esperan Marta y su padre es darle buena salida a los productos de la carta durante el verano. “Para nosotros es la época más floja porque no tenemos terraza”, asegura.

La carta es la misma de hace 50 años. Apenas ha cambiado. Ni en la forma, ni en el fondo. Ahí siguen las tortillas de jamón, queso, morcilla, escabeche y longaniza con pan con tomate. Esta última es la que más se vende. A cinco euros cada una. Precios muy populares.

Entre las raciones, sigue llamando la atención el plato de verdura (jamón, queso, chorizo y salchichón), que Manolo instauró con mucha retranca como la ración más icónica del Bonanza. En cuanto a las ensaladas, solo hay una, “pero elaborada con excelentes materias primas”, matiza Marta. Lleva tomate, olivas, escabeche y boquerones. En la carta resulta curioso observar cómo se detalla su precio para una, dos, tres, cuatro y cinco personas.

Manolo y su hija no tienen intención de hacer grandes cambios, pero después del verano se van a plantear abrir a mediodía, de viernes a domingo, para ofrecer un buen vermú. En tiempos ya se hacía, así que tampoco será una gran novedad.

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