Estas son las frutas y verduras que puedes comer con piel y no lo sabías

Los beneficios nutricionales de la piel de los vegetales son tan importantes para el organismo que los especialistas recomiendan comerla siempre que sea posible.

Comer la piel de la fruta es bueno para el organismo

¿Sería capaz de comer la piel de un kiwi? ¿Y la de una calabaza, muy demandada, por cierto, en estas fechas por la proximidad de Halloween? A priori, muy apetecible no parece, pero los especialistas recomiendan comerla siempre que sea posible. 

"La piel de la mayoría de las frutas se puede ingerir, pero hay que ser coherente", dice la dietista y nutricionista Alejandra Bastarós. "Casi toda la fibra del alimento está precisamente en la parte externa, en mucha mayor medida que en la carne, que es lo que habituamos a pensar". "El melocotón, la pera o la manzana son piezas que acostumbramos a comer sin pelar. De hecho, casi se agradece no hacerlo en algunas ocasiones", comenta la nutricionista, quien confiesa que "en alguna ocasión" ha comido la piel de un kiwi.

"Tiene tanta fibra que si hay un problema de tránsito intestinal resulta muy eficaz. Eso sí, cogiendo solo un trocito". Pero hay más, porque la de la sandía o la de la piña, "son fantásticas" en infusiones e incluso añadiéndolas en batidos. La del plátano incluso se puede macerar con azúcar, "pero seguro que sus propiedades no son las mismas que degustándola en crudo", afirma la Alejandra Bastarós.

En cuanto a las verduras y hortalizas, destacar las berenjenas, ya que su piel contiene un fitonutriente llamado nasunina, con un antioxidante que ayuda a reparar el daño celular, o las patatas, que con casi un 20% de vitaminas y minerales en su piel cuenta, además, con un buen aporte de fibra.

Gustos aparte, en lo que sí coinciden los especialistas es en que antes de comer la piel de cualquier vegetal hay que lavarla "muy bien". "El lavado es necesario para eliminar los restos de tierra u hojas y de químicos como pesticidas, o incluso de cualquier agente biológico patógeno", concluye Alejandra Bastarós.

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