Peta Zetas, la chuchería española que conquistó el mundo

Este chispeante caramelo nació en 1979 de la mano de Antonio Asensio y el Grupo Zeta de ahí viene su nombre.

A la izquierda, los paquetes de Peta Zetas de 1979, y a la derecha, los actuales.
Peta Zetas, la chuchería española que conquistó el mundo
Zeta Espacial SA

El 22 de mayo de 1976 llegó la revista Interviú a los kioskos españoles y con ella una oleada de desnudos y libertad. A la chica de aquel primer número en cuestión, una modelo británica, no la conocía ni Chus pero qué más daba; lo importante es que estaba ahí, con su camiseta semitransparente y a 40 pesetillas el ejemplar. El éxito de Interviú dio pie a la creación del Grupo Zeta y con él, en una carambola del destino que los niños de entonces desconocíamos por completo, a la aparición del caramelo más icónico de los años 80: Peta Zetas.

Igual se han quedado ustedes descolocados porque, a estas alturas de la vida, la conexión entre el grupo editorial de Antonio Asensio y la chuchería de las cosquillitas sigue siendo relativamente desconocida entre el gran público. Otro gallo hubiera cantado quizá si todas las madres hubieran sabido que los dos duros que nos daban para el sobrecito de marras iba a parar a los de las portadas de la Interviú. Sin duda el índice de felicidad infantil ochentera se benefició grandemente de esta inopia general.

Y no es que la relación entre Asensio y Peta Zetas fuera secreta, no. De hecho, el nombre del producto es una combinación de "petar" (explotar) y "Zetas", en honor al conglomerado de medios de comunicación que el catalán dirigía allá por 1979, cuando surgió la empresa Zeta Espacial S.A. En ella participaban, además de la familia Asensio, los socios Ramón Bayés y Ramón Escolá. Este último es desde 2010 el único propietario tanto de la marca como del negocio, un emporio acaramelado con filiales en México y Estados Unidos que exporta a más de 60 países y que se presenta habitualmente como caso de éxito y ejemplo de internacionalización industrial. Pero vamos a ver, ¿cómo llegó Peta Zetas literalmente a petarlo tanto?

Chiribitas, cosquillas, zas, pop, crash, ¡pumba! En tu boca y en estereofonía. Eso es lo que diferencia a Peta Zetas y eso es lo que le llevó a vender millones y millones de unidades en los primeros meses tras su salida al mercado en 1979. Los niños alucinaban en colores con aquellos trocitos como de caramelo roto que estallaban en la lengua gracias a su característica más peculiar: el anhídrido carbónico. Este gas, introducido a presión dentro de la masa de azúcar, se libera con la presión (al morderlo) o con la humedad (al chuparlo) produciendo un ligero chasquido. Así contado parece muy sencillo, pero el proceso de elaboración se hace dentro de un reactor químico a 60 atmósferas de presión, más o menos la misma que sentiríamos a 600 metros de profundidad bajo el agua. El simpático astronauta rodeado de estrellitas de fresa que nos miraba desde el paquete de Peta Zetas ocultaba una dificultosa y avanzadísima técnica de fabricación. Y nosotros tan pichis, untándolo con el dedo, metiéndolo en el yogur o haciendo competiciones de a ver quién hacía más ruido comiéndolo.

Según la historia que cuenta Zeta Espacial S.A., la idea que sirvió de inspiración a Asensio y compañía vino del neoyorkino hotel Waldorf Astoria: allí ofrecían unos hielos antíquisimos (extraídos del Polo Norte nada menos) que contenían burbujas de aire en su interior y hacían ruido al entrar en contacto con las bebidas. Supuestamente e intentando conseguir un resultado similar, el ingeniero químico Ramón Escolá estuvo durante largo tiempo haciendo experimentos con una base azucarada hasta dar con el procedimiento concreto que gasifica los Peta Zetas. Había nacido una estrella a este y al otro lado del mundo, porque tras la euforia inicial los chavales españoles perdieron el ansia por aquella chuchería del espacio sideral, pero pronto se descubrieron otros paladares ávidos de chasquidos. En 1980 Zeta Espacial comenzó su andadura internacional y cuatro años más tarde vendía ya en 26 países. Entre ellos, Estados Unidos, donde asumió el nombre de Pop Rocks y comenzó la fabricación directa en una sede de Atlanta (Georgia).

Es en este punto donde la historia de los Peta Zetas se topa con cierta polémica. No diré yo que la historia de los famosos hielos milenarios del Waldorf me suene rara, pero sí que no he encontrado referencia a ellos en ninguna publicación norteamericana y que veinte años antes de que nacieran los Peta Zetas en Barcelona ya había caramelos chasqueantes. El 6 de enero de 1959 William A. Mitchell y Leon Kremzner, químicos de la empresa General Foods, pidieron una patente para una confitura gasificada y su método de elaboración. Concedida el 12 de diciembre del 61, estuvo aguardando en un armario de la multinacional americana hasta 1975, momento en el que salió a la venta con el nombre de Pop Rocks. Pese a su gran éxito inicial, en 1983 se dejó de comercializar debido a la leyenda urbana que relacionaba la muerte de un niño con la ingesta combinada de Pop Rocks y refresco carbonatado, ay.

En estas llegó Peta Zetas, patentó en España un proceso mejorado en 1979 y poco después compró el uso de la languideciente marca Pop Rocks a Krafft Foods, que se había hecho con sus derechos. Olvidado el bulo y con una mejor conservación y distribución, el nuevo producto le dio celos a la todopoderosa General Foods, que puso una demanda en 1989 contra la empresa española por infringir patentes de su propiedad. Ni caso. Peta Zetas ganó y aunque quizás deba más a Kremzner y Mitchell que a los hielos polares, sigue haciendo las delicias de los niños de todo el mundo. Y encima, con un nombre anclado en la historia del periodismo español. Eso sí que es petarlo.

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