Cuando Óscar Ruiz y su mujer, Lorena Fernández, se embarcaron hace cuatro años en la apertura de El Jardín de Jorge se encontraron un quiosco abandonado, lleno de escombros y pintadas, que era propiedad del Ayuntamiento de Zaragoza y que llevaba más de diez años cerrado. "Nosotros ni siquiera éramos del barrio, pero un día paseando por aquí con nuestros perros vimos la estructura y empezamos a indagar por qué no se abría y cuánto llevaba cerrado. Nos sorprendió mucho que en un parque como este, el segundo más grande de la ciudad, no hubiera nada así, y después de muchas trabas decidimos montarlo", relata Óscar al recordar los que fueron sus inicios en el mundo de la hostelería.

Ahora están a punto de celebrar su cuarto aniversario en el parque del Tío Jorge, y aunque abrieron en 2013, aseguran que la licencia se les concedió hace apenas unos meses, estando ya a pleno rendimiento y después de muchos trámites burocráticos para poder iniciar un proyecto que ha devuelto la vida al parque. 

"Al principio nos dio respeto porque el parque estaba como estaba y el sitio igual, pero poco a poco el negocio va yendo cada vez a más y estamos muy contentos en la zona", confiesa Lorena.

Para dejarlo como está ahora han tenido que trabajar, y mucho. Cuando lo cogieron, la acometida eléctrica del quiosco no estaba hecha y tuvieron que obrar en el interior más de cien metros de franja para poder pasar la luz. "Los trabajos y el papeleo fueron una locura. Nos llevó casi un año entero de trámites solo el poder abrir, sin ni siquiera tener la licencia, que te la dan cuando ya empiezas a funcionar", explica él.

Ahora este pequeño oasis de tranquilidad, gastronomía y ocio en la margen izquierda se ha convertido para muchos vecinos del Arrabal y de la zona de La Azucarera en un rincón de obligada visita en verano. "La gente valora mucho la posibilidad de cenar en un sitio que esté al aire libre o el poder tomarse una copa aquí en el parque, donde no pasan coches. Las familias que vienen con niños lo hacen muy agradecidas porque aquí no tienen la preocupación de estar con el tráfico o el humo de los coches mientras los críos se entretienen y pasan el rato", afirman.

De estilo ibicenco en el exterior, con mesas de madera y una lona blanca, la terraza se llena de vida en las noches de verano, cuando cae el sol y las temperaturas dan un respiro en días como hoy. Además, el ambiente bohemio del interior -con un toque muy 'vintage' en la nueva decoración- invita también a disfrutar de la velada a cubierto en este establecimiento donde se permite además la entrada a perros. 

Una carta que cambia todo el año

En lo que respecta a su oferta gastronómica, todos los productos que se sirven en la terraza se preparan dentro y, aunque su propuesta es sencilla -se centra en una carta de ensaladas y bocadillos- entre sus especialidades no destaca cualquiera. "Tenemos bocadillos de ternasco y cochinillo a baja temperatura; tuvimos también de conejo... Son bocatas que llevan muchísima elaboración antes de dar el servicio porque en el caso del cochinillo, por ejemplo, se prepara durante tres días", detalla Óscar.

Este año, además, se han decantado también por las hamburguesas de 250 gramos que preparan ellos mismos en la cocina del establecimiento con diferentes productos: de cerdo picante, de atún, de pollo... "Procuramos hacer algo distinto cada año y vamos cambiando la carta de nuestras especialidades para sorprender al cliente y que cuando venga vaya probando cosas nuevas", afirman ilusionados.

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