Casa Pascualillo, templo de cultura y buen comer

Este restaurante de Zaragoza, uno de los que ha conocido de primera mano los buenos y malos momentos del Tubo, está de aniversario.

Todo el equipo humano de Casa Pascualillo.
Casa Pascualillo, templo de cultura y buen comer
Agencia Almozara

Nada más finalizar la Guerra Civil, abrió sus puertas Casa Pascualillo en el Tubo zaragozano. Desde Barcelona llegaron a la capital aragonesa los navarros Pascual Álvarez y Bruna Enrique Suso para asentarse en el número 9 de la calle Libertad.


Cogieron un local que ya era bar, Casa Martínez, y lo convirtieron en taberna y casa de comidas. Desde ese día, Martínez desapareció del nombre y Pascual se transformó en Pascualillo. Sucedió en 1939 y ya han pasado 75 años de aquello.


Todavía está Guillermo Vela, nieto de Pascual y de Bruna, pensando cómo celebrar un aniversario tan redondo, pero seguro que tendrá dos asideros principales: la cultura y los clientes de toda la vida. Así entiende esta cita porque su casa ha sido refugio de escritores, pintores, actores… Y, al mismo tiempo, de rostros anónimos que han encontrado en su cocina la esencia del recetario tradicional.


Los potajes, la casquería (manitas, riñones, sesos, madejas… siempre de cordero), los guisos y estofados (estupendo el rabo de toro), la paletilla de ternasco asada, el clasicismo de los chipirones en su tinta o el cocido (se sirve dos veces por semana, martes y jueves, por 10 euros), forman parte del ADN de Casa Pascualillo. Pero ello no quiere decir que la cocina no haya evolucionado de la mano, por ejemplo, de un tratamiento exquisito de las verduras o de unas ensaladas templadas que se adaptan a los gustos de consumidores que no demandan tanta contundencia a la mesa.


Marino en tierra

Desde 1983 es Guillermo Vela quien dirige el rumbo del restaurante. Tomó el relevo de su padre cuando recién cumplidos los 30 decidió que se había cansado de recorrer mundo como marino mercante. Definitivamente, echó el ancla y regresó a casa para coger las riendas del negocio familiar.


No lo hizo en el mejor momento. El Tubo que él vivió de niño y adolescente tenía otro esplendor; en Zaragoza casi no había otro sitio donde ir, era el centro de negocios, de tratantes, de gente que llegaba de los pueblos; todo el mundo paseaba por sus callejuelas y comía y bebía en los bares y tabernas. "También los universitarios de Navarra, La Rioja o el País Vasco –recuerda Guillermo–, que en Casa Pascualillo comían el menú que pagaban sus padres". Pero a Guillermo le tocó vivir, ya como propietario, otro tiempo: los difíciles 80 y 90, "los de la degradación urbanística y los cierres masivos a los que apenas sobrevivimos unos cuantos".


Durante los primeros 60 años de vida la estructura del local apenas se modificó. Si acaso, pequeñas reformas para adaptar baños y alguna que otra normativa. La gran transformación llegó con el cambio de siglo. Guillermo y su mujer compraron las viviendas de toda la casa y la tiraron entera. Solo quedó en pie la fachada. Fueron 17 meses de obras que alumbraron el nuevo Pascualillo, cómodo y moderno, con un amplio comedor en la primera planta que había sido la vivienda familiar.


Seguramente sin pretenderlo, este lavado de cara integral fue como el pistoletazo de salida del 'plan renove' del Tubo, el que hoy conocemos, mucho más aseado, cargado de vida, de nuevas aperturas que se fueron sucediendo una tras otra.


A partir de ese día, 28 de octubre de 2002, Pascualillo renovó y multiplicó su condición de casa de encuentro muy vinculada a la cultura. De hecho, la infrautilizada bodeguilla se transformó en sala de exposiciones y Miguel Ángel Arrudi ha sido uno de los últimos que la ha utilizado.


Los visitantes ilustres también han crecido y de ello queda constancia gráfica por todo el restaurante. No así de las visitas del Rey o del Príncipe Felipe; de la presencia de Curro Romero; de las veladas en las que participó José Oto o de las reuniones mensuales que celebraba la Peña Aseguradora Gastronómica Aragonesa, que durante años entregó en este restaurante los premios Oliva y Hueso.


Tampoco hay testimonio de la presencia de Luis Buñuel, pero sí de su hijo, Juan Luis, acompañado del historiador Ian Gibson. Guillermo guarda con celo el dibujo que el vástago del cineasta realizó en uno de esos encuentros. En él aparece un esqueleto sirviéndose un dry Martini y a su lado, reseñada, la receta al gusto del calandino: una gota de angostura, media cucharada de Noilly Prat, una y media de ginebra, mucho hielo y dos cebolletas.


También recuerda Guillermo con especial cariño las visitas del que fue secretario de Dalí, Enric Sabater, fallecido el año pasado. Sus sobremesas debatiendo sobre si las mejores exposiciones del pintor habían sido la de Venecia, en el Palacio Grassi, o la celebrada en Madrid, dieron mucho juego. En una de esas ocasiones, Sabater le obsequió con un grabado firmado por el artista.


Museo del whisky

Pero además de muchos pequeños detalles materiales e inmateriales, lo cierto es que la mayoría de los rincones del local se han transformado en un museo dedicado al whisky. Es algo así como el homenaje que Guillermo Vela le ha querido rendir a su padre, un gran aficionado a este destilado. Hace 50 años que aquella afición empezó a derivar en coleccionismo y hoy se muestran más de 800 botellas. De Nepal y Katmandú, las más exóticas, pero las hay de todo el mundo.


En fin, que la visita a Casa Pascualillo siempre da para mucho y la celebración del 75 aniversario seguro que va a deparar gratas sorpresas. Además, no es la única fecha señalada que hay marcada en el calendario. Más o menos este año se cumplen 50 de la incorporación de su tapa más renombrada: las cigalas de la huerta; esos ajos tiernos de Ricla fritos que una clienta probó en los años 60 y a los que puso nombre: «"Esto es mejor que una cigala!", dijo. Solo por ellos ya merece la pena la visita.


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