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La dureza de la pandemia en Patatas Fernando: "Nos quedamos con un solo cliente que servía comida a hospitales"

Esta empresa familiar de Torres de Albarracín comercializa su producto pelado, lavado, troceado y embolsado al vacío para bares, restaurantes y caterings.

Patatas Fernando, de vender 3.000 kilos en una semana a diez por el cierre de la hostelería
Fernando Martínez, a la izquierda, es el gerente de Patatas Fernando. 
Jorge Escudero

Hace seis años Fernando Martínez, su hermano Pablo y el tío de ambos, Ignacio Alamán, decidieron hacer del cultivo de patatas una forma de vida. Siempre habían tenido las tierras en Torres de Albarracín, localidad turolense de la que procede esta familia, pero las trabajaban a nivel particular, vendiendo en sacos o a granel a amigos y gente de la zona.

Pero en 2014, Fernando, un joven emprendedor que por aquel entonces tenía 26 años, decide dar el salto y hacer de aquella rutina un negocio a gran escala. Junto con su tío, acondicionaron una antigua vaquería de este, ya cerrada, para convertirla en una nave donde trabajarían su nuevo producto: la patata pelada, lavada, troceada y envasada al vacío, lista para consumir y con destino bares, restaurantes y caterings. “Vimos que nadie en la provincia de Teruel ofrecía este tipo de producto y nos lanzamos a ello”, explica Fernando.

Hasta entonces, tras terminar sus estudios, había ido de trabajo en trabajo sin nada fijo y esta era también una manera de estabilizarse en su pueblo. La decisión no fue fácil de tomar ya que para lanzar el nuevo negocio hacía falta una inversión de 150.000 euros. Había que comprar maquinaria y prácticamente construir de cero la nave.

Pero la apuesta salió bien y de aquellos inicios, en los que trabajan ellos tres (Fernando, Pablo e Ignacio), terminaron 2019 con una plantilla de siete personas. Pero pocos meses después llegó la covid-19 para trastocar todos los planes del negocio. “Pasamos de vender 3.000 kilos de patatas a la semana a solo diez”, recuerda Fernando. Una cifra demoledora que refleja la dureza con la que la pandemia ha afectado a esta empresa familiar. El motivo es claro, la totalidad de sus clientes son bares, restaurantes y caterings, un sector donde la actividad se paralizó por completo. “Nos quedamos con un solo cliente que servía comida a hospitales”, explica.

La consecuencia más directa fue el despido de los cuatro empleados, a quienes mantuvieron todo el tiempo que pudieron en ERTE. De ellos, una persona ya se ha vuelto a incorporar porque afortunadamente, este año está siendo algo mejor que el pasado. “Sigue habiendo inestabilidad pero creemos que lo peor ya ha pasado”, augura Fernando. De hecho, la idea es volver a contratar a los demás en cuanto las cuentas lo permitan.

Aunque durante la pandemia no tenían trabajo de venta, Fernando, su hermano y su tío han estado al menos ocupados con el campo donde, dice, “siempre hay faena”. Sus patatas se plantan en mayo y están madurando bajo tierra cinco meses, hasta octubre. Un periodo más largo de lo habitual debido a las bajas temperaturas de Torres de Albarracín, que se encuentra a 1.300 metros de altura. Este proceso lento es la clave de la calidad de su producto, que son patatas de piel fina de la variedad amarilla agria.

Una vez recogidas, las patatas se transportan de inmediato a las cámaras frigoríficas de la nave para, después, someterlas al proceso de pelado, troceado y envasado. Las empaquetan en bolsas de diferentes cantidades según la demanda del cliente y su caducidad es de una semana, porque no están nada tratadas ni llevan ningún tipo de aditivo. Esto hace que dar salida al producto en hogares no sea viable. “Los paquetes ocupan mucho, hay que tenerlos en nevera y una vez que se abren hay que consumirlos. Es demasiada cantidad para una familia”, explica Fernando. Por eso, durante los meses más duros de la pandemia no se pudo dar salida a la producción entre otro tipo de público que no fuera la hostelería.

En medio de esta adversidad, los Martínez-Alamán pensaron cómo darle una vuelta de tuerca a la idea de negocio para que no estuviera tan focalizado en un solo tipo de cliente. De ahí surgió un nuevo proyecto, todavía en pruebas, que consiste en vender las patatas precocinadas en un horno de vapor. “De esta forma, no es tan fresca, pero les ganamos dos meses de caducidad y las podemos vender en supermercados”, explica. De hecho, ya han probado a comercializarlas en los Carrefour de Zaragoza con buena aceptación.

Otra de las ideas que tienen entre manos es ampliar la gama de productos a verduras y hortalizas, también al vacío. En sus tierras también plantan calabacines, berenjenas, zanahorias… Aunque en este caso están más limitados en tiempo, ya que solo pueden cultivar durante los dos meses de más calor del año (julio y agosto).

Con estos proyectos en mente y retomando cada vez más el ritmo normal de actividad, Patatas Fernando va viendo la luz al final de un túnel que ha sido demasiado largo. “Cuando parecía que el negocio empezaba a ser rentable tras la inversión inicial ha llegado la pandemia y ha sido un golpe duro”, reconoce.

Pese a ello, Fernando se llena de optimismo cada mañana para seguir montándose en la furgoneta de reparto y llevar sus patatas por toda la provincia de Teruel y parte de la de Zaragoza. Las venden cortadas en panadera, de dedo para hacerlas fritas o cuadradas para bravas, toda una ayuda para bares, restaurantes y caterings que se ahorran esa parte del proceso. Y lo mejor, tienen una patata de calidad lista para ser cocinada.

Un negocio en el que todos ganan. El cliente ahorra en tiempo y Patatas Fernando obtiene más rentabilidad a su cosecha. “Antes del proyecto, mis tíos sacaban entre 15 y 20 toneladas al año. Ahora, estamos entre 150 y 180 y no dependemos tanto de los precios de mercado porque nuestro producto es diferente al de la competencia”, explica Fernando. Unos datos que dan fe del éxito que la patata comercializada en este formato triunfa, eso sí, a gran escala. “Hemos intentado ver cómo poder adaptar el proceso para venderla en las casas pero es complicado. Tampoco nos atrevemos con la venta por internet, ya que con los tiempos de caducidad tan cortos, el envío tendría que ser rápido y necesitaríamos a alguien que se encargara solo de eso”, asegura. Por eso, de momento, los pedidos son por encargo y ellos mismos los distribuyen.

Quien sabe si, dentro de unos años, esta familia emprendedora de agricultores, que siente pasión por el campo y se atreve con todo, no ha encontrado una fórmula mágica para seguir ampliando el negocio.

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