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La casa rural La Carretería, en Camañas, cierra 2020 con los peores resultados en 14 años

Con la mayoría de huéspedes provenientes de fuera de Aragón, a Sara Ros le sale más rentable tener las instalaciones cerradas: "Para dar un servicio a medias, prefiero no darlo".

Sara Ros regenta la casa rural La Carretería en Camañas (Teruel)
Sara Ros regenta la casa rural La Carretería en Camañas (Teruel)
S. R.

Hace 12 años, Sara Ros dejó su Castellón natal para mudarse a vivir a Camañas, en Teruel. Es el pueblo de sus padres, que emigraron hacia la vecina Comunidad Valenciana, donde ella se crió y estudió su carrera de Ingeniería Industrial. Pero el amor, tanto el de su pareja como el de vivir en el medio rural, pudieron más y dejó su trabajo en un gabinete para empezar una nueva vida en esta pequeña localidad turolense.

Desde entonces, regenta la casa rural La Carretería, un edificio que Domingo, el abuelo de su marido, regaló a él y a su hermano. "No entendía muy bien qué era eso del turismo rural, pero sabía que cuanta más gente viniera al pueblo, mejor", explica Cara sobre un visionario Domingo.

Durante los dos primeros años (la casa se puso en marcha en 2006) fueron su marido y su cuñado quienes, tras haberla rehabilitado y acondicionado para el nuevo uso, se hicieron cargo de ella. Después, pasó a manos de Sara, para quien La Carretería es su única fuente de ingresos.

Unos ingresos que este año no van a llegar ni a la mitad de las cifras de uno normal, según ha calculado Sara. "Hemos podido abrir menos de 6 meses en total", comenta. Aunque durante el verano no han faltado alquileres, desde mediados de octubre, la casa está cerrada porque, dice Sara, le sale más rentable. "Me ahorro gastos, como el de calefacción", detalla, entre otros motivos. El miedo a que el virus entre en Camañas, localidad en la que no ha habido ni un solo caso de la covid, es otra de las razones.

Por suerte, su marido tiene otra ocupación que es la que lleva a casa los ingresos necesarios para cubrir gastos, no solo los de su vida y la de su hija de dos años y medio, sino también los de La Carretería. "Seguimos pagando un préstamo al banco y tenemos gastos fijos mensuales de agua, luz o basuras", enumera. En total, le cuesta alrededor de 1.500 euros mensuales mantener un negocio que está cerrado.

"Ver la casa cerrada, tener que llamar a clientes para cancelar reservas… Son momentos difíciles y de mucha incertidumbre"

“Es un golpe económico pero también anímico”

Aunque el principal problema de la crisis de la covid para el establecimiento de Sara sea económico, reconoce que esta etapa está siendo también muy dura a nivel anímico. “La primera semana del confinamiento me sentí hundida, no sabíamos cómo íbamos a salir de esta”, reconoce. "Ver la casa cerrada, tener que llamar a clientes para cancelar reservas… Son momentos difíciles y de mucha incertidumbre", confiesa.

Además, la mayoría de quienes se alojan en el establecimiento son parejas, familias o grupos recurrentes. “Nos están enviando felicitaciones de Navidad, sabemos que se acuerdan de nosotros pero no podemos ofrecerles nuestros servicios. Da mucha rabia”, lamenta. De hecho, la casa estaba reservada tanto para nochebuena como para nochevieja. Lamentablemente, tanto éstas como otras reservas de los meses pasados han tenido que ser canceladas o pospuestas.

En este sentido, Sara destaca la empatía de sus clientes que, en la mayoría de los casos, no han pedido la devolución del dinero. "Nos han dicho que como van a venir seguro, nos lo quedemos, conscientes de que atravesamos un mal momento", explica.

Esta actitud muestra el tipo de relación que se da con los huéspedes de La Carretería, a quienes Sara trata de conocer mínimamente antes de que se alojen. Al fin y al cabo, abre las puertas de su casa y presta un servicio muy personalizado.

La casa rural cuenta con cuatro habitaciones dobles, dos de ellas con jacuzzi, que se pueden alquilar por separado, para parejas, o la casa completa, para grupos y familias. Hay una zona común con cocina y salón, y también un jardín. Unas instalaciones que, por el momento, no tienen fecha de reapertura. Incluso si la movilidad entre provincias por la comunidad de Aragón se recuperara, Sara no tiene claro si abriría. “La mayoría de nuestros clientes son de Cataluña, País Vasco, Madrid y Comunidad Valenciana”, explica.

Donde sí se plantea una apertura más próxima es en los apartamentos turísticos que desde este año regenta en la vecina localidad de Aguatón. A principios de 2020 se lanzaron con esta nueva inversión sin saber lo que tres meses después sucedería. Al menos, esta rama del negocio se ha ido salvando gracias a alquileres para trabajadores que estaban de paso en la zona, y también porque al no tener áreas comunes, no están sometidos a tantas restricciones.

Sara Ros dejó su Castellón natal para mudarse a vivir a Camañas, en Teruel, el pueblo de sus padres
Sara Ros dejó su Castellón natal para mudarse a vivir a Camañas, en Teruel, el pueblo de sus padres
S. R.

Disfrutando de su hija y con vistas al futuro

De toda esta crisis, Sara saca una conclusión positiva, y es el tiempo que la pandemia le está dando para disfrutar de su hija. “Hacemos manualidades o montamos tiendas de campaña en casa”, dice. “Hay que ver el lado positivo porque si no, te hundes”, añade.

Además, para ella vivir en el pueblo es un lujo, más todavía cuando se está, como es su caso, rodeada de prácticamente toda su familia. Cuando se jubilaron, sus padres se mudaron a Camañas. Sus dos hermanas, también con estudios superiores, como ella, y tras pasar los primeros 25 años de su vida en la ciudad, decidieron empezar una nueva etapa, una como enfermera y otra como profesora, en el medio rural.

Pese a los malos momentos y a que “no todo es bucólico”, Sara no cambia su vida en el pueblo por la anterior en Castellón. Una vida que valora mucho más en tiempos de covid. "Poder salir a la calle y no cruzarte con nadie o que mi hija corra y juegue libre y sin peligro es un lujo", asegura.

No obstante, es consciente de las carencias que todavía tiene el medio rural aragonés, empezando por las telecomunicaciones. "En esta nueva etapa de teletrabajo, muchos se han venido al pueblo y con frecuencia acuden a la casa rural a pedirme conexión wifi porque la suya, con tarjetas que funcionan con la cobertura del móvil, no dan de sí", narra.

Mientras tanto y con un optimista "todo llegará", Sara trata de compensar la preocupación por las cuentas a fin de mes de un negocio cerrado con el tiempo para pasar en familia que la vida le está dando.

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