"Los bajos salarios acercan a España a economías de periferia"

Luis Enrique Alonso, catedrático de Sociología Económica en la Universidad Autónoma de Madrid, asegura que si nuestro país quiere estar entre las primeras economías mundiales no puede seguir basando su competitividad en reducir sueldos y condiciones de trabajo

El catedrático Luis Enrique Alonso estuvo recientemente en Zaragoza para impartir una conferencia en el centro de formación Arsenio Jimeno de UGT Aragón
El catedrático Luis Enrique Alonso estuvo recientemente en Zaragoza para impartir una conferencia en el centro de formación Arsenio Jimeno de UGT Aragón
Aránzazu Navarro

Con el Gobierno en la cuerda floja, ¿ve posible la reforma del mercado de trabajo para que genere más empleo de calidad?

Toda la presión del pensamiento conservador durante la crisis y después ha ido dirigida a destruir las condiciones de seguridad en el trabajo y más en un modelo como el español, que fundamenta en los bajos salarios su competitividad. Pero he de decir que persistir en el modelo de salarios bajos y malos trabajos que tenemos en España lo que hace es alejarnos del centro de la economía mundial, sostenida por países cuyo desarrollo se basa en la tecnología y en el conocimiento, y acercarnos a las economías de periferia. Esa tendencia a jugar a la baja es muy peligrosa.

Pero la precariedad amenaza con quedarse

Pues nos quedaremos también sin ser una sociedad del conocimiento. A este paso, de seguir así, podríamos ser casi un país asiático o periférico del sur de Europa. Habida cuenta de que cada vez son peores las condiciones de trabajo es evidente que no vamos hacia una economía hegemónica en el mundo, que se pueda defender bien. Es una especie de maldición para la economía española.

¿Cómo revertir esta tendencia?

Lo primero que hay que hacer es desterrar ese concepto de inevitabilidad y de que el trabajo por definición tenga que ser precario y sin horarios. Y menos cuando han aumentado las rentas empresariales. Durante la crisis se han pedido sacrificios permanentes a la gente que menos posibilidades tenía de capearla. Las clases medias que tenían cierto colchón de seguridad lo han perdido y han tenido que aumentar su endeudamiento y no digamos de los jóvenes buscando continuamente rentas de situación y ayudándose del dinero familiar para sobrevivir.

¿Los sindicatos han estado a la altura?

En España, hay necesidad de un nuevo pacto social general en el que las políticas públicas no estén solamente dirigidas a los procesos de innovación tecnológica sino sobre todo a mejorar la vida de la gente y especialmente de los grupos más vulnerables. Y los sindicatos están en una posición muy difícil: por una parte, se les reclama desde las instituciones la moderación; y por otra, desde las bases se percibe la desconfianza ya que esa moderación que se les reclama los aleja de las peticiones de los trabajadores. Dicho esto, creo que los sindicatos son necesarios en una nación democrática y encontrarán su papel, que no puede ser solo defender a trabajadores estables sino a los que tienen puestos más precarios y son más débiles.

¿El movimiento feminista del 8-M, que está cerca, puede suponer un punto de inflexión?

Es una de las grandes esperanzas que tenemos porque es un intento de trascender lo cotidiano e ir mucho más allá. Que avancen las mujeres implica que lo haga toda la sociedad. Sus reivindicaciones introducen cuestiones fundamentales como los cuidados a mayores y niños, el tiempo de la vida familiar y laboral, quien cuida y cómo distribuimos nuestras vidas. Todo esto ha faltado en los debates de lo puramente económico. Ninguna fuerza sindical podría conseguir la repercusión que tuvo el movimiento feminista en el 8-M de 2018 y que volverá a tener este año.

¿Y que piensa del adelanto electoral?

No soy sociólogo electoral o politólogo, pero lo veo otra mala noticia para la convivencia española. Estar en una especie de espacio electoral permanente y tener en un mes las nacionales y al siguiente, las municipales y autonómicas, nos lleva a un clima de crispación permanente. Y a que cunda la sensación de que los partidos formulan políticas para ganar las elecciones y no al revés lo que acaba generando grandes ofertas que al final se ven frustradas.

Eso explica la creciente desafección.

Eso es percibido por la gente como que los políticos cada vez están más al servicio de los grupos financieros y de que se limitan a transmitir sus decisiones. Lo peor es que puede llevar a una situación de fatalismo, de que triunfe eso de que ‘no se puede hacer nada’, y generar un resentimiento fuerte en la población que lo que abre es todo tipo de posibilidades a populismos de izquierda y derecha.

¿Es optimista o piensa que vamos a peor?

Si ser optimista es pensar que el modelo va a cambiar de la noche a la mañana pues desde luego que no. Pero también pienso que o se reforman de alguna manera estos modelos o se encontrarán abocados a una crisis muy profunda los próximos años. Se ha generado un malestar social muy fuerte que ha derivado en el ‘brexit’, los populismos en Italia, la protesta de los ‘chalecos amarillos’ en Francia. Los discursos se han radicalizado mucho desde la posición neoliberal hasta los neopopulismos sean de izquierdas o derechas y la única esperanza de que se enfríen estas posiciones es a base de diálogo, de que tomen la palabra fuerzas sociales.

Y qué se puede hacer desde el ámbito personal para defender el Estado del bienestar?

Sobre todo no dejarse arrastrar por la idea de que uno está compitiendo con otro y esto es una carrera individual. Estar unidos es un elemento muy determinante. Tenemos derechos por ser seres sociales en Estados democráticos y se consiguen y consolidan conjuntamente. Pensar que estamos en una carrera de todos contra todos y que lo central es salvarse uno mismo es la mejor forma de disolver el asociacionismo cívico y el tejido social.

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