Asegurar el futuro

La economía española está bien situada para mantenerse en la estela de los países más avanzados, pero debe mejorar en educación, investigación y capacidad empresarial.

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I+G

Nos estamos recuperando de la última crisis de la economía mundial, que ha sido la mayor desde los años treinta y que en España hemos sufrido con más intensidad que la mayor parte de los países occidentales, debido a los errores de las dos políticas macroeconómicas aplicadas. La primera, que nos zambulló en el torbellino depresivo, fue el expansionismo excesivo del último gobierno socialista español. La segunda, el conservadurismo monetario alemán, que, a través de su control del BCE, retrasó el relanzamiento de la economía europea y mantuvo la depresión en los países más débiles del euro, entre ellos, España.

La expansión actual ha sido y puede seguir siendo rápida; y durará, probablemente, un poco más que la contracción previa. Pero, como indico, no es seguro. Es imprescindible, por tanto, lograr que el crecimiento de sus dos próximos y últimos años, hasta 2020, sea el más adecuado para enraizar correctamente su evolución secular a partir de la mitad de siglo. De manera que alcancemos los objetivos de empleo y nivel de vida que se han anticipado muchas veces y nunca han llegado.

La caída de las bolsas mundiales, a principio del mes de febrero, ha vuelto a plantear la cuestión de la estabilidad del crecimiento actual, que hasta ahora parecía a medio plazo indudable. Ha permitido vislumbrar que la presente dinámica positiva y compatible de América, Asia y Europa podría ser arrumbada por impactos imprevisibles. Y la ha puesto en cuestión.

¿Por qué? Lo que, en el fondo, parece haber despertado la inquietud internacional ha sido la conjunción y la cuantía anormales de los proyectos de gasto aprobados por los dos partidos políticos norteamericanos. Del lado republicano, la gran rebaja impositiva, las fuertes inversiones infraestructurales previstas y el muro mejicano. Del demócrata, los gastos en protección infantil y otros gastos sociales más pequeños. De los dos, juntos en amable comparsa, un fuerte incremento de los gastos en defensa.

En total, nada menos que el 5% del PIB estadounidense, casi tanto como el PIB español. Un billón de dólares, en una economía en pleno empleo, con el 4,1% de paro, donde están aumentando los salarios al 2,9% anual y donde, aunque en pequeña medida cada vez, en los dos últimos años la Reserva Federal ha aumentado los tipos de interés seis veces. Todo ello en una economía mundial relanzada.

¿Qué efectos ha producido ese expansionismo? Primero, miedo. Cuando los inversores mundiales más tradicionales vieron que el pacto tácito de los congresistas de los dos partidos de EE. UU. se iba a llevar a cabo, no se lo pensaron muchas veces. En pleno empleo, debieron de pensar, el gigantesco aumento de la demanda pública norteamericana generaría más aumento de salarios y precios y, en consecuencia, mayores incrementos de tipos de interés por parte de la Reserva Federal. El proceso podría acelerar la inversión y dificultar su financiación. Lo que aumentaría de nuevo la inflación hasta que el mercado contemplara un posible colapso. Había que vender.

Era lo esperado por los más conservadores y sucedió, aunque por pocos días; mientras que los más informados sobre los cambios de conducta registrados reaccionaron fuertemente al alza. El episodio, una de las caídas bursátiles más intensas registradas en EE. UU., ha sido también uno de los más breves, apenas una semana. De manera que el nivel más bajo del índice no se hundió más que el 8% por debajo del de inicio del mes. ¿Por qué? ¿Por qué se produjo una caída tan brutal y tan corta?

Porque las causas de la evolución registrada, cada vez más intensamente, por el empleo, los salarios y los índices de las bolsas en el ultimo medio siglo en Estados Unidos han sido muy diferentes, casi contrarias, de las que regían antes de 1980, que son las que los neoliberales aún creen que operan. A partir de esa década, las causas que motivan las expansiones se han ido haciendo cada vez más robustas y sorprendentes, favoreciendo a la par, como en Europa y en España en menor medida, a las clases más ricas y a las más marginadas, a costa de las clases medias.

Las más importantes de estas causas han sido: 1.- La reducción relativa del número de los trabajadores sindicados y la liberalización de la legislación laboral y de la negociación colectiva, que han frenado la elevación de los salarios medios. 2.- El aumento de los incrementos generales de productividad, debido a las sucesivas revoluciones tecnológicas y a las políticas de recapacitación profesional, que han disminuido el incremento de los costes y aumentado la tasa de beneficios. 3.- La reducción del aumento de los precios finales debida a la competencia internacional de la globalización y a la nacional, por causa de las políticas de descuentos ‘online’.

Es de esperar que la expansión mundial de estas tres pautas tenderá a producir un aumento del empleo y de la escala relativa de ingresos anterior, por lo menos en los países más avanzados de Occidente y de la ribera de Asia. Por lo menos, hasta que madure la nueva revolución tecnológica, ya en marcha, de la inteligencia artificial y el aprendizaje de las máquinas.

España está bien situada para intentar mantenerse en la cola de esos países en la década final del medio siglo. Como muestran diversos indicadores. Es una de las naciones de tamaño medio con mayor capacidad de atracción de inversiones internacionales. Provisto que se libere de sus defectos tradicionales, entre los que destacan la pobreza de su educación, su investigación, su empresarialidad, etc., y los reemplace por actividades basadas en la virtud que todo el mundo le reconoce, su digna humanidad. No es imposible. La sanidad española, la segunda o tercera del mundo, viene probando que el país puede desarrollar muy bien el servicio social más científico. Y el espíritu de la Transición es todavía ejemplo mundial de su excelente autotransformación sociopolítica. Hay que volver a él para lograr que, desde la democracia, España asuma rápida y mayoritariamente la ciencia y la tecnología más modernas.

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