VALLADOLID, 1 - REAL ZARAGOZA, 1

Ya van tres

Diogo persigue el balón, con Diego Costa en el suelo y custodiado por Contini, en el duelo de ayer en Zorrilla.
Ya van tres
Efe

Suma el Zaragoza. El punto cosechado en Valladolid mantiene al conjunto de José Aurelio Gay fuera de los puestos de descenso, que es, al fin y al cabo, el reto inmediato que se ha marcado el equipo. Ayer, en un estadio de Zorrilla de ambiente complicado y ante un rival incluso más necesitado, el Real Zaragoza arrancó un empate que tiene muchas virtudes, la principal, la de encadenar un tercer partido sin perder. Que aunque suene a mérito menor, no es poco para una formación que hace apenas dos semanas se hundía sin aparente remedio en los infiernos de la clasificación.


Muchas cosas han cambiado en medio mes. Sin ir más lejos, la mentalidad con la que el Real Zaragoza afronta ahora cada duelo. Ayer, en Zorrilla, el conjunto aragonés no quiso especular con el empate: buscó la victoria. Lo hizo de salida; cuando marcó el Valladolid; después de golear Suazo; y cuando jugó con uno menos. Con ese listón de exigencia, la búsqueda de la victoria, sumar se hace más fácil.


Además, este nuevo Zaragoza no se vino abajo cuando el partido se le complicó con ese gol absurdo del cuadro de Onésimo. Un Valladolid ansioso y un estadio de Zorrilla muy caliente a pesar del frío gélido de la capital castellana no alteraron a los de Gay. El cuadro aragonés tiene fe, confianza en sí mismo. Sabe de qué es capaz y cuál es el camino para lograr lo que persigue.


El principal mérito de esta revolución zaragocista planeada por Agapito y ejecutada por sus discípulos radica en la capacidad de olvidar el pasado: ya no pesa la línea timorata y apocada del Zaragoza incapaz de enfrentarse a un problema, por pequeño que fuera. Ahora, los Contini, Suazo, Jarosik, Eliseu... afrontan cada ecuación con la convicción de que son capaces de resolverla. Y ese tirón, ese empuje -al que no son ajenos ni Gay ni Nayim- ha mutado el ánimo de la escuadra.


Incluso cuando ha de jugar fuera de La Romareda da la cara. Y ya sabe jugar y adaptarse a estos envites sucios, feos, comprometidos, con mucha más emoción e intensidad que buen juego.


No perder, encadenar tres partidos sin conocer la derrota tiene también otra variante, además del reconocible revulsivo moral: es una advertencia a los rivales. Y el aviso adquiere un realce mayor cuando los próximos rivales merodean por el entorno de la zona más comprometida.


El domingo visita La Romareda un Sporting al que el Real Zaragoza mereció ganar en El Molinón y que se encuentra a tiro de piedra de la formación blanquilla. Más aún si es capaz de imponerse a los asturianos en la próxima jornada.


Este Zaragoza ya no es el mismo. No es ya solo el aspecto, la cara. Al equipo le ha cambiado el alma, el espíritu. Es una verdad a medias lo que explicaba su técnico esta semana pasada: "Aún no hemos hecho nada". En realidad, aún no se ha visto lo que ha hecho el Zaragoza. Transformarse, cambiar por dentro. Aunque lo más importante era dejarse ver fuera de los puestos de descenso. Cada partido es un reto por consolidarse alejándose de los infiernos. Ya van tres. El próximo se dirime en casa, el domingo, ante el Sporting. Seguimos en temporada de exámenes.